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Esclavos del celular

La escena de varias personas alrededor de una mesa inmersos en su teléfono celular, atentos a las notificaciones o “conversando” con algún pretendido, amigo, el jefe o hasta un cliente, hace evidente la utilidad de los smartphones para comunicarse en tiempo real, y sobre todo, su carácter de objetos que nos “facilitan” la existencia.

Los tiempos han cambiado –probablemente lo seguirán haciendo de un modo vertiginoso-, y con ellos la tecnología, capaz de acercarnos a seres queridos que viven a kilómetros de distancia, o por el contrario, alejarnos –paradójicamente- de aquéllos que están a tan solo unos metros de nosotros, incluso en la misma habitación.

Tal y como si se tratara de una extensión del Yo, hay quienes se preocupan por la funda con que lo “vestirán”, o quienes se sienten sumamente ansiosos si no lo portan, dependiendo de él para casi todo: desde jugar o ver películas mientras se transportan hasta consultarlo para que les indique cuál ruta tomar hacia su destino. A pesar del riesgo que representa utilizarlo mientras se conduce -y pese a las disposiciones del nuevo reglamento de tránsito de la CDMX-, su uso no parece disminuir.

Ahora la preocupación es mayor por perder la señal wi-fi, que por la entonación o los gestos que pudieran acompañar lo que decimos–escribimos-, en la interacción con los demás ¿Será, por ejemplo, que un emoticón refleja en realidad lo que se siente? En una ocasión una amiga me comentó tras recibir mensajes de texto de un galán: “¿por qué no inventan más caritas de pena en el chat?, porque las que existen ya no me alcanzan”.

Así que si de facilitarnos la existencia se trata, que el celular sea tan sólo herramienta y no extensión. Si alguien, después de leer este post, toma su teléfono para citar a alguien a tomar un café o ir al cine, no olvide “desconectarse” un rato del aparatito ese.

*Egresada de Maestría en Psicología de la UNAM