¿Feminista?

Soy una neófita en esto del feminismo. Eso es lo primero que quiero aclarar. Lo segundo es que esto no es para nada un discurso dogmático, es una simple explicación y búsqueda personal. Es lo bueno de ser un cero a la izquierda en esto de la opinión pública y las polémicas intelectuales.

He rastreado mi historia para comprender por qué no me consideraba feminista. Tal vez porque en mi casa no existía eso, como tampoco el machismo. De cierta manera, en la teoría nos regía el heteropatriarcado —mi madre fue toda la vida, hasta hace poco, ama de casa de tiempo completo; mi abuela estudió una carrera técnica para ser secretaria, pero trabajó muy poco. Ambas dependieron en lo económico de sus maridos—, pero en la práctica, funcionábamos como un matriarcado. Mi familia materna, que fue la que me rodeó más tiempo durante mi infancia y juventud, está compuesta en su mayoría por mujeres. Una de mis tías terminó la carrera profesional de arquitecta y desde que egresó hasta ahora, aún con tres hijos de por medio, ha ejercido. Las otras dos siempre trabajaron, fuera como fuera. A mi hermana, a mis primas y a mí —igual que a mi hermano y a mis primos— se nos impulsó a estudiar. Tengo una prima historiadora, otra médico, otra futura economista, una hermana próxima licenciada en literatura inglesa… y una prima muy pequeña como para saber qué quiere ser en un futuro. Jamás se nos dijo que teníamos que casarnos, que debíamos ser madres.

Dicen que alguna vez mi abuelo fue un macho hecho y derecho. Yo recuerdo a un señor bonachón y complaciente, que ha terminado por ser el viejito más adorable y enamorado: vive por y para mi abuelita. Por otro lado, mi papá tiene algunas ideas retrógradas, pero jamás fue un macho mexicano. Un tiempo vivimos juntos, él y yo, y por su iniciativa hacíamos el quehacer. En mi casa, el que cocina es mi papá y ahora mi hermano. Yo jamás percibí, de niña y más grande, que hubiera una diferencia entre el trabajo de una mujer o de un hombre, que una vida valiera más que otra. Mi papá trabajaba en la CDMX y nosotros vivíamos en Cuernavaca. Lo veíamos los fines de semana, y el resto de los días, mi mamá se las arreglaba para resolver todo.

No conocí el feminismo hasta que entré a la universidad, y en un principio no me llamó la atención. Alguna vez creí que las feministas estaban locas, que creían que podían vivir sin hombres y eso me parecía un disparate. Después tuve un poco de empatía por el viejo feminismo, aquel de la década de 1960, el de Parks y De Beauvoir, el que me permitió votar y poder elegir una profesión. También, debo reconocerlo, llegué a llamar a algunas mujeres «feminazis». Consideraba la literatura de Ángeles Mastretta y Laura Esquivel algo que denominábamos «panochapower». En algún momento —qué pena me doy— llegué a llamarme misógina. Ahora cuando lo recuerdo, honestamente, siento asco por mí misma.

Por eso y retomando mi primera aclaración, este nuevo feminismo que vivo es para mí, ante todo, una búsqueda personal, una lucha conmigo misma. Creo que hay pleitos que no valen la pena, yo no voy a discutir si está bien que las cazafantasmas sean ahora mujeres o si James Bond debe ser una actriz; porque eso me resulta en verdad irrelevante. Lo que me parece deplorable es que un sujeto que ahora gobierna Estados Unidos diga que a las mujeres se les debe tocar sin preguntar, que millones de niñas en el mundo no puedan acceder a educación, que algunas religiones sigan considerando a la mujer un ser inferior, que sigamos sintiendo miedo al caminar por las noches porque en cualquier momento nos pueden atacar, que se mate a las mujeres por el simplemente de serlo. Eso es por lo que quiero pelear. Por un salario igualitario, las mismas oportunidades, para que aquellas que quieran ser madres reciban un trato digno y no se les despida de sus trabajos, por apoyos para madres solteras.

Tener un hijo varón fue también para mí una anagnórisis. Comprobé que la crianza y educación son fundamentales; y también, que los cerebros de hombres y mujeres funcionan en vías distintas. He procurado no marcar distinción de géneros con mi hijo: el otro día me comentó que quería casarse con el hijo de uno de mis amigos y le aclaré que primero tenía que ver si él también quería casarse. Le platiqué a la mamá del futuro esposo de mi hijo y ambas reímos mucho con la idea. No hubo prejuicios. Reconozco en ella, en la mamá de ese chiquillo, otra forma de ser mujer. Y la respeto.

