¿Por qué compartimos nuestras vidas en las redes sociales?

Los seres humanos no sólo queremos vivir, la vida como tal no demanda más que la realización de algunas funciones biológicas básicas que cualquier organismo elemental o primitivo puede cumplir, la existencia tiene otras exigencias bastante más difíciles de satisfacer. En este mundo que nos tocó habitar, la entrada a las redes sociales se antoja como un requisito indispensable para existir, para que los demás sepan que pensamos, producimos, hacemos cosas más o menos importantes y que estamos plantados en el mundo.

Muchas personas usan las redes sociales como una herramienta que coadyuva para la venta de sus productos o servicios, otros más para compartir ideas de carácter político o social, estos tópicos se inscriben en la actuación pública de las personas. La mayoría de los contenidos que podemos encontrar son informativos o entretenidos y podrán ser interesantes, pero las entradas de blogs personales, las publicaciones en Facebook, los tuits y los videoblogs que ahora están de moda, no construyen conocimiento ni trascienden, se vuelven sólo un contenido más de los millones que se suben a internet todos los días y se pierden en esta realidad líquida. Nada permanece, todo es inmediatez y brevedad, sin embargo, no todo es vacuidad ahí están contribuyendo a generar opinión y a robustecer la libertad de expresión.

La otra cara de la moneda es el espacio privado o personal y cabe preguntarnos ¿qué orilla a la gente a compartir a veces aspectos muy íntimos de su vida?, ¿a decir que están deprimidos o incluso ventilar los problemas con su pareja? Son grandes preguntas que no tienen una sola respuesta, esta conducta podría tener su origen en la necesidad de ser reconocidos, aprobados y validados por los otros.

Mas allá de lo que todos ya sabemos, por ejemplo que un perfil lleno de selfies es propio de una persona con baja autoestima o que quienes comparten fotos y estados sobre lo felices que son en su relación en realidad se sienten inseguros y buscan la aprobación ajena; esos planteamientos, aunque tengan cierta cuota de verdad, se están volviendo lugares comunes para entender un fenómeno que es mucho más complejo. No debemos perder de vista que las redes sociales representan un espacio no de compañía, sino de no soledad, crean la ilusión de acompañamiento porque siempre hay alguien conectado, en teoría hay personas dispuestas a escucharnos, animarnos o acompañarnos en todo momento.

Si se comparte algo y pasan los minutos sin interacciones, es posible que nos empecemos a preguntar ¿qué está mal conmigo?, ¿por qué no opinan o comparten mi estado o tuit? Y entonces ¡ah! llega el alivio, la selfie recibió más de 250 likes y múltiples comentarios halagando nuestro atractivo físico, ese tuit cursi alcanzó más de 300 retuits y decenas de corazones indicando que gusta. Entramos en calma pues hemos recibido la aprobación de nuestros seguidores y, por lo tanto, hemos triunfado en las redes sociales y, en la embriaguez del momento, pensamos que casi hasta en la vida. Los individuos hacen catarsis, así de poderosas son las sensaciones que provocan las redes sociales.

Adicionalmente, nos permiten excluir todo lo negativo, podemos proyectar que somos más exitosos, felices y bellos de lo que en realidad somos. Nuestra comida es perfecta nunca está fría o salada, nuestras relaciones son cálidas, nunca hay apatía o cuestionamientos de qué hacemos en ellas, nuestro cabello está siempre perfecto, en suma todos los momentos de nuestra vida son gloriosos y dignos de recordar. Todo muy bonito, todo acorde con la mentalidad que priva actualmente y que indica que debemos potenciar lo bueno, ver en la calamidad la oportunidad, ser positivos y decretar bien para que nos vaya bien en la vida, lo que sea que eso signifique.

No obstante, la vida es complicada y no es justa, además somos seres de luces y sombras, nuestra fragilidad es a veces insoportable y nuestra vulnerabilidad no se diga. Tenemos miedo a mostrarnos, pero curiosamente decidimos compartir nuestra vulnerabilidad con esas legiones de extraños y conocidos que nos siguen en nuestras redes sociales. Es paradójico, es contradictorio, pero así es la naturaleza humana.

