Del odio a la tragedia. Óscar Alberto Martínez Ramírez, y su hija Valeria, de un año y 11 meses de edad murieron ahogados en el Río Grande al intentar cruzar nadando la frontera entre México y Estados Unidos.
Después de sobrevivir los 2,312 kilómetros que separan su natal San Salvador de Matamoros, Tamaulipas –la ruta más corta posible hacia Brownsville, Texas–, Oscar y Valeria fueron finalmente vencidos por las fuertes corrientes que, desde el lado mexicano se conoce como Río Bravo.
Son cientos, sino miles las personas han perdido la vida, ya sea en el río, el desierto o a manos de coyotes, narcos y policías fronterizos. Lo nuevo es que ahora que la prédica antinmigrante de Mr. Trump ha tomado control de la propia frontera sur mexicana, las víctimas son también niños pequeños. Oficialmente se reconoce a seis desde que inició el plan de la Casa Blanca para separar familias migrantes.
Y ahora viene la nueva amenaza del presidente de Estados Unidos de realizar redadas masivas de inmigrantes en Chicago, Los Angeles y otras grandes ciudades para detener y deportar a “millones” de trabajadores, estudiantes, empleadas y madres de familia.
Quizás lo peor de todo es que detrás de la nueva campaña antiinmigrantes se asoma una clara estrategia para, a partir de explotar el odio y el racismo de sus seguidores, alcanzar una nueva mayoría en el colegio electoral que se formará a partir de las elecciones presidenciales de noviembre del 2020.
Entender las razones de esta realidad que aplastó la soberanía nacional mexicana, implica considerar al menos tres ejes geográficos:
1.- Centroamérica. Más o menos desde siempre, países como El Salvador y Honduras han sido naciones de migrantes. La pobreza y falta de oportunidades son endémicas en sus sociedades. Y al menos desde hace varias décadas también lo han sido la violencia y la descomposición social provocada por el crimen organizado. La añeja y ominosa influencia de la peor versión del imperialismo yanqui en la región ha favorecido, además, la corrupción de sus autoridades y la debilidad de sus instituciones, lo cual los perfila como auténticos “estados fallidos”.
Mientras al interior de Naciones Unidas se debatía si la condición legal de ese flujo humano hacia el norte debe ser la de “refugiados” y no solamente la de “migrantes”, en 2017 y 2018, la decisión de la Administración Trump de que los niños detenidos en la frontera fueran separados de sus padres generó amplio rechazo en la opinión pública internacional.
Lo relativamente nuevo es el surgimiento de “caravanas migrantes” que, en grupos numerosos y muy visibles recorren cerca 5,000 kilómetros con la intención de entrar a territorio estadounidense. Ello, en el marco de una virulenta retórica anti migrante impulsada en todo el mundo por las fuerzas políticas –algunas visibles, otras aún ocultas– que llevaron al poder a Donald Trump en Estados Unidos.
2.- México. Luego de más de una década en que son más los mexicanos que regresan a su patria que los que se van pa´l norte, el principal fenómeno migratorio en el país en los últimos años ha sido el tránsito de personas de otras nacionalidades, casi siempre al aparo del desinterés, patrocinado por el crimen organizado internaciona, de las autoridades correspondientes.
Con la llegada de la 4T a Palacio Nacional se renovó una retórica oficial que hablaba de combate a la corrupción de autoridades migratorias y un escrupuloso respeto a los derechos humanos de nuestros hermanos centroamericanos. Lo cual –de acuerdo con la narrativa dominante sobre el tema–, se convirtió en “la invitación” del nuevo gobierno que abrió la puerta a un creciente flujo de familias que, según Trump, se ha convertido en una peligrosa invasión de criminales extranjeros que amenazan la recuperada grandeza de Estados Unidos.
Antes los permanentes ataques y amenazas del presidente Trump, por conveniencia o convicción la principal estrategia de Andrés Manuel López Obrador ha sido la proclama de que con “amor y paz”, sin pelearse y, “con la mano abierta” todo se solucionará.
3.- Estados Unidos. Contra todos los pronósticos, Donald Trump llegó a la Casa Blanca porque supo detectar y aprovechar un amplio sentimiento social de frustración y resentimiento en contra las viejas formas políticas, la globalización económica y diversos avances sociales en materia de equidad de género y apertura de oportunidades para las minorías étnicas.
Desde el primer momento que anunció su aspiración presidencial utilizó a los mexicanos de la misma manera de la Alemania nazi utilizó a los judíos, dándole así un blanco fácil a los grupos racistas y promotores del odio, gracias a los cuales pudo arrebatar el control del partido republicano a su élite tradicional.