Esa es mi batalla diaria: la empatía, el respeto. A lo mejor alguna de ustedes lee esto y piensa que soy una pendeja. Exijo respeto. Respeto la opinión de Luiselli si quiere disentir del feminismo; respeto a aquellas que sienten que tienen la verdad del feminismo y que sólo ellas pueden opinar; respeto a quienes toman algo de aquí y más de allá. Respeto a mi hermana que sigue viendo discriminación a las mujeres en todos lados. Respeto a mi madre que a sus 56 años también se está asumiendo como feminista. Respeto a quien todo esto le valga madres. Pero yo no me voy a quedar de brazos cruzados. Voy a seguir buscando espacios para hacer sonar mi voz, voy a seguir trabajando y aportando el 50% de los gastos de mi casa, voy a seguir enfatizándole a Gabriel que hombres y mujeres son completamente iguales.

Hace poco terminé de escribir un libro de cuentos. Aseguro que es feminista. Lo cierto es que busqué describir a varias mujeres, varias situaciones y trate de no emitir juicios. Porque eso es lo que me encanta de ser mujer: esa capacidad de ser tan diferentes y tan iguales, esa amalgama de sentimientos e ideas; esas distancias y cercanías. Espero pronto verlo publicado. Ojalá que a alguien le agrade. Además de corregir excesivamente textos ajenos, es lo que sé hacer. Contar historias. Al menos lo intento.

Finalmente, como epílogo, quiero señalar —aunque esto saque algunas ronchas— que no estoy de acuerdo con la decisión de Café Tacuba de dejar de tocar «La ingrata». En tal caso, tendríamos que prohibir El padrino, porque Michael Corleone hace cosas terribles. O censurar «El Cobrador» de Fonseca, porque lo que narra ahí son crímenes atroces —contra hombres, pero principalmente contra mujeres—. Pero ese es otro ámbito… es el ámbito de la creación y en ese resquicio merecemos libertad. Como dije antes… lo respeto. Pero el sábado pasado, en la boda de unos queridos amigos —ella, una de las mujeres a la que más admiro y él, un hombre al que quiero hasta el infinito— cantamos y bailamos al ritmo de «Ingrata, no me digas que me quieres…» como sólo con esa canción puede hacerse.

Fragmentado, otra pesadilla de Shyamalan

La mente humana es muy compleja, ante un hecho traumatizante puede generar mecanismos de defensa para huir del dolor provocado, por ejemplo, en un niño que ha sufrido abuso sexual, violencia y crueldad de parte de quienes debieron protegerlo. Esos mecanismos de defensa desencadenan un trastorno disociativo o de identidad múltiple, es decir, la convivencia de una o más personalidades dentro de un mismo individuo.
Dentro de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) tres de sus 23 identidades luchan por tomar el control de su comportamiento, cada identidad con un propio patrón de conductas, habilidades y enfermedades. Así, vemos surgir en cuestión de segundos a Dennis el tipo duro, obsesivo y compulsivo; a Barry el homosexual diseñador de moda, a Patricia, una maniaca y fanática religiosa y a Hedwig, el niño de las calcetas rojas y admirador del rapero Kanye West.
Así, asistimos a una función de terror psicológico y suspenso que mantiene la tensión pero que también nos hace reír, que despierta emociones y que nos llama a la reflexión mientras vemos aparecer a la personalidad número 24, “la bestia”.
En palabras del director M. Night Shyamalan, el personaje de Kevin lo empezó a escribir hace unos 15 años y lo rescató hace dos para hacer una película completa. El desorden de trastorno disociativo es el más documentado científicamente y el objetivo de la película es exponer la versión más extrema de la separación mental, la habilidad para enfocarse en lo que se cree “y yo lo veo como un súper poder”.
“Somos lo que creemos que somos”, es el mensaje de la película, “si siempre pensamos que cosas malas nos suceden y nos concentramos en esa versión de nosotros mismos es lo que recibiremos”, afirma el cineasta.
Shyamalan acostumbra hacer un cameo en sus películas, en Fragmentado lo vemos como el conserje del edificio donde está el consultorio de la doctora que atiende a Kevin.
Indudablemente el personaje de Kevin da para más, quizá nos depara mayores sorpresas ya que el realizador hace un guiño a otra de sus películas Unbreakable (El protegido, año 2000).

El americanismo en tiempos de corazones rotos

Hace unos días, contra todo lo que soy, cualquier creencia o pronóstico, compré una bandera del América. Hace unos días, un chico entró a su secundaria, pistola en mano, con la intención de matar a profesores y alumnos, inició un tiroteó y finalmente se disparó en la cabeza.

Hace cuatro años tomé una decisión determinante en mi vida: quise ser madre. En mí fue un deseo sincero, un anhelo convencido y no una mera imposición social o un accidente. Creí que estaba lista. Ahora sé que jamás se está listo. Ser madre o padre es entrar en el terreno más ignoto de la vida humana. Toda una vida depende de ti. No se trata sólo de alimentarlo, de cambiarle los pañales, de ponerle un suéter si hace frío. Hay algo de lo que todos los padres debemos hacernos responsables, y lamentablemente creo que estamos fracasando: la educación de nuestros hijos.