Construir relaciones personales demanda un gran esfuerzo cotidiano y un compromiso que no estamos dispuestos a establecer sobre todo porque implica mostrar el verdadero yo, sin máscaras ni filtros que cubran nuestros defectos o debilidades. El sociólogo Zygmunt Bauman construyó el concepto “modernidad líquida”, que plantea entre otras cosas, el fin de la era del compromiso mutuo, esa es la era que habitamos. Es también menos desgastante y al parecer se ha vuelto más gratificante la interacción social media, porque si algo no nos gusta o si alguien nos confronta lo podemos ignorar, bloquear e incluso eliminar, lo invisibilizamos y enviamos a un espacio de no existencia. Orwell diría que lo hemos transformado en una Nopersona; a fin de cuentas si no lo vemos o leemos en Facebook o Twitter ¿acaso esa persona existe?

No es posible defender el derecho a la privacidad sin antes entender que la privacidad es, en estos tiempos y en gran medida, una decisión. Vale preguntarse entonces ¿con qué me quedo si me vacío y me vuelco en esa realidad que he creado y que sólo existe en mi mente y en mis redes sociales?

*Maestrante en Humanidades y profesora universitaria.

Leonard Cohen: Una poesía, una voz, un instrumento y una canción

La culpa la tiene una guitarra Conde, hecha en España, en el gran taller del número 7 de la calle Gravina; un instrumento que adquirió hace más de 43 años y del que inhalaba la fragancia de cedro, de la madera viva. Decía que la madera nunca muere y ésta, a su vez, parecía decirle «Tú eres un anciano y no has dicho gracias, no has devuelto tu gratitud al suelo de donde surgió esta fragancia»…

La culpa la tiene su asociación y confraternidad con el poeta Federico García Lorca. Cuando era joven, un adolescente, y tenía hambre de una voz, estudió a los poetas ingleses y copió sus estilos, pero no pudo encontrar una voz. Sólo cuando leyó las obras de Lorca que entendió que había una voz. Él le dio permiso para encontrar una voz, para localizar una voz; es decir, un yo, un yo que no está fijo, un yo que lucha por su propia existencia.

La culpa la tiene entender que las instrucciones venían con esa voz. Las instrucciones nunca debían lamentar casualmente. Y si uno quiere expresar la gran derrota inevitable que nos espera a todos, debe hacerse dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza.

La culpa la tiene ser un guitarrista indiferente y golpear algunos acordes con sus amigos de la universidad, bebiendo y cantando las canciones populares o las canciones populares del día, sin pensarse como músico o como cantante.

La culpa la tiene un parque a principios de los años 60, visitando la casa de su madre en Montreal. Parque que había conocido desde su niñez, y donde había un joven tocando una guitarra flamenca, rodeado por dos o tres muchachas y chicos que lo escuchaban. Eso lo capturó.

La culpa la tiene un joven español que en tres clases de guitarra, puso sus dedos sobre los trastes y le enseñó la progresión de seis acordes en los que se basan muchas canciones flamencas. Para la cuarta sesión el maestro no regresó. No sabía nada sobre el hombre, de qué parte de España venía, por qué estaba en Montreal. No sabía por qué apareció allí en ese parque. No sabía por qué se quitó la vida.

La culpa fueron esos seis acordes. Ese patrón de guitarra ha sido la base de todas sus canciones y toda su música.

Y entonces tuvo una poesía, una voz, un instrumento y una canción. Gracias Leonard Cohen, porque todos somos culpables.

Texto basado en las palabras que pronunció Leonard Cohen al recibir el Premio Príncipe de Asturias, en 2011.

El amor en los tiempos de las redes sociales

Mientras me encuentro en el consultorio, atendiendo a los pacientes, me esfuerzo por mantener la atención libre y flotante, es decir, estar atenta a todo lo que ocurre: escuchar lo que me dicen los adolescentes o sus padres, descifrar los silencios también, percibir cómo se están sintiendo y si se les dificulta mucho expresar qué es lo que los motiva a pedir consulta. Me doy cuenta de que ahí está flotando algo más que sólo mi atención: la constante demanda de amor.

