Se cree que la mayoría del agua consumida en Ciudad de México y área metropolitana proviene de sitios distantes, pero en realidad el 67 por ciento se extrae de acuíferos locales y el resto del sistema Lerma-Cutzamala. De este total, de un 30 a un 40 se pierde en fugas. A fin de resolver el problema de un recurso que comienza a ser insuficiente para 22 millones de capitalinos, la pregunta no debería ser de dónde traer más, sino cómo detectar y reparar estas filtraciones; tan sólo eso nos evitaría el costoso proceso de trasladar líquido desde lejos, dijo Cecilia Lartigue, coordinadora del Programa de Manejo, Uso y Reúso del Agua en la UNAM, o PUMAGUA.
Para la maestra en Ciencias, aunque la última opción parece algo difícil y una tarea siempre en proceso debido a que vivimos en una urbe que, al hundirse, genera irregularidades en el suelo y rompe tuberías subterráneas, llevarla a cabo sería mucho menos costoso a mediano plazo que la opción de abastecernos de otras cuencas, pues ello implica no sólo hacerla subir el recurso los dos mil 200 metros a los que se eleva la CDMX, sino dañar a las comunidades y alterar los ecosistemas de los lugares de donde se retiraría.
A fin de mostrar que esta remediación es posible, el PUMAGUA tiene un sistema basado en geófonos, correladores y medidores que, a partir del cálculo del consumo hídrico en distintas entidades universitarias detecta si hay pérdidas y, mediante diferentes técnicas, “escucha” dónde se dan los derramamientos para así repararlos.
“De esta forma tenemos información puntual sobre cuanta agua entra en los edificios. ¿Cuál es el truco? Si vemos un consumo entre 11 de la noche y seis de la mañana, es una fuga. En nuestras gráficas los consumos se ven como picos y las filtraciones como una constante; por ende, esto es señal de alarma. La clave es monitorear siempre”.
Según Lartigue Baca, esta estrategia es tan efectiva que habían pasado pocos días desde su puesta en marcha cuando el PUMAGUA localizó un desperdicio severo en la Facultad de Economía de CU de 10 litros por segundo, la cual databa de años y que la gente escuchaba bajo sus pies, pero tomaba por ruido de drenaje. “De inmediato se reparó con ayuda de nuestros grandes aliados, la Dirección General de Obras y Conservación de la UNAM, y aunque en esa ocasión fue fácil hallarla, usualmente esto implica una labor casi detectivesca, pues todas estas filtraciones son subterráneas y no pueden verse”, explicó.
Para actuar de forma oportuna, se ha instrumentado un semáforo donde si las lecturas marcan rojo se trata de un derramamiento grave que debe ser atendido sin demora, si el tono es amarillo todo apunta a uno medianamente importante a considerarse y el verde se destina a filtraciones insignificantes y muy caras de buscar. “Según el color damos aviso a las dependencias; de esta manera hemos logrado disminuir las fugas en la Universidad a la mitad”.
A decir de Lartigue, la UNAM no es microcosmos cerrado, sino un espacio que debe compartir lo generado en sus aulas y laboratorios con la sociedad, por lo que este sistema, así como otras propuestas del PUMAGUA, no sólo se aplican en CU, la FES Aragón, el campus Juriquilla y el CRIM de Morelos, sino que se comparten con la Universidad Autónoma de Baja California Sur, con diversas comunidades del país a través del Programa de Apoyo al Desarrollo Hidráulico de los Estados de Puebla, Oaxaca y Tlaxcala (PADHPO), y con los vecinos de la unidad habitacional Los Rojos, en la delegación Venustiano Carranza, Ciudad de México.
Sobre esta última experiencia, la académica señaló que aún no se tienen resultados pues antes es preciso lidiar con muchos de los inquilinos, quienes creen que si reportan altos consumos les pueden clausurar una toma, cuando en realidad lo único que se les pide es que tengan control sobre los medidores y el líquido.
“Desde el nacimiento de PUMAGUA (en 2008) a la fecha, hemos visto que lo más difícil es convencer a la gente de actuar en favor del agua y de que al hacerlo, se benefician. Atender fugas es relevante para solucionar el problema hídrico de la urbe, pero no lo único. Éste es sólo un aspecto, pero la estrategia debe ser mucho más integral”.
La complicada relación de los capitalinos con el agua
Entre ingenieros y arquitectos se suele decir, en son de chanza, “qué bueno que los mexicanos no diseñaron París, ¡hubieran entubado el río Sena!”, y esto que se cuenta como broma, para Cecilia Lartigue revela uno de los aspectos que hacen que los capitalinos sean personas con una relación poco cercana con el agua.
“Los aztecas tenían un vínculo estrecho con los cinco lagos de la cuenca; después, los españoles hicieron grandes esfuerzos por desecarla y, a raíz de ello, metimos casi 60 ríos en tubos. De aquel paisaje sólo nos quedan humedales importantes como Xochimilco o el Río Magdalena, pero perdimos nuestra capacidad de ver cómo los ecosistemas y nuestro entorno dependen de estos cuerpos acuosos”.
Quizá por esto, expuso la académica, los habitantes de la CDMX tienen una postura muy diferente sobre el tema que el resto de los mexicanos, como demostró un cuestionario aplicado por el programa universitario, pues al pedir a los encuestados asociar palabras al concepto “agua”, los capitalinos señalaban “sucia” y “escasa”, mientras que la gente del resto del país expresaba “salud” y “vida”.
Sin embargo, si estas personas vieran cómo el líquido es el sustento mismo de los ecosistemas o si supieran que la cantidad necesaria para abastecer al área metropolitana equivale a llenar tres piscinas del tamaño del Estadio Azteca cada día, cambiarían su actitud. Por ello, estoy en favor de aquellos proyectos que buscan sacar a los afluentes del tubo, como el del arquitecto Elías Cattan, quien está reabriendo el Río de la Piedad, hoy conocido como el Viaducto, y creando humedales al lado de donde corren los automóviles, añadió.
Sobre el impacto de esta última iniciativa, la coordinadora del PUMAGUA señaló que más que dar soluciones, su fin es didáctico y una forma de mostrar a los capitalinos cómo funciona nuestro ecosistema. Esfuerzos de este estilo así ayudarían a que cada vez más personas entiendan lo crucial del manejo del suelo y el ordenamiento territorial, ya que el 80 por ciento del agua de nuestros acuíferos se infiltra de las sierras del sur, zona deforestada a una tasa de más de dos mil hectáreas al año y con numerosos asentamientos irregulares, ambos fenómenos que deberían frenarse de inmediato.
“Extraemos de nuestros acuíferos más o menos el doble de lo que recargan de manera natural; si tuviéramos una cultura en este renglón, veríamos la importancia de poner atención en cada uno de estos aspectos, pero no la hay y de ahí tal vez la indolencia”.
La politización, un lastre a vencer
Para Cecilia Lartigue, es indudable que el acceso al líquido se ha convertido en un factor de desigualdad social, como demostró un estudio del PUMAGUA al registrar que mientras hay áreas de la delegación Venustiano Carranza con un consumo diario de 40 litros por habitante, en zonas de la delegación Miguel Hidalgo y de Coyoacán hay quienes usan, individualmente, hasta 400 litros al día.
“Estas disparidades marcan brechas que comienzan a acortarse por la seriedad del asunto, pues si bien las zonas marginadas reciben el líquido por tandeo, lo mismo ha comenzado a aplicarse en ciertas áreas de la delegación Benito Juárez. Las repercusiones comienzan a afectar a todos, aunque las poblaciones de escasos recursos siguen recibiendo menos agua y, casi siempre, de peor calidad”.
Por esta razón, si queremos hallar una solución es indispensable que la gente reduzca sus consumos y modifique sus hábitos, así como promover aditamentos y muebles ahorradores, y usar vegetación local en los jardines pues se trata de flora que necesita menos riego. Cualquier cosa que ayude a aminorar la demanda ayuda, argumentó.
Sobre si hay esperanzas de solucionar este problema, Lartigue señaló que sí, pero ello implica adoptar visiones de largo plazo y, sobre todo, que el tema deje de politizarse. ¿Cómo mejorar el servicio del agua? O hay más inversión de la Federación o se aumentan las tarifas, y tampoco hay que solapar más asentamientos en las zonas de recarga, aunque ello implique pérdida de votos, todas esas son acciones, por más severas que parezcan, a realizarse sin demora.
“Como se puede ver, la solución no depende de una sola cosa, es algo integral: son los tubos, el uso de suelo y la actuación de los usuarios. La solución nos toca a todos y no lo digo empleando las fórmulas demagógicas de siempre: aquí hay responsabilidades muy claras de qué toca a cada uno y esto es algo insoslayable”.