Todos o casi todos leímos en el bachillerato universitario Los de abajo, de 1916, obra con la que se considera que inicia la novela de la Revolución.
Aunque es una de las más conocidas del escritor jalisciense Mariano Azuela, no es la única que aborda el tema de la lucha revolucionaria. En 2011 apareció Andrés Pérez, maderista.

Pero será con Los caciques (1917), Las moscas y Domitilo quiere ser diputado (1918) que Azuela burla a sus protagonistas hasta la degradación. Las escenas en las que los ridiculiza son memorables.
Dentro de la picaresca de la política mexicana no faltan las frases que dibujan de cuerpo entero a sus autores: “Vivir fuera del Presupuesto es vivir en el error”; “Un político pobre es un pobre político”; “La moral es un árbol que da moras”.
Pero con tal de que Domitilo, su hijo, gane el derecho a ocupar una curul en la Cámara de Diputados, don Serapio echará mano de la sabiduría detrás de las máximas que utiliza en su vida diaria.
Desde sus mocedades, don Serapio se ha guiado por una máxima que ha sido para él faro inextinguible: “Vivir es adaptarse al medio”. De esta máxima, fecunda como rata de bodega, se desprende un raudal de maximoides.
La última nacida, la que hoy tiene en uso don Serapio, es ésta: “En tiempos anormales hay que acudir a medios anormales”, o lo que es igual: “Si la revolución ha desolado al país, aprende a convertir un gemido en una taza de chocolate, una lágrima en moneda de oro, una gota de sangre en perla negra”.
Podría traducirse aún más groseramente: “Si en tiempos normales deben llevarse las uñas cortas o al menos de blancura y pulimento impecables, en tiempos anormales hay que dejarlas crecer: cuanto más negras, mejor”.
En esta breve pero incisiva sátira, Azuela retrata con crudeza y humor a don Serapio Alvaradejo, un político manipulador que hará todo lo posible para que su hijo Domitilo sea diputado, incluso a costa de chantajes, traiciones y simulaciones religiosas. La Revolución, en lugar de transformar al país, se presenta como un nuevo escenario para el cinismo. Así, Domitilo quiere ser diputado desnuda el funcionamiento real del poder en México y lo convierte en materia de risa amarga.
Con esta descripción de un político revolucionario, Mariano Azuela inicia esta muy breve novela que los actuales políticos y políticas deberían leer, porque la caracterización de don Serapio se ajusta muy bien a ellos y ellas.
En Domitilo quiere ser diputado, el escritor jalisciense dirige sus dardos contra don Serapio, quien hace todo lo posible por quedar bien con quien ostenta el poder en ese momento, con tal de ver a Domitilo dueño de una curul.
La sátira que Azuela construye alcanza no solo a los personajes principales, sino a toda una red de cómplices: curas hipócritas, burócratas corruptos y revolucionarios de nombre rimbombante —como el general Xicoténcatl Robespierre Cebollino—, que ilustran cómo el discurso del cambio fue devorado por el oportunismo.
El humor —que va desde la caricatura hasta la ironía feroz— es el vehículo que Azuela utiliza para denunciar una Revolución traicionada desde sus entrañas. Por momentos, los personajes son ridiculizados hasta el punto de la animalización, lo que añade fuerza a su crítica social.
En su serie Novela Breve. Novelas en Tránsito, el Instituto de Investigaciones Filológicas nos ofrece Domitilo quiere ser diputado, que se puede descargar a cualquier dispositivo electrónico, incluido el celular.
Más de un siglo después, esta novela breve sigue siendo un espejo incómodo para nuestra clase política.