La conmemoración del proceso de independencia de México cada 15 de septiembre revela un episodio histórico que va más allá de la creación de un Estado-nación. Comenzó como un movimiento social armado, extremadamente violento y con discursos de odio que promulgaban lo que se conoció como el ‘gachupinicidio’.
En sus inicios, las necesidades de las comunidades marginadas no estaban vinculadas con la creación de un Estado-nación. Sin embargo, con el tiempo, la guerra y nuevas ideologías transformaron a los súbditos en ciudadanos con derechos y responsabilidades en la comunidad política. Este proceso de ciudadanización marcó el camino hacia la soberanía popular, la igualdad, la representación política y la opinión pública, principios que siguen influyendo en la toma de decisiones en México.
Es relevante recordar que la guerra fue tan violenta que incluso miembros del grupo insurgente cuestionaron los actos cometidos. Miguel Hidalgo y Costilla, uno de los líderes de la revuelta, llegó a admitir un sentimiento de culpa, aunque sin arrepentimiento, argumentando que era necesario llegar a extremos para alcanzar la igualdad y la justicia.
Con el tiempo, la evolución de los ideales revolucionarios llevó a un cambio radical en los objetivos. Militares como Agustín de Iturbide se unieron al movimiento, lo que propició la unión de ejércitos rivales y negociaciones que respetaron al Rey Fernando VII. Así, en 1821, se estableció un estado soberano denominado Imperio Mexicano, que posteriormente se transformaría en una República federal.
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Reflexionar sobre la independencia de México es fundamental para comprender la historia y los principios políticos que continúan influyendo en la sociedad actual, independientemente de cualquier celebración.