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El Tacubo, el luchador que combate el bullying en escuelas de la CDMX

¿Qué onda, Tacubo, un tiro?, le dice en broma un alumno del tercero B al enmascarado que cruza el patio de la Secundaria 193, y mientras lo hace se balancea con los puños en alto, cual si fuera boxeador. “¿Entrenas lucha libre?, si no, pues no”, le responde este deportista que ha dedicado los últimos seis años a recorrer distintas escuelas de la ciudad para alertar a los jóvenes sobre los peligros del bullying.

“Para conectar con los chicos debes hablarles en su lenguaje, de otra manera es difícil explicarles que, aunque parezca imposible, sí es posible vivir sin el chip de la violencia”, asegura este luchador que estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM y quien combina ambas facetas para transmitir su mensaje. “En esta tarea la experiencia del ring y lo aprendido en la Universidad son muy útiles”.

Admirador de Café Tacvba —de ahí su nombre y máscara coronada por una cresta roja, como la usada por el vocalista del grupo, Rubén Albarrán, en su encarnación del Gallo Gasss—, de 2011 a la fecha el Tacubo ha recorrido un centenar de colegios y hablado con más de 100 mil menores sobre bullying, una problemática que conoce a fondo no sólo por lo mucho que ha leído, sino porque él lo padeció siendo muy niño y porque sabe de las heridas emocionales que deja.

“Golpes, apodos y burlas impactaron en mi autoestima”, compartió el universitario con los alumnos de la Secundaria Diurna 193 Julián Carrillo, a donