El tener un sueño continuo durante la noche es importante para el óptimo desarrollo del sistema nervioso, debido a que cada etapa tiene una función en el cerebro, útil para la reparación de todo el cuerpo.
Mediante polisomnografías, estudios del comportamiento cerebral durante el sueño, los investigadores han logrado distinguir diferentes etapas del mismo, siendo la más relevante para el desarrollo humano la de Movimientos Oculares Rápidos, etapa en el que se experimentan los sueños.
“Durante la etapa uno y dos, apenas nos empezamos a dormir, son estados de somnolencia y todavía se alcanzan a percibir estímulos del ambiente”, explica la maestra Diana de la Orta Pérez, de la Clínica de Trastornos del Sueño de la UNAM.
Cada etapa tiene una función en nuestro cerebro, por lo que es necesario el desarrollo continuo de todas a lo largo de la noche, por ejemplo, en la tercera etapa es donde se restablece todo el cuerpo y si se tiene cubierta en su totalidad, al día siguiente el rendimiento será óptimo.
En la cuarta etapa ocurre el sueño MOR, es decir la primera vez en que se sueña durante la noche. Con esto, el ciclo se cierra y comienza uno nuevo con todas las etapas. La especialista precisa que durante toda la noche tenemos varios ciclos de sueño.
Cuando uno se desvela, se interrumpen los ciclos de sueño MOR, importantes para la recuperación del cuerpo y consolidación de la memoria. Este tiene mayor duración al final de la noche, por lo que su interrupción podría afectar la atención y retención de información al día siguiente.
Sueño infantil
Los niños duermen más que los adultos y su patrón de sueño también es diferente, además es cambiante a lo largo del desarrollo. De los 0 a 3 meses de vida necesitan dormir aproximadamente 17 horas, más que uno de 4 a 7 meses a esta edad, debido a la función del sueño en el desarrollo del cerebro.
“A los seis meses aproximadamente, se va estableciendo un periodo de sueño similar al del adulto, con algunas siestas de quince a treinta minutos. A partir de los dos años, edad en que los padres comienzan a dejar al niño en otra habitación, empiezan algunos problemas debido a que el infante no quiere dormir, sale de su cama y va con los padres o llora por un sentimiento natural de desapego”, comenta la maestra de la Orta.
Los niños en edades de tres a seis años deben dejar de hacer siestas paulatinamente. En cambio, los niños en etapa escolar deben dormir en promedio un máximo de 11 horas. Tener un buen sueño es importante para los niños porque es el momento en que su organismo produce la hormona de crecimiento.
Sin embargo, algunos pueden presentar trastornos del dormir, con afectaciones no solo en su comportamiento sino en el funcionamiento de su organismo. Un niño que no duerme bien tendrá problemas de aprendizaje y memoria, elementos que se desarrollan durante la etapa 3 de sueño y de sueño MOR.
Causas del insomnio
Algunos comportamientos que pueden relacionarse con el insomnio infantil son similares a un capricho, por ejemplo, el niño no quiere ir a la cama y protesta, llega a necesitar la presencia de los padres para dormir o durante el día se muestran irritables.
Este comportamiento llega a confundirse con el trastorno de hiperactividad, pues a consecuencia de un mal descanso, se puede sufrir ansiedad e incluso depresión, así como una necesidad de recuperación del sueño perdido, así como falta de motivación y alteraciones cognitivas”, advierte la maestra.
Para atender el problema, la especialista sugiere dejar llorar al infante en su habitación, entrar un minuto después para tranquilizarlo y volver a salir. En ocasiones subsecuentes, se recomienda tardar un poco más en regresar con el niño y sobre todo, el trabajo en equipo entre los padres y familiares que convivan con el infante para que funcione, porque también es cansado para los adultos.
Es importante también evitar que los niños ingieran comida chatarra alta en azúcares o irse a dormir con los dispositivos electrónicos, porque su cerebro estará en estado de alerta en vez de prepararse para el descanso. El insomnio infantil también puede deberse a una alteración neurológica o a un ambiente familiar bajo estrés o violencia.