- En la Ciudad de México se han realizado cambios en diversos escenarios de la ciudad que pueden catalogarse como procesos gentrificadores.
PROCESOS DE GENTRIFICACIÓN EN LA CIUDAD DE MÉXICO EN EL SIGLO XXI

El fenómeno de la gentrificación se ha convertido en un concepto de moda en las ciencias sociales, en la política y en la vida cotidiana en general. Casi todas las personas hablan hoy de “gentrificación” y –muchas veces– lo hacen desde concepciones erróneas. Es cierto que la Ciudad de México ha pasado en la última década –incluso antes– por procesos de transformación urbana y cambios que han afectado las formas de vida de sus habitantes, sus consumos y prácticas cotidianas en los territorios que habitan; pero no todos ellos son resultado de procesos de este tipo. La gentrificación se ha definido como un fenómeno urbanístico a través del cual, territorios, barrios y lugares que han tenido usos más tradicionales y/o populares se modifican a partir de iniciativas de intervención (estatal o privada) que provocan que estos espacios adquieran más plusvalía y se vuelvan más atractivos para grupos sociales de mayor nivel adquisitivo. Michael Janoschka plantea que con este proceso ocurre una “metamorfosis de la ciudad consolidada, que se manifiesta a partir de la actividad inmobiliaria; la llegada de nuevos colectivos y su iconografía en el espacio público, tiene ganadores y perdedores […]; de manera más trascendente, implica el desplazamiento, la expulsión y la exclusión de habitantes con bajo poder adquisitivo, ya que éstos, al igual que sus prácticas cotidianas, suponen una barrera para la extracción de rentas de suelo” (Janoschka, 2016: 29-30).
¿Qué ha pasado en la Ciudad de México en el siglo XXI? ¿Puede hablarse de gentrificación?
Los cambios iniciaron desde mediados del siglo pasado, con los procesos migratorios del campo a la ciudad, y de la ciudad industrial a una ciudad de servicios; sin embargo, es en esta centuria que se agudizan los procesos de transformación urbana que han generado desplazamientos de habitantes a partir de las inversiones inmobiliarias, revitalización de espacios y modificaciones en el paisaje urbano. Fue a inicios de la misma que comienza una política de construcción de vivienda popular en una fase de expansión urbana hacia las periferias. Esto permitió el acceso a vivienda de bajo costo, pero de dimensiones minúsculas en lugares distantes. Asimismo, las empresas inmobiliarias iniciaron ya hacia 2010 la construcción de megaproyectos urbanos que se venden como “mini ciudades”, que combinan espacios residenciales, comerciales y de entretenimiento en un solo lugar. Junto a ello, también inició, por parte del Gobierno de la capital, una política de cuidado y protección de zonas patrimoniales y de áreas ecológicas protegidas, así como la recuperación de espacios públicos y rehabilitación de barrios centrales. Víctor Delgadillo (2016) resalta dos características de la gentrificación: la primera, el papel del Estado que, a través de políticas urbanas, promueve negocios privados que se legitiman por medio del discurso sustentable; y la segunda, el papel protagónico de los centros y barrios históricos, cuando se habla de revalorizar el patrimonio urbano que tiende a excluir y expulsar a ciertos grupos y sus prácticas populares, como el comercio ambulante y la indigencia.

En la Ciudad de México se han realizado cambios en diversos escenarios de la ciudad que pueden catalogarse como procesos gentrificadores. Las colonias Roma y Condesa, Polanco y Xoco, así como los barrios centrales de La Merced y la Alameda Sur, por mencionar algunos, han vivido transformaciones territoriales y de consumo muy significativas. En un artículo de El País, titulado “La gentrificación acorrala a los barrios del centro de Ciudad de México”, se destaca cómo la presencia de “nómadas digitales”, que se definen como trabajadores remotos que perciben ingresos superiores a la media en el país, ha generado inflación y la preocupación de los residentes de colonias como la Roma y Condesa, por las mutaciones en su vida cotidiana, los precios de la vivienda y el auge de la vida nocturna en ellas. En estos sitios, el incremento en los proyectos inmobiliarios, los cambios de uso de suelo, la recuperación de espacios públicos y el desplazamiento de sectores del comercio informal, han generado gentrificación.
Los vecinos del Barrio de Xoco estuvieron en una batalla contra el megaproyecto de “Mitikah”, con el argumento de la afectación en sus servicios y las demandas de consumo en cuanto al tráfico, sobrepoblación, incremento de precios en la zona y afectación a sus espacios patrimoniales. En esta misma franja, por parte de la intervención del Gobierno de la Ciudad –hace una década– se realizó el proyecto “Bajo puentes”, que buscó rehabilitar y recuperar estos espacios para uso comercial y de recreación. Éste, que por un lado dignificó el trabajo de comercios informales callejeros, por otro, expulsó indigentes y población informal de estos lugares.
El panorama es complejo porque estamos ante decisiones empresariales y gubernamentales que conllevan a consecuencias favorables para unos grupos y desfavorables para otros. Con estos antecedentes, podría afirmarse que los procesos de gentrificación en esta metrópoli son reales y han detonado costos y beneficios para los intereses de los grupos involucrados a nivel social, político, económico y cultural. Sin duda, con las modificaciones en estos y otros entornos urbanos, estamos ante la recuperación y rehabilitación de espacios, pero también frente a procesos de expulsión y segregación de colectivos empobrecidos.

La gentrificación no implica, en sí misma, consecuencias totalmente negativas para todos los sectores y en todos los casos, a pesar de que se le asocia con un sentido pernicioso. Hace falta estudiar y diseñar políticas de armonización de intereses que involucre al conjunto de afectados por este fenómeno y formularse la pregunta: ¿la ciudad para quién es? Y esto indudablemente nos conduce a pensar en el derecho a la ciudad.