Como sociedad, hemos fallado. Cuando un chico de secundaria tiene acceso a armas, las sabe usar, y con ellas ataca a sus compañeros, no es sólo él quien está mal, es todo el sistema. Un sistema que debe funcionar como reloj engrasado: en casa, en la escuela, en todas partes. ¿Cómo nos explicamos que un ser sin alma que se decía gobernador de una entidad del país, permitiera que se les inyectara agua a niños con cáncer simplemente para que él llenara sus cajas de huevo con millones de pesos? ¿Cómo es que una niña pueda morir inexplicablemente en una guardería de la Ciudad de México u otros son abusados por un miembro de la dirección y nos quedamos con los brazos cruzados?

Por otro lado y volviendo a lo básico, día a día me enfrento a una batalla. ¿Eso estará bien o estará mal? Me bombardean con información de una paternidad ocupada y amorosa, que debe permitir que sus hijos duerman en sus camas, que dictan que las madres pasen 24/7 al servicio de sus hijos, que los desteten cuando ellos mismos quieran porque eso es lo humanamente razonable. Por otro lado, leo estudios de que ser tan complacientes con los hijos crea seres irresponsables, que no saben enfrentar problemas. Veo a diario padres que prefieren entregarle a sus hijos teléfonos inteligentes con tal de que estén tranquilos, y también, el otro día, me tocó ver a una señora darle una chinga a su hijo de siete años porque no se callaba. ¿Qué es lo bueno? ¿Qué es lo malo? ¿Cómo puedo crear una oportunidad para mi hijo de tres años en este mundo en el que ya no creo?

Cada quien debe ir tomando sus decisiones y mantenerse firme en ellas. Decir: yo nunca le voy a dar el celular al hijo suena contundente pero poco factible. Mejor ir ganando batallas y declarar por perdidas otras. Yo, por ejemplo, perdí esa. En el celular Gabriel sólo tiene permitido ver videos y casi todos son de dinosaurios o caricaturas. Hay que defender ciertas posiciones y en un afán de querer no ser tan estricta yo me volví permisiva, hasta que decidí tomar cartas en el asunto y recurrí a la muy célebre: yo soy la mamá y por eso me tienes que obedecer.

Sobre todo, quiero crear un espacio de respeto y amor. Trato de explicarle desde muy pequeño las cosas a mi hijo, a veces he llegado a extremos ridículos (como aquella vez que me solté toda una retahíla histórica del descubrimiento de América para que él me respondiera que el Cristóbal Colón del periódico mural de su escuela se parecía a Gokú), pero siempre he procurado ser honesta y real. Quiero que Gabriel sea consciente del mundo que le estoy heredando y, de cierta forma, que me perdone por haberlo hecho, por haberlo traído al mundo en un momento tan complicado de nuestra historia. Más que nada, anhelo que él encuentre aquello que lo llene y plazca (y aquí no digo que quiero que sea feliz porque para algunos la felicidad dejó de ser nuestro motivo de vida hace tiempo).

Por lo pronto, en menos de un mes cumple tres años y le estoy enseñando la importancia de tomar sus decisiones; estoy tratando que en este periodo de vida que está por iniciar, sí sea lo más feliz posible, porque para eso se es niño; para eso y para aprender. Y con el corazón roto que cargo a raíz de la realidad mundial y nacional, derribé todos mis dogmas y en el merísimo Estadio Azteca le compré por 25 pesos una bandera del América a mi hijo, porque de momento, eso lo hace feliz.

La generación blandita

Últimamente he escuchado hablar mucho de la generación “blandita”, la de los niños y jóvenes que han sido y son sobreprotegidos por sus padres, los que a toda costa buscan evitar el “sufrimiento” de sus hijos, o bien, proporcionarles las mejores condiciones de vida desde muy pequeños.

La pregunta es: ¿a qué se deberá esto? En el ejercicio de la paternidad y del maternaje intervienen una serie de patrones que son aprendidos y en muchas ocasiones, repetidos inconscientemente.

En un intento –generacional- por romper antiguos patrones de crianza y, en el mejor de los casos, “reparar” historias, existen padres que se esfuerzan por no repetir aquello que ellos vivieron en su momento:
“Yo no quiero que mi hijo tenga las carencias que yo tuve”; “Quiero que él o ella realice lo que yo no pude lograr”.

En ese afán de procurarles siempre lo mejor y evitar que sufran, las relaciones entre padres e hijos también se ven modificadas. Por un lado, parece que las jerarquías se desdibujan: ahora los padres quieren ser “amigos” de los hijos, no golpearlos o sancionarlos cuando es necesario, y por otra parte, los hijos se convencen de que siempre contarán con la disponibilidad y los recursos de aquellos para que les resuelvan todo –o casi todo-.