El amor del hijo que busca comprensión de sus padres, el amor en forma de amistad que esperan obtener los chicos de sus compañeros de escuela –¿o tal vez inclusión?-, el amor de pareja, el que se pierde, el que se busca y el que se encuentra ¿acaso no es el amor una de las mayores aspiraciones que perseguimos? Y no se trata de ponernos románticos sino que parte de la esencia humana es la mirada de los otros, ser reconocidos nos es fundamental. Es el miedo a perder el amor en cualquiera de sus formas, miedo a quedar excluidos lo que nos mueve.

Las redes sociales son un ejemplo a escala. Tras las atractivas formas de comunicación que representan se comercializa la idea de inclusión, de pertenencia. Nos “venden” un sentimiento de ser importantes para los demás, socialmente aceptados y felizmente vistos.

Es el amor en la era digital, el que se demuestra públicamente, el de las etiquetas en fotografías y experiencias cool, el de los estados sentimentales: “Fulanito tiene una relación con Zutanita”, el de los likes y comentarios que hacen que se eleve el sentimiento de aceptación. Después de todo se vale querer ser protagonistas de bellas historias por compartir.

La tarea es quizá compaginar eso que proyectamos a los demás con lo que realmente somos, lo que no se ve más que a través de la intimidad, de la cercanía. Porque el amor no sólo está en el aire, -como diría John Paul Young- ni en la web, está escondido de muy diversas maneras, esperando que lo sigamos buscando.

Carlos Fuentes: pilar de la literatura mexicana

El 11 de noviembre de 1928 nació Carlos Fuentes, escritor insigne de la literatura hispanoamericana. Su primer libro “Los días enmascarados” fue publicado en 1954. Como guionista hizo la adaptación de la novela “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo, para el cine. El coronel Lorenzo Gavilán personaje de su novela “La muerte de Artemio Cruz”, figuró también en la novela “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez.

En 1962 Fuentes publicó Aura, breve novela con temática fantasmagórica. Situada en la calle de Allende en el Centro Histórico de la Ciudad de México está la casa donde habitan Consuelo, la viuda de un coronel francés, y su sobrina Aura, dos mujeres extrañamente ligadas en una relación en la que pareciera que la más anciana domina a la más joven.

Viven en la oscuridad, rodeadas de gatos que maúllan pero que no existen, dos personas que parecen ser la misma y que arrebatan de pasión a Felipe Montero, antiguo becario en La Sorbona y profesor auxiliar en escuelas particulares por un mínimo sueldo y que, atraído con la promesa de un empleo que pareciera creado justo para él, perderá el control y quizá hasta su propia vida en su intención de seducir a Aura.

”Y cuando te estés secando, recordarás a la vieja y a la joven que te sonrieron, abrazadas, antes de salir juntas, abrazadas: te repites que siempre, cuando están juntas, hacen exactamente lo mismo: se abrazan, sonríen, comen, hablan, entran, salen, al mismo tiempo, como si una imitara a la otra, como si de la voluntad de una dependiese la existencia de la otra”.

En 2001, Carlos Abascal, secretario del Trabajo en el gobierno de Vicente Fox, consideró que Aura no era una lectura apropiada para los estudiantes de secundaria, en particular para su hija. Este gesto de censura provocó que las ventas de la novela se incrementaran de manera considerable. “Aura fue objeto de un acto de censura que yo agradezco, porque gracias a esa censura se multiplicaron las ventas del libro”, dijo Fuentes en la Feria del Libro de Guadalajara en 2008.

Autor de cuentos, ensayos, críticas de arte, artículos periodísticos y obras de teatro cursó estudios de derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México, institución que le confirió el grado Doctor Honoris Causa en 1996.

Asimismo, la Secretaría de Cultura federal y la UNAM crearon en 2012 el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en el Idioma español, galardón que fue otorgado en su primera edición al escritor peruano Mario Vargas Llosa. Este año, le fue concedido al poeta Eduardo Lizalde.

Lic. en Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM

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Correr es sentirse libre

Es nuestro momento…

No sirve de nada el temor. Sólo nos debilita. El hecho está dado: hay un nuevo presidente de Estados Unidos, hostil hacia México.

Ahora la única opción sensata es asumir la realidad, reagrupar fuerzas y entender que México es grande y que las mexicanas y los mexicanos lo somos mucho más.

Es el momento de las cámaras y de las asociaciones civiles, de las universidades. Hay que abogar por la coherencia.

Hay que centrarnos en nuestras capacidades. En lo que tenemos. En nuestras fortalezas que son muchas y enfocarnos en cómo capitalizarlas al máximo.

A nivel personal, empecemos por abrir el diálogo en la casa y en la oficina. Expliquemos que la preocupación y el desánimo o aún peor, el odio y el rencor sólo nos debilitan y nos hacen más vulnerables.

Es el momento del trabajo duro y de la calidad.
El momento de creatividad e innovación.
El momento de reagrupar y echar mano de nuestras fortalezas, talento y recursos.
El momento de construir una nación más fuerte, más unida, más coherente.

Mentiroso, mentiroso… conoce quién miente más

 

 

Esclavos del celular

La escena de varias personas alrededor de una mesa inmersos en su teléfono celular, atentos a las notificaciones o “conversando” con algún pretendido, amigo, el jefe o hasta un cliente, hace evidente la utilidad de los smartphones para comunicarse en tiempo real, y sobre todo, su carácter de objetos que nos “facilitan” la existencia.

Los tiempos han cambiado –probablemente lo seguirán haciendo de un modo vertiginoso-, y con ellos la tecnología, capaz de acercarnos a seres queridos que viven a kilómetros de distancia, o por el contrario, alejarnos –paradójicamente- de aquéllos que están a tan solo unos metros de nosotros, incluso en la misma habitación.

Tal y como si se tratara de una extensión del Yo, hay quienes se preocupan por la funda con que lo “vestirán”, o quienes se sienten sumamente ansiosos si no lo portan, dependiendo de él para casi todo: desde jugar o ver películas mientras se transportan hasta consultarlo para que les indique cuál ruta tomar hacia su destino. A pesar del riesgo que representa utilizarlo mientras se conduce -y pese a las disposiciones del nuevo reglamento de tránsito de la CDMX-, su uso no parece disminuir.

Ahora la preocupación es mayor por perder la señal wi-fi, que por la entonación o los gestos que pudieran acompañar lo que decimos–escribimos-, en la interacción con los demás ¿Será, por ejemplo, que un emoticón refleja en realidad lo que se siente? En una ocasión una amiga me comentó tras recibir mensajes de texto de un galán: “¿por qué no inventan más caritas de pena en el chat?, porque las que existen ya no me alcanzan”.

Así que si de facilitarnos la existencia se trata, que el celular sea tan sólo herramienta y no extensión. Si alguien, después de leer este post, toma su teléfono para citar a alguien a tomar un café o ir al cine, no olvide “desconectarse” un rato del aparatito ese.

*Egresada de Maestría en Psicología de la UNAM

Los retos de la experiencia docente en la era de los Millennials

Tiempos extraordinarios nos han tocado vivir, la revolución tecnológica y las redes sociales cambiaron no sólo nuestro estilo de vida sino también nuestra manera de interpretar y entender el mundo.

En las aulas universitarias es una odisea que los jóvenes guarden su celular durante las horas clase, sienten que están perdiéndose la vida entera, que todo lo que pasa afuera del salón, allá en ese mundo que ven y leen en las pantallas de sus teléfonos celulares es mucho mejor que lo que ocurre en el momento presente.

Los universitarios Millennial tienen acceso al mundo en la palma de la mano y sólo usan el dispositivo electrónico para conectarse a Facebook, Twitter, Snapchat Whatsapp y demás redes sociales que estén de moda; la inmediatez de los mensajes breves se mezcla con el exceso de información que mantiene saturadas sus mentes.

No falta el alumno que disimulada o abiertamente saca el celular, levanta la mano y confronta al maestro: “lo que usted dice está mal, las cosas son de otra manera, está en internet”.

“Lo dice internet” es un eufemismo para decir que lo leyeron en Monografías, Buenas tareas o El rincón del vago y en su imaginario tiene más peso la opinión de quienes, con dudoso o nulo rigor científico, contribuyen con contenidos a esas páginas que lo que uno puede aportar a pesar de poseer una trayectoria académica y profesional sólida; vivimos en un mundo en el que se ha dado por llamar a los maestros “facilitadores”, no maestros, sólo eso, facilitadores de conocimientos, como si uno no tuviera nada que enseñar.

