¿Por mi raza hablará el espíritu? Para el profesor Federico Navarrete, del Instituto de Investigaciones Históricas, urge cuestionar esta frase pues no es posible que, en pleno siglo XXI, una universidad aluda en su lema a una categoría tan problemática como la de raza (tanto que incluso científicos han pedido desecharla por no aportar nada al entendimiento de la diversidad humana) ni que invoque una idea tan difusa como la de espíritu (que en este caso se refiere al Espíritu Santo, como explicaría el autor de la frase, José Vasconcelos, tras confesar que omitió la última palabra para plegarse a un léxico oficial y laico).
Sin embargo, estudiantes indígenas de la UNAM han denunciado que en esta institución, donde se supone que el espíritu debería hablar por la raza, a ellos se les impide hablar su idioma y hasta portar sus vestidos tradicionales ya que, de hacerlo, de inmediato son folclorizados, exotizados y discriminados, como señala una investigación realizada por David Bedolla Mendoza, alumno de Antropología Lingüística en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, la cual tuvo lectura pública en noviembre pasado en la ciudad de Buenos Aires, en el marco del Sexto Coloquio Internacional de la Red ESIAL de la UNESCO.
Sobre esto el doctor Navarrete subraya que, lo primero a entender, es que todas las sociedades de América —desde Canadá hasta Argentina— son racistas, pues fueron constituidas sobre un orden que distinguía y cribaba a la gente según su origen continental, es decir, por una supuesta raza, y esto que se aprecia tan claro durante el periodo colonial (donde los privilegios los detentaban los blancos europeos) se replicó a la hora de crear los distintos Estados nación en el continente.
“Como cualquier universidad, la Nacional Autónoma de México no sólo es producto de estas estructuras, sino que las reproduce y, por ello, la UNAM es racista, pero lo es como cualquier institución inserta en una sociedad con un orden y formas de poder raciales. Para ponerlo de otra manera, no es su culpa ser de esa forma, aunque sí le es inevitable”.
Para su investigación, David Bedolla —zapoteco del pueblo oaxaqueño de San Bartolomé Zoogocho— entrevistó a 40 universitarios indígenas que dieron cuenta de las múltiples agresiones recibidas en distintos planteles de la Universidad no sólo por sus compañeros de clase, sino por sus profesores, quienes pese a su responsabilidad docente han caído en actitudes tan criticables como ridiculizarlos por no saber ciertas palabras o por su timidez al intervenir, ponerles apodos o hacerles preguntas cargadas de sorna como ‘¿y dónde dejaste a tus burros?’”.
A decir del profesor Navarrete, una cosa a tener presente es que antes de que la crisis del coronavirus detuviera los relojes de la vida universitaria, la demanda más fuerte al interior de la UNAM era la de reconocer la violencia ejercida en la Universidad contra las mujeres y evitarla, por lo que pide aprovechar este momento de autocrítica para hacer lo mismo y admitir que hay agresiones racistas, y ponerles alto.
Cada año en CU se realizaba una comida con los becarios indígenas por el llamado “Día de la Raza” y, en la de 2018, un grupo de ellos aprovechó para protestar colocándose detrás del podio de oradores y desplegar una manta con la leyenda “Por una universidad pública, intercultural y sin violencia”. Tras el hecho algunos manifestantes recibieron llamadas donde se les tachaba de revoltosos y se les advertía de consecuencias; en 2019 no se celebró ya este evento anual.
Uno de los inconformes en aquella ocasión era David Bedolla, quien a la luz de lo ocurrido escribió en su cuenta personal de Twitter: “Las autoridades piensan que por ofrecernos apoyo económico los estudiantes indígenas debemos permanecer callados, aplaudirles y ser sumisos. Ese pensamiento también es racista”.
Hacia una universidad más plural y diversa
En México, 25.7 millones de personas (el 21.5 por ciento de la población nacional) se asume indígena; sin embargo, de los 360 mil alumnos de la UNAM, mil pertenecen a un pueblo originario, es decir, apenas un 0.28 por ciento, lo cual es una de tantas muestras de lo inequitativas que son las oportunidades entre los diversos estratos de la sociedad.
“El acceso a la formación superior en el país es dispar porque la oferta es menor a la demanda y porque hay desigualdades educativas que favorecen siempre a los más ricos; esas diferencias, que bien podrían explicarse en términos de clase social, también tienen una dimensión racial y étnica. En ese sentido la Universidad Nacional es restrictiva pues, en un escenario donde el piso no es parejo para todos, al seleccionar quién entra a sus aulas termina por excluir a indígenas y afromexicanos, es decir, a los más pobres”, indica el profesor Navarrete.
A fin de remediar en algo esta situación, la UNAM cuenta con el Sistema de Becas para Estudiantes de Pueblos Indígenas y Afrodescendientes (SBEI), iniciativa que, para el investigador, aunque valiosa, resulta trunca si no va acompañada de otras estrategias, como programas de integración o una política de cuotas que permita incluir a más de estos grupos tan subrepresentados en el grueso de la comunidad puma.
Una de las voces recogidas en la investigación desarrollada por David Bedolla es la de una becaria que relata cómo, en una ocasión, algunas compañeras de carrera le pidieron su credencial escolar con cualquier pretexto tan sólo para hacer fotocopias que terminarían pegando por todo el todo el plantel con la leyenda: SE BUSCA, por oaxaqueña.