De este modo, ante la inadecuada delimitación de roles, se generan conflictos cuando de respetar límites se trata. Y esto se va ampliando hacia otros ámbitos, como el escolar, por ejemplo. Un niño muy consentido puede funcionar bajo la lógica: “Si ni en mi casa me llaman la atención, por qué lo va a hacer alguien que no es nada mío (un maestro, un adulto mayor)?”

En este sentido, una buena dosis de tolerancia a la frustración y de demora a la gratificación son necesarias para que los chicos desarrollen potencialidades y también valores, para fijarse logros y obtener satisfacciones, para valorar los esfuerzos que suponen las metas a largo plazo y constituirse como sujetos más empáticos.

No se trata de “endurecer” o “ablandar” mientras se educa, se trata de dotar a los menores con las herramientas básicas que les permitan afrontar lo adverso, reconocer las oportunidades de crecimiento y “medir” su capacidad de adaptación a los diferentes entornos, cada vez más cambiantes y exigentes.

La tecnología, indispensable en nuestro quehacer cotidiano

Alberto Candiani, conductor del programa Resistor de Radio UNAM, reflexiona sobre la importancia de los avances tecnológicos desde la cima del volcán inactivo Iztaccíhuatl: “Así que la tecnología, en cualquiera de sus ámbitos, debe ser una herramienta para ayudarnos a los seres humanos a nuestro día a día y a nuestro quehacer cotidiano, ya sea por diversión o para conservar nuestras vidas”.

Ahí viene el Peje

Después del tercer intento ganó la Presidencia. Su disciplina tuvo recompensas.

Se arregló la dentadura, sonrió más, comenzó a usar trajes de marca, se rodeó de empresarios. Había que revertir la imagen de rijoso, de enemigo del capital, de la clase media.

Contrató asesores con experiencia internacional y siguió la receta al pie de la letra. Así, Lula Da Silva por fin ganó la Presidencia de Brasil.

En México, el puntero en las encuestas es el Peje. López Obrador administra su ventaja y su línea discursiva es la del ganador, sus palabras hablan de la inminencia de que sea el próximo Jefe del Ejecutivo. Y hoy que alguien operó profesionalmente la difusión de una imagen de Los Simpsons en donde aparece como Presidente, muchos medios lo tomaron enseguida, sin investigar, sin contrastar fuentes.

Es el un nuevo inicio de la carrera rumbo al 2018. La batalla de los boots, entra a una nueva etapa.

En cierto sentido, en México las redes sociales –esas de los más de mil millones de usuarios, las de los gatitos bailarines y fotos personales– son sólo un instrumento más para esparcir el rumor, fijar mensajes y enviar globos sonda. Como en toda guerra, además, para algunos serán un gran negocio.

 

*Los comentarios expresados en este espacio son responsabilidad del autor y no representan necesariamente la opinión de UNAM Global.

Amor vs mercadotecnia

Algunos piensan que una fecha como el 14 de febrero da la valentía a algunos para demostrar sentimientos que en otras ocasiones no podrían pero también hay quienes creen que es un día innecesario, ya que promueve el consumismo y sólo los vendedores ganan.

44 mil estaciones de radio en el mundo

#VibraMéxico

70 aniversario de la Biblioteca de México

https://youtu.be/IEGGmVLgPmw

Diana López y Verónica Juárez, de Mermelada de Letras, en este episodio nos hablan del 70 aniversario de la Biblioteca de México, además nos comparten una reseña de la antología Minificción Mexicana.

La oposición como instrumento del sistema

En medio de la turbulencia desatada por el gasolinazo, los partidos de oposición han salido a demostrar una cosa: que sólo son un instrumento del sistema y que hasta ahora se dan cuenta. Su debilidad e ingenuidad de haber sido utilizados queda exhibida al pretender unirse a las manifestaciones ciudadanas de los últimos días, marchas de las que han sido expulsados entre gritos de “sin partidos” lanzados por los ciudadanos que estupefactos los miran, sin comprender su presencia.

No se entiende la participación de los partidos de oposición en las marchas. Los ciudadanos es lo único que tenemos, la manifestación en las calles, un repertorio de acción quizá ya rebasado y tal vez anacrónico, pero es lo que tenemos y hacemos uso de esta forma de acción para manifestar nuestro descontento. No se comprende la presencia de diputados y senadores en las marchas convocadas por la sociedad civil, como tampoco se entiende la convocatoria de líderes partidistas a asistir “en calidad de ciudadanos”.