La comunidad académica se resiste (y con razón) a aceptar una descripción tan reduccionista del complicado y arduo trabajo que representa ser maestro de educación superior.

Un reto académico vinculado al exceso del uso de internet tiene que ver con la investigación y la producción científica, los jóvenes piensan que todo está en internet y que pueden usar la información libremente como si fuera de autoría propia. Primero, no todo está en internet, si bien el Acceso abierto ha facilitado el quehacer académico, las bibliotecas siguen siendo indispensables y lo ideal es que las consultas físicas y virtuales se combinen porque son complementarias.

Nuestra obligación es orientarlos para que aprendan a distinguir las fuentes pertinentes de las que no lo son, no es lo mismo y no da igual consultar y citar un artículo de la Wikipedia que un material de Redalyc o de SciELO. Por otra parte, no todo lo que está en internet se puede usar libremente y en este punto entramos al tema del plagio que es motivo de gran preocupación para cualquier comunidad académica, motivo por el cual la tolerancia cero ante este comportamiento deshonesto se ha vuelto norma. No hay grandes o pequeños plagios, todos son igual de graves y el papel de los maestros ante aula implica concientizar y formar bajo criterios de honestidad académica y de ética profesional.

Ser maestro universitario en tiempos de los Millennial es complicado, sin embargo los jóvenes nos obsequian su particular manera de observar este mundo que cambió tan rápido, que rompió nuestros esquemas y que los adultos sólo podemos comprender en parte; nos enseñan a adaptarnos y habitar este mundo que muchas veces nos es desconocido, ni más ni menos. Enseñar es aprender y es trascender ¿qué puede haber en la vida que sea más gratificante?
*Estudiante de la Maestría en Humanidades, área de Estudios Latinoamericanos en la Universidad Autónoma del Estado de México

¿Por qué no le dieron el Nobel a Murakami?

Las ideas aquí expresadas son responsabilidad de sus autores y no reflejan los puntos de vista de la UNAM

¿Por qué a los jóvenes ya no nos interesa la política?

Las ideas aquí expresadas son responsabilidad de sus autores y no reflejan los puntos de vista de la UNAM

De batallas, estrategias y muertes

Sobrevivió a la primera escaramuza. Varios compañeros cayeron. Estar menos equipado no le impidió escabullirse mediante hábil maniobra. Estaba a salvo.

La orden del walkie talkie: mantenga posición. Envío refuerzos.

La infantería rival pasó sin verlo. Nada intentó. No gastó una bala. Apretó el rifle. Murmuró:

—Líder en la mira. Distraigan por flanco derecho. Tengo una oportunidad…

—Aguarde. Va caballería.

Agazapado, esperó. La batalla atronaba. El sudor lo cubría. Retumbar de cascos: la ayuda, la distracción necesaria. Los guardianes del emperador disidente enfilaron hacia los caballos.

Estrategia adecuada. Objetivo visible. Se irguió. Levantó el arma. Apuntó directo al corazón.

El rey, sorprendido, lo vio directamente a los ojos adivinando su destino. Sus miradas se cruzaron. La suerte estaba echada:

¡Jaque mate!

La enfermedad mental no es un estado en Facebook

Este domingo se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental y, como cada año, se busca crear conciencia sobre la importancia de prevenir y atender los trastornos mentales. Pero, ¿cómo se encuentra nuestro país en esta materia? La psicóloga de la UNAM, Cony Zamora, lo explica:

Para comenzar, de acuerdo con el Informe sobre el Sistema de Salud Mental en México, coordinado por la Organización Mundial de la Salud (IESM-OMS, 2011), del total del presupuesto que se asigna al rubro de la salud, solamente el 2 por ciento es orientado a la salud mental, enfocándose sobre todo a los hospitales psiquiátricos, por lo que las acciones dirigidas al trabajo comunitario se ven reducidas.

Esto significa que tras la posibilidad de que un paciente reciba la atención especializada pudo haber atravesado ya por un largo recorrido con distintos médicos –o hasta curanderos-, en el que los síntomas pudieron agudizarse, o incluso recibir un mal diagnóstico o un tratamiento equivocado.