“Agresiones de este estilo suceden con frecuencia y se dan porque estos jóvenes comienzan sus estudios sin haber pasado por un proceso de integración y sin que sus compañeros hayan sido sensibilizados. De ahí que los afectados reciban burlas y castigos por cosas tan absurdas como tener otras costumbres o por no hablar bien el español, y lo más grave es que todo pasa frente a los ojos de una institución indiferente hacia estos grupos tan históricamente discriminados y abusados”.
Justo porque esto se ha practicado desde siempre (en México si alguien es llamado “güerito” se percibe como halago, mientras que si le dicen “prieto” es un insulto, y a nadie se le hace raro), el racismo contra los indígenas se ha normalizado a tal grado que, en muchas ocasiones, ni quien lo ejerce ni quien lo recibe se percata de él, como se aprecia en otro de los testimonios recogidos en la pesquisa de David Bedolla.
En el caso mencionado el entrevistado relataba: “No es que me digan cosas en la escuela ni nada, aunque siempre está esa mirada incómoda que te exotiza y te ve como bicho raro. Luego me quieren tomar fotos por mi vestimenta o me preguntan ¿dónde vas a bailar?, ¿dónde vas a cantar?”; sin embargo, para él, esto no era racista ni discriminatorio.
A fin de evitar episodios como los consignados en el trabajo del joven zapoteco, el profesor Navarrete propone echar a andar estrategias de integración y promover la sensibilización de la comunidad universitaria. “Debemos diseñar otras políticas porque las actuales no funcionan del todo. No soy experto en ello, pero en la UNAM hay personas que sí lo son; por ejemplo, la Facultad de Filosofía y Letras cuenta con la carrera de Desarrollo y Gestión Interculturales, así como con la de Pedagogía, y también tenemos expertos en Estudios de la Universidad. Es tiempo de aprovechar toda esa experiencia y saber”.
Sobre por qué urge tomar desde ya este tipo de medidas la mejor respuesta la tiene el mismo David Bedolla quien, ante las cámaras de la UNESCO, subrayó: “Muchos de quienes entramos a la Universidad somos discriminados por ser de un pueblo originario. El racismo existe y no acabaremos con él hoy, mañana, ni en un lustro, aunque si somos agentes de cambio quizá en unos 10 o 15 años los que vengan detrás de nosotros tendrán mejor experiencia y, sobre todo, podrán acceder a la educación sin ser discriminados, algo que hoy nosotros no tenemos”.
En pos de la universalidad
A título personal, el profesor Navarrete señala que hay un asunto crucial —y quizá polémico— sobre el cual la Universidad Nacional debe reflexionar: el del tipo de educación que imparte, pues a su parecer éste privilegia el conocimiento y cultura provenientes de Europa y el norte de América, así como el producido en México por ciertos grupos, y termina por excluir lo demás, como los saberes y cosmovisiones indígenas.
Esto se hace patente en hechos como que, para titularse, la UNAM exige el dominio de una segunda lengua además del español, sólo que mientras un estudiante extranjero puede presentar sin problema el idioma de su país y salvar el requisito, un alumno indígena no puede hacer lo mismo con el náhuatl, maya o cualquier otra lengua originaria.
“En la Universidad, cuando hablamos de ciencia global, pensamos en el norte y no en abrir el diálogo con científicos de otras partes del mundo, además de que sólo miramos a Occidente y lo consideramos nuestra fuente única; incluso nos enorgullecemos de que nuestra educación sea 100 por ciento occidental. Al final, eso hace que en nuestra forma de concebir las disciplinas y estructurar programas haya exclusión racial”.
Por esta razón, al igual que esos becarios indígenas que se manifestaron con una manta en la comida anual del SBEI de 2018, el profesor Navarrete aboga por una universidad intercultural donde los alumnos de culturas y orígenes étnicos diferentes puedan participar y aprender, pero siempre aportando sus perspectivas y sabiendo que recibirán apoyo de requerirlo, pues sus necesidades son distintas.
“Si algo caracteriza a la UNAM es su voluntad de fomentar la universalidad de la igualdad y la meritocracia, es decir, de dar a todos sus alumnos un acceso parejo a las mismas clases, contenidos y profesores, confiando en que el avance de cada uno dependerá de su trabajo, compromiso y talento. Para lograr esto es preciso erradicar cualquier vestigio de racismo y brindar a los estudiantes indígenas (y a los afromexicanos y a los de comunidades rurales) la oportunidad de participar y de abrirse espacios con base a su mérito. Sólo así podremos concretar esa igualdad universalizada de la que tanto hablamos”.
Por ello, se antoja alentador que cada vez sean más los estudiantes indígenas coordinándose para impulsar este tipo de cambios en la Universidad Nacional Autónoma, pues tal y como dijo David Bedolla al cerrar su intervención en el coloquio bonaerense de la UNESCO:
“México es un país racista y la universidad sólo es un reflejo de lo que pasa en la sociedad. La folklorización y exotización de las formas de ser y entender el mundo de los compañeros también es una forma de discriminación que muchas veces no se toma como tal, pese a hacernos sentir incómodos, y es importante no tolerar más esto. Por ello, los jóvenes becarios nos hemos organizado en una forma de expresarnos conforme a nuestras maneras de ser y entender el mundo, de seguir hablando en nuestras lenguas, de conservar nuestras tradiciones, de portar nuestras vestimentas y de decir aquí estamos”.