Sólo demuestran que ellos no tienen poder de decisión alguno, no tienen peso en el sistema y el estado de cosas que ayudaron a construir (ya sea por acción u omisión) por lo que se ven arrastrados a las calles a protestar sobre lo que no pudieron ni quisieron defender, por ejemplo, en la tribuna del Congreso de la Unión. Hoy reniegan de las consecuencias de su adhesión al Pacto por México con el que se aliaron a Enrique Peña para «Mover a México». Hoy de pronto se les han borrado de la memoria las coaliciones electorales que firmaron con el PRI para las elecciones estatales del año pasado. Hoy a la oposición se le olvida que sus votos a favor de las reformas energética y fiscal le dieron al PRI la mayoría que necesitaba para sacar adelante las reformas estructurales. Es un juego de coaliciones informales coyunturales que ha permitido que el partido en el poder y los poderes fácticos mantengan los beneficios del poder y la oposición tiene la responsabilidad histórica de haber formado parte de ello.

Desde la teoría, un partido político puede ser concebido como un grupo intermediario entre la sociedad y el Estado, con capacidad para presentar candidatos a cargos públicos, que participa en los procesos electorales y en la toma de decisiones públicas dentro del marco de las reglas del juego generalmente aceptadas, sin embargo los partidos de oposición en México se agotan en la instancia electoral, ya que fuera de la presentacion de candidatos a elecciones no cumplen con la función básica de los partidos que es la de fungir como intermediarios ente la sociedad y el Estado.

Los ciudadanos en realidad no tenemos los instrumentos legales suficientes y adecuados para poder llamar a cuentas políticas y legales a nuestros representantes. Impotentes usamos las redes sociales y nos manifestamos; por su parte, la oposición hace lo mismo y muestra su debilidad. Parece que lo único que les queda, como a nosotros, es salir a la calle con mantas a gritar consignas. Se perciben tan fuera de la mesa de negociación que sólo pueden salir a las calles, tal como nosotros se sienten impotentes para hacer frente a las decisiones del Ejecutivo. Se muestran incapaces de examinarse con el objetivo de afrontar su responsabilidad y plantear soluciones para intentar paliar los efectos del monstruo que ayudaron a crear.

Sería importante que alguien les recordara que ellos son también parte del sistema contra el que se manifiestan, que ellos también son gobierno en estados y municipios y más aún que forman parte del Congreso de la Unión, por lo tanto, aunque parezca verdad de Perogrullo y sea reiterativa: también forman gobierno. Al salir a las calles la oposición nos está diciendo que no hay pesos ni contrapesos, que no son capaces de hacer valer su posición en los órganos de representación y que no tienen voz ni voto en las decisiones trascendentales de nuestro país.

Como ciudadana tengo dos preguntas ¿por qué votaría por un partido político que no tiene la capacidad de participar efectivamente en las decisiones públicas?, ¿por qué votar por la oposición? Y esas no son preguntas retóricas.

*Maestrante en Humanidades en la Universidad Autónoma del Estado de México

Doble, derecho, en old fashion

No sé si empezar este texto con una cita de los Strokes parezca a los lectores un poco ridículo.

El libro de Vergara sobre el que ahora escribo está inserto en un espíritu muy rocker, pero de un rock más de la vieja guardia. Pero, a la vez, durante su lectura, no podía sacar de mi cabeza una frase de la canción “On the other side” de la noventera banda neoyorquina: “I hate them all. I hate myself for hating them”. La primera vez que escuché esa línea, sentí que encontraba una acertadísima descripción de mi modus vivendi. Y descubrir que no soy la única persona que, a ratos, tiende a despreciar a toda la humanidad me resultó un poco tranquilizado.

Así son los personajes de Doble, derecho, en old fashion. Quieren involucrarse pero no pueden salvar ese abismo insondable con sus “iguales”. O tal vez mi expresión es muy aventurera y ni siquiera intentan involucrarse. Pienso en el protagonista del cuento que se llama “Un trago conservador” que bebe whisky (ya no sé si es whisky o güisqui) y escucha las cuitas de un pobre hombre que, ¡vaya problema que tiene!, y no hace más que sentir enojo en su interior porque el cabrón fumador social se está echando sus cigarros y los apaga a la mitad.

Vergara se identifica (¿o lo identifican los demás?) en la corriente del realismo sucio. No voy a entrar en aburridas decimonónicas características del realismo, de cómo sus principales exponentes sentían que al escribir tenían el compromiso de dejar un testimonio sobre su tiempo y la sociedad… el realismo sucio es Raymond Carver, Richard Ford y Bukowski, ustedes los conocen y no hay más que decir —muy a lo realismo sucio—.

Lo cierto que algo que admiro de los cuentos de Adolfo Vergara es, más que la falta de descripciones, lo precisas que son éstas. A veces no es necesario más que narrar qué bebe una persona para darnos una idea de ella: toma cocteles azules algo afeminados. O no requerimos más que imaginarnos la firmeza de los muslos de una mujer, igualados a los de una cebra, para saber que debe estar buenísima. “El juego del intestino” identifica la interminable fila que hacemos en los bancos, alrededor de cordones que giran unos sobre otros, con un intestino grueso enrollado en la cavidad estomacal. Y su protagonista analiza a los personajes que hacen fila con él. Los cataloga por detalles específicos, no abunda, pues al fin y al cabo, a todos nos define algo evidente, nos guste o no.