Actualmente, cuestiones tales como la depresión, el consumo de drogas, la violencia y el alto índice de suicidios nos desbordan, sin mencionar que la edad de incidencia es cada vez más temprana, siendo los niños y los adolescentes son los más vulnerables. El trabajo por hacer aún es arduo, como sistema y como sociedad, desde las políticas públicas pero también desde las propias “trincheras”.

Si bien es cierto que no hay que generalizar, tampoco se puede negar una de las tendencias que como mexicanos poseemos, de atender las situaciones hasta que nos vemos rebasados por ellas, como quien acude al dentista hasta que le duele la muela. ¿Qué podríamos esperar sobre una visita al psicólogo o pensar en solicitar una consulta psiquiátrica?, cómo explicarle a un desconocido: “me duele aquí”, “tengo esta emoción que no sé cómo manejar”, “creo que esta situación me sobrepasa”

Como alguna vez escuché: la enfermedad mental no es un estado en Facebook, algo que va a pasar, se trata de un problema que requiere, además de la atención especializada de un profesional, la empatía de aquellos que rodean al paciente, de esa capacidad –cada vez más puesta a prueba- de poder reconocer a ese otr@, tan similar a nosotros mismos, que está sufriendo, y que puede tratarse de nuestro vecino, de un compañero de trabajo, de un amigo, un familiar, o de nosotros mismos, la voz que está haciendo un llamado: necesito ayuda.

Quizá la estigmatización y la exclusión son los principales síntomas que hay que seguir trabajando colectivamente en pro de una de las mejores inversiones de nuestra vida: su calidad.

*Egresada de Maestría en la Facultad de Psicología de la UNAM

Litvak King, a 10 años de su partida

Hace diez años dejó de latir el corazón de un hombre sabio. Ese enorme corazón movía al genio y figura del doctor Jaime Litvak King, el “Doc”, como le decían sus amigos, discípulos y colaboradores. No le gustaban los protocolos.

Fue mi jefe durante diez años en el Periódico Humanidades de la UNAM. Son muchas cosas las que se extrañan de un ser humano tan increíble como él: su voz profunda y grave retumbando todo; cuando nos quedábamos a comer con él en los cierres de edición, lo regañábamos por comer chatarra y tomar cantidades industriales del mejor café. Extraño la tortura con ciertas elecciones de música que no me gustaban, se divertía haciéndolo, ese grito: “¡Venga niña, a oír esto! ¡Hermoso! ¿Verdad?”.

Era un melómano incurable, poseía cientos y cientos de discos de todos los géneros y de todas partes del mundo, que hoy son parte del acervo fonográfico del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.

Lo recuerdo y lo recordaré siempre hablando de cualquier tema con sabiduría, transmitiendo sus conocimientos a sus alumnos y a quienes no lo éramos, atesoraré esa imagen de hombre erudito, amable, honesto, bromista, generoso, de convicciones firmes e inquebrantables, de un universitario comprometido, amante del futbol, un Puma de corazón. Creo que así lo recordamos todos los que tuvimos el honor de conocerlo.

Litvak King nació en la ciudad de México el 10 de diciembre de 1933. Se graduó como arqueólogo de la Escuela Nacional de Antropología e Historia en 1963. Maestro y doctor en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó también estudios en las universidades de Indiana, Pennsylvania, Cambridge, y Fondazione Lerici. Fue pionero en México de la aplicación de métodos cuantitativos y de la introducción de la computación aplicada a la arqueología.

Fue director y fundador del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. En 1996, recibió el Premio Universidad Nacional en Docencia en Investigación en Humanidades. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas en 1998. Una de las labores poco conocidas fue la desarrollada como coordinador de las brigadas de rescate y de información de fallecidos en el Centro Médico de Ciudad Universitaria, durante el sismo de 1985, en la Ciudad de México. Esta tarea humanista, le fue reconocida por el Gobierno de la República, con la distinción 19 de Septiembre al “Valor Heroico”. En Radio UNAM fue conductor y productor de dos programas: “Espacio Universitario” y “La música en la vida”.