En un país en el que, para el oído del ciudadano medios, los términos mexican e immigrant son prácticamente sinónimos, Trump tiene en México su principal bandera electoral. Presionado por sus constantes fracasos político y acorralado por el avance de la oposición demócrata, Trump utiliza el tema migratorio como su principal bandera rumbo a su posible reelección del primer martes de noviembre del año que viene.
Qué hacer
La “negociación” en Washington D.C. (por llamarle amablemente lo que fue una clara imposición forzada por la amenaza de sanciones fiscales sin sustento legal alguno), constituye uno de los mayores golpes contra México desde el surgimiento del “nacionalismo revolucionario”, como pilar ideológico del viejo régimen. Un concepto que, por cierto, es compartido plenamente por la mayor parte de quienes encabezan la 4T.
Más allá de que las nuevas obligaciones de México –enviar 6,000 soldados con otro uniforme a la frontera sur y recibir en el país a todos quienes soliciten asilo en Estados Unidos–, los “acuerdos” con la Administración Trump provocaron un reajuste al interior del equipo del presidente Obrador; será Marcelo Ebrad, quien, desde la cancillería, se convierta en la principal figura del gabinete mexicano. De su administración de esta crisis depende su futuro político.
El ultimátum de 45-90 días del gobierno de Estados Unidos muy probablemente será el preámbulo de una especie de pesadilla que durará hasta enero de 2021… y si Trump gana la reelección, durante 4 años más.
Sin duda se avecinan tiempos interesantes en los que las batallas políticas irán mucho más allá de los memes sobre los cacahuates de la diplomacia mexicana.
La carta nacionalista. Aunque desde una visión de realpolitik es entendible el pragmatismo que llevó al gobierno mexicano a hacer todo lo necesario para complacer a Trump, sería poco más que ingenuo pretender que una estrategia donde la repetición mediática logre convencer a la sociedad de que “México ganó” algo más que un respiro de unas pocas semanas.
Que la inequidad económica entre ambos países es enorme, tampoco es nada nuevo. Pero ello no impidió al viejo sistema abrirse márgenes en la relación binacional a partir de casos como Cuba, Nicaragua y el propio El Salvador. El gobierno mexicano necesita saber aprovechar sus cartas en un entorno internacional en que claramente el señor Trump es el villano favorito.
Las alianzas políticas. Ni a la diplomacia tradicional, ni a la retórica juarista les alcanza para valorar cabalmente la importancia de un hecho básico: Donald Trump es el presidente más impopular de la historia reciente de su país. Sus innumerables escándalos y oscuro pasado lo tienen en desventaja en casi todas las encuestas. Tan solo ello bastaría para considerar las lecciones que nos dejó el propio Trump con su visita a Los Pinos en la pasada campaña presidencial de su país.
Si bien es cierto que el musculo político de la comunidad de origen mexicano radicada en Estados Unidos no es particularmente grande, no debería hacerse un lado que se trata de 35 millones de personas, que representan una economía casi del tamaño de la mexicana y que la mayoría pueden votar allá. De hecho, los latinos –mayoritariamente mexicanos–, son el segmento electoral más cotizado en el sistema político estadounidense. Los ejemplos de lo que es posible lograr jugando con las mismas reglas del propio establishment estadounidense son abundantes. Lo alcanzado por los lobbies judío, cubano, irlandés, británico e incluso chino y árabe es clarísimo. Todo es cuestión de ponerse a trabajar.
Una narrativa ganadora.
Más allá de reconocer la importancia de contar con una amplia base social de apoyo con la que se puede llenar cualquier plaza y de la innegable fortaleza de su ejército de seguidores desde “las benditas redes”, e incluso del muy probable soporte (con dinero o sin dinero) de la vieja maquinaria mediática, parece necesario la construcción de una narrativa pública que sirva para ganar los consensos sociales necesarios para poder salirse del juego de Mr. Trump.
Atender el origen verdadero de las caravanas, los niveles reales de la amenaza representan los niños migrantes, develar quienes son los grandes ganadores del déficit comercial, descubrir los niveles de interconexión entre ambas sociedades son solamente algunos puntos obligados entre las tareas urgentes a realizar.
En suma, en esta era de las post-verdades, cuando una simple anécdota puede determinar si México se somete a la condición de “tercer país seguro”, o si “la hojita de Trump” contiene algún tipo de secreto verdadero, la actual coyuntura representa, junto con los desafíos, grandes oportunidades para todas las sociedades involucradas. ¿Podrá algún día Centroamérica convertirse en una región pacífica y próspera? ¿Por cuánto tiempo más seguirá el gobierno mexicano apostando por Mr. Trump? ¿Los ciudadanos estadounidenses abandonarán sus valores más preciados y soportarán 4 años más de regresión histórica?
Al parecer en el centro de toda la ecuación están los casos de Oscar y Valeria Martínez.