Doble, derecho, en old fashion es un libro de cuentos que, como un buen trago de whisky derecho, nos quema la garganta, deja rastro por donde transita, pero el gusto es muy agradable. Ahora sé que Adolfo se toma su tiempo, que medita las palabras, las analiza y sopesa a plena conciencia (tal vez catorce años pareciera mucho, aunque vale la pena esperar por textos así en lugar de llenarnos de los de aquellos autores que publican un libro cada seis meses). Por el contrario, del otro lado de la dialéctica literaria, el lector necesita poco tiempo para leerlos, pero —y aquí me refiero a mi muy particular caso— mucho para comprenderlos, para vivirlos. Son cuentos al clásico estilo cortazariano, que ganan la batalla por knock out. Por ejemplo, el cuento que abre el libro “Son Rabadán”… mi mente vuelve, vuelve, vuelve a él. Su última línea es una bofetada seca, dura. Un gancho al hígado de realidad.

Me fascina (en un tono nauseabundo y sarcástico) este discurso moderno que atiborra las redes sociales de empatía y amor al prójimo. Historias de personas que al otro lado del mundo luchan por un lugar mejor, un tipo en Corea que dona todo su dinero a los pobres, un sacerdote en Medio Oriente que trabaja con las comunidades para hacerlas autosuficientes… ¿Quién nos cuenta las historias de las maestras desgraciadas que frustran la vida de los niños, o de las putas que tienen que regresar a casa tras un «intenso» día de trabajo, a lidiar con sus hijos; de los hombres celosos del pollito que su mujer ama como a un hijo; del abogado corrupto que resuelve casos al más puro mexican style? ¿Quién levanta la mano a la hora de hablar de misantropía, de corrupción, de indiferencia? Adolfo Vergara, sin duda. Por supuesto, no se trata de aventar mierda a diestra y siniestra. Aquí estamos hablando de crear literatura, ese ente intangible que tiene entre sus armas la retórica, el sarcasmo, el juego de palabras, las metáforas, y con ellas nos entrega una quimera que no sabemos si ya se nos salió o no de las manos, si es ficción, realidad o una mezcla muy cruda de ambas.

Adolfo Vergara Trujillo. Librosampleados, 2016

*Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Lengua y Literaturas Hispánicas

Tragedias escolares, ¿cómo evitarlas?

El ataque armado de un estudiante del Colegio Americano del Noreste a su maestra y a tres de sus compañeros, que concluyó con su suicidio, conlleva a destacar el desfase existente entre orientación escolar y modernidad. En una actualidad que agrega constantemente nuevas tecnologías de comunicación, la orientación escolar, entendida como el proceso por el que se ayuda a los estudiantes a lograr la comprensión y dirección de sí mismos, necesarias para conseguir una adaptación máxima a la escuela, el hogar y la comunidad, va a la zaga de ellas.

Las funciones del orientador escolar cgiphyonsistentes en identificar las necesidades educativas del alumnado, colaborar en la detección de las dificultades de aprendizaje, brindar asesoramiento psicopedagógico al profesorado, entre otras más, parecen ya limitadas. En este mundo donde priva la competencia a ultranza, la drogadicción, el narcotráfico, la violencia, la discriminación, el abuso, el consumismo, la desigualdad económica, las escuelas, de todos los niveles, son una extensión de esta actualidad y, por tanto, susceptibles también de experimentar los efectos negativos de estos fenómenos.

Resulta, por tanto, inocente pensar que los atentados en escuelas estadunidenses no se replicaran en nuestro país si las condiciones que las generaron son similares. Desde la masacre ocurrida en la Escuela Secundaria de Columbine, en 1999, donde murieron 15 estudiantes, pasando por la de la Escuela Primaria Sandy Hook, en 2012, con saldo de 28 muertos, hasta la ocurrida ayer en Monterrey, persisten patrones de comportamientos anómalos en estudiantes que al no detectarse a tiempo tienen consecuencias funestas.

Si bien la detección de estos comportamientos potencialmente peligrosos es responsabilidad familiar, es en las escuelas donde se concretan y, por tanto, es indispensable que haya programas de supervisión psicológica del alumnado no sólo para prevenir hechos tan lamentables como estas tragedias, sino incluso otros igual de negativos como el bullying, la drogadicción o el suicidio, por mencionar sólo algunos.

Si los avances tecnológicos se han puesto al servicio de la comunicación, primordialmente, la orientación escolar debe ampliar su concepto y funciones para hacer uso de ellos a fin de evitar más desgracias.

El cómputo en la nube

¿Qué hacer ante la situación actual en México?

