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- Dos neurocientíficos observan su impacto en el cerebro humano.
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- “la música representa un mecanismo para activar y regular las emociones mediante la interacción de los sistemas más antiguos de recompensa, valoración (circuitos subcorticales) con mecanismos más filogenéticamente avanzados de percepción y cognición (circuitos corticales)”.
El neurofisiólogo Hugo Merchant Nancy, del Instituto de Neurobiología de la UNAM, campus Juriquilla, junto con su colega, el neurocientífico cognitivo Robert Zatorre, del Instituto Neurológico de Montreal de la McGill University de Canadá, dictaron la conferencia “Las neurociencias de la música y por qué la amamos”, organizada por El Colegio Nacional.
Juntos emprendieron un viaje a través de los circuitos y zonas del cerebro que se activan cuando escuchamos música. Destacaron que la activación cerebral asociada a la percepción del ritmo de la música, no solo sucede en el cerebro humano, sino también en el de algunas aves, como las cacatúas, al igual que en el de algunos mamíferos, como los lobos marinos, por citar solo dos ejemplos.
El neurocientífico mexicano Hugo Merchant compartió —desde su laboratorio internacional sobre el cerebro, la música y el sonido en Juriquilla— cómo se trabaja la percepción e inducción al ritmo en primates. Explicó que la siguiente estructura: nota musical, forma de onda continua, forma de onda discreta, ritmo, pulso, estructura métrica y respuesta motora, pasa por el cerebro y genera un impulso que lleva a mover el pie o la cabeza.
La indagación en el cerebro mediante modelos
Cuando el doctor Hugo Merchant trabaja con monos, asigna varias tareas para conocer cómo es que el cerebro sigue el ritmo utilizando recompensas en intervalos de tiempo.
Destaca que su hipótesis “consiste en que los monos tienen un circuito audio motor que es similar al del humano. Tienen una corteza auditiva primaria y secundaria que se conecta con las cortezas parietales de asociación, y a su vez se conectan con un sistema premotor que incluye las cortezas premotoras mediales y que forman un loop con los ganglios basales para cuantificar el tiempo”.
Lo que hacen es entrenar a monos en tareas de sincronización, quienes producen tres intervalos de sincronía con el metrónomo y luego continúan su respuesta temporalizando su conducta de manera endógena. Para este estudio en particular, se les da recompensa si el periodo entre los intervalos producidos es similar al del metrónomo.
Posteriormente, asignan rutinas y observan. La primera tiene que ver con la predicción de la conducta, el tiempo entre el estímulo y la respuesta del animal. Para intervalos que van de 400 milisegundos hasta 100 milisegundos de la oscilación del metrónomo, el animal hace un trabajo excepcional. La predicción del animal es muy buena, el error es cercano a cero.

Otra conducta importante es entender cómo es que el animal resuelve las tareas en términos del movimiento de todo el cuerpo. Para eso se analizan los videos ejecutando esas tareas, lo que permite generar un perfil de velocidad en función del tiempo para cada una de las articulaciones del brazo, el tronco y la cabeza.
Sus observaciones arrojan que los monos son capaces de sincronizarse a ritmos sencillos, como el compás de la marcha.
En el caso del humano, destaca el doctor Merchant, este circuito audiomotor es mucho más complejo; hay más conexiones y una capacidad rítmica mucho mayor. “Los monos tienen preferencia por estímulos visuales, en cambio los humanos se inclinan más hacia los estímulos auditivos”.
A lo largo de sus investigaciones, ha podido observar que la cuantificación del ritmo depende de un mecanismo neuronal que se encuentra en el sistema premotor de los primates.
Poblaciones neuronales en esta área se activan generando una representación cíclica que no solo mide el tempo del ritmo, sino que también coordina los comandos para que el brazo se mueva de manera predictiva.
Algunos datos musicales
Ciertas hipótesis señalan que la música ha estado presente en todas las culturas humanas desde hace miles de años. Y en nuestra era se pudo datar uno de los instrumentos más viejos conocido, una flauta hecha de hueso de buitre que tiene cerca de 40 mil años, hallada en la cueva Hohle Fels, en Alemania.
La música es definida por los neurocientíficos como el arte de crear y organizar sonidos y silencios, respetando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo, mediante la intervención de complejos procesos emocionales.
Para Pablo Rudomin, neurofisiólogo mexicano del Centro de Investigación y Estudios Avanzados, “es a través de las neurociencias que se puede entender cómo simples patrones de sonido pueden evocar respuestas tan intensas y placenteras, que conectan al cerebro con la experiencia estética y emocional que la música ofrece”.
La relación música-emoción
Por su parte, el neurocientífico argentino Robert Zatorre estudia en su laboratorio cuál es el engranaje que se activa para sentir placer musical. Destaca que, al escuchar música, el cerebro activa circuitos de recompensa en zonas que se disparan cuando hay estímulos para sobrevivir; el neurotransmisor dopamina está implicado en estos procesos.

Agrega que la interacción entre la corteza auditiva y el sistema de la recompensa está reducida en los anhedónicos musicales, mientras que dicha zona aumenta en los hiperhedónicos.
Gracias a las observaciones y mediciones que ha hecho en su laboratorio, sobre la activación de zonas específicas del cerebro cuando este se expone a la música, concluye que:
Zatorre basa sus estudios en el sustrato neuronal de la cognición auditiva con énfasis en habilidades complejas y característicamente humanas.
Él y sus colaboradores han publicado artículos científicos como “La percepción del tono” y “El tono absoluto”, entre otros; además, es autor y coautor de libros como From Perception to pleasure: The Neuroscience of Music and Why. We Love It y The Cognitive Neuroscience of Music, entre otros títulos donde se pueden conocer de manera más detallada sus estudios