La forma es fondo

Ya decía Jesús Reyes Heroles: “seremos inflexibles en la defensa de las ideas, pero respetuosos en las formas, pues en política, frecuentemente, la forma es fondo”. Como politóloga siempre abogaré más por el fondo que por la forma, por más responsabilidad social y menos marketing, especialmente en las campañas electorales. Es innegable el peso de la imagen y todos sus estímulos verbales y no verbales que los políticos envían cotidianamente.

Gracias a las redes sociales vivimos en campaña permanente, todo el tiempo a toda hora somos bombardeados con mensajes políticos tendientes a la obtención del voto, aunque los políticos juren que sólo dan a conocer sus informes de actividades o sus logros de gobierno, el hecho es que estamos permanentemente expuestos a mensajes de carácter político.

En el Estado de México las precampañas de la elección de gobernador iniciarán formalmente en enero, mientras que las campañas serán hasta abril de 2017, sin embargo aprovechando que están en el plazo legal para realizar sus procedimientos de selección interna de candidatos, los políticos llenan las redes sociales de fotografías y videos de los eventos de sus compañeros de partido que desean ser tocados por la mano que elige las candidaturas en sus respectivos institutos políticos.

Los mítines de campaña son escenarios cuidadosamente preparados, mientras que los eventos internos partidarios son un termómetro de actitudes y mentalidades de los militantes. Ambos eventos tienen un objetivo distinto, como distintas son sus formas y asistentes. Una fotografía cuenta una historia, parafraseando a Borges, es una imagen incompleta aunque no falsa de la realidad, algo similar pasa con un video, podemos dilucidar las actitudes de los militantes que asisten, observar la gesticulación y lenguaje corporal de quien tiene el uso de la palabra y de las reacciones que genera su discurso.

Resulta curioso observar a los militantes absortos en su teléfono celular mientras el orador dice cosas que deberían ser de su mayor interés, casi dormidos en la silla apenas logran captar algunas palabras del que habla, quien sabiéndose visto y grabado despliega todos sus recursos retóricos. Algunos preparan sus intervenciones públicas, otros no y eso es evidente, pocos son los que tienen habilidad para improvisar y salir avante, la mayoría cantinflea, dice cosas inapropiadas y tropieza. Independientemente de si preparan o no su discurso, la percepción es que no llegan a sus correligionarios y entonces parece una meta aún más difícil, llegar con su mensaje a los ciudadanos.

Aunque los partidos políticos gastan cifras millonarias en asesores ¿por qué el mensaje político no convence? La honestidad de intenciones no se puede fingir, no se puede persuadir a las personas con un discurso engañoso o hecho a modo porque “el cuerpo grita lo que la boca calla”. Cómo olvidar la rueda de prensa de Bill Clinton diciendo: “yo no tuve relaciones sexuales con esa mujer”, mientras su cabeza hacía un imperceptible gesto afirmativo, su boca decía una cosa y su movimiento corporal lo contradecía. El espectador no lo asimiló de manera consciente, no pensó: “miente porque movió la cabeza en un gesto afirmativo”, pero detectó a un nivel subconsciente que no había congruencia entre lo dicho y la expresión corporal del entonces presidente norteamericano.

Forma es fondo, es cierto, pero esto tiende a malinterpretarse, no se trata de entrenar o capacitar a los políticos para que mientan de manera convincente, la aspiración más alta es que exista congruencia y dotar a la política y al quehacer público de contenido, de responsabilidad social y ¿por qué no? de altos valores.

*Maestrante en Humanidades por la Universidad Autónoma del Estado de México

Propósitos de año nuevo

El último día de 2016 recibí el siguiente mensaje: “Feliz Año Nuevo, a pesar de Trump”, lo que me hizo pensar: ¿qué nos depararán los siguientes meses, una vez que asuma la Presidencia? El inicio de una nueva etapa demanda un período de transición.

Es lo que nos motiva a hacer listas de propósitos de Año Nuevo. Fijarse metas –en ocasiones más altas de lo que podemos alcanzar- que le den sentido a nuestra existencia o impongan retos para mejorar en alguna esfera de nuestra vida: profesional, relaciones interpersonales, viajes. Sentir que se puede tener control sobre la realidad, al menos en cierta medida.

¿Funciona? Para muchos podría tratarse tan sólo de la repetición de una serie de absurdos deseos que se quedan sólo en eso, sin la posibilidad de concretarse, como el típico: “bajar de peso”. Para otros, quizá, sean las primeras aproximaciones hacia sus más grandes objetivos. Si lo pensamos desde la Programación Neurolingüística, enunciar de forma positiva aquello que se desea es útil para decretar lo que se piensa, visualizarlo lo convierte en algo más accesible.

Hacer una lista a inicios de año es útil para enfocar las energías y para reconocer en qué áreas sí somos capaces de incidir, siempre y cuando se establezcan pequeños objetivos y, sobretodo, las estrategias adecuadas para lograrlos. La constancia es también una buena aliada, pero más allá de eso, el hecho de no mentirse al creer que los cambios pueden darse de manera milagrosa, o que al final del 2017 seremos otros.

*Maestra en Psicología, UNAM

¿Detrás de cada “grinch” hay un niño interior deprimido?

Con la navidad la gente corre presurosa a comprar todo lo necesario para la cena, viajan para reunirse con su familia o amigos. Están también los que prefieren “resguardarse” de esta época –y todo lo que implica- porque les resulta muy desagradable.

Hay quienes se tildan a sí mismos de “grinchs”, mostrando abiertamente su descontento por las compras compulsivas que suelen darse en estas fechas o ante la falsa “armonía” que se vende en los medios de comunicación.

Otro grupo importante lo constituye el de las personas que se deprimen, aumentando incluso el nivel de suicidios en estos meses. Pero, ¿por qué sucede que la gente se deprime en Navidad? Sin duda los factores son muchos: van desde las cuestiones económicas hasta la pérdida de seres amados, sumado a la nostalgia que suele despertarse en el mes de Diciembre.

Diciembre conlleva hacer un recuento de los meses pasados, y de los objetivos que se alcanzaron –o viceversa-; es una especie de cierre o pausa que nos confronta a pensar qué estamos haciendo, o dejando de hacer, en eso que se llama “perseguir la felicidad”.

Recuerdo que antes, cuando uno era pequeño –y la inocencia era mayor-esperar a que llegara Santa Claus, o el niño Dios, o los Reyes Magos con algún regalo revestía la época de alegría e ilusión. Y ver a la familia reunida, o al menos contar con la seguridad de que la mayoría de ellos estaría presente, confortaba, así como se siente bien comer algo cocinado por tu mamá o por tus abuelos.

Y al crecer, es quizá lo que más se añora: eso que se creía que estaría por siempre: las personas que siempre creíamos que nos acompañarían, los olores y los sabores, la ingenuidad…lo infantil y la seguridad que los adultos te hacían sentir. ¿Detrás de cada “grinch” se encontrará un niño interior deprimido?

*Maestra en Psicología, UNAM

¿Psicoterapia yo? Ni que estuviera loco

A pesar de que la psicología va adquiriendo mayor presencia en diferentes escenarios como el sector salud, el ámbito escolar, el área de recursos humanos en las empresas, aún es una ciencia joven en nuestro país, y es frecuente escuchar frases tales como: “¿ir al psicólogo yo? No, no lo necesito, eso es para los que están locos”, o: “lo mío no es tan grave, puedo cambiar en cualquier momento si yo me lo propongo”.

Estas afirmaciones manifiestan un profundo desconocimiento que refleja el temor y la renuencia a contarle a un desconocido lo más íntimo de nuestra vida. En una sociedad que castiga a aquel que se muestra vulnerable, no es de extrañar que para algunas personas el reconocer que necesitan atención psicológica conlleva un estigma social, ser señalados.

Todo es cuestión de enfoque y distancia. Hablar de distancia me hace pensar en una de las “trampas” de las que en ocasiones se sirve nuestra mente: el creer que “a mí no me va pasar”, creer que las experiencias “difíciles” le ocurren a los otros. Un ejemplo sería el de la madre que afirma: “El hijo de mi vecina se droga, pero el mío no tiene porqué caer en eso (es algo que está lejos de nosotros)”.

Pero problemas los tenemos todos, en diferentes grados. Y acudir a psicoterapia es útil no sólo para atenderlos, sino también para prevenirlos, pues al tratar con un profesional, obtenemos enfoques distintos de la situación. El psicólogo, a diferencia de un amigo, un sacerdote o la señora que lee las cartas, ofrece una escucha diferente, la posibilidad de organizar el pensamiento y reflexionar sobre tal o cual comportamiento, así como la oportunidad de expresar emociones reprimidas.

Es a partir de la distancia que el psicólogo tiene del paciente (por tratarse de alguien ajeno a su entorno inmediato), que se crea un vínculo terapéutico capaz de sostener al paciente y prepararlo para que reciba de la “mejor” manera posible lo que se le señala en pro de su salud mental.

En efecto, tomar psicoterapia no es cosa fácil, demanda valor, esfuerzo y tenacidad, pero contar con un espacio propio (en los 50-60 minutos por semana que pueda durar un sesión), donde lo más importante es uno y sus circunstancias, tiene más beneficios de los que se pueden aquí explicar. Después de todo se trata de una aventura para explorarse uno mismo, y quizá descubrir que todos tenemos algo de músicos, poetas y…

*Maestra en Psicología por la UNAM

Deyanira Morán, conductora de Prisma RU, se pregunta si México es un país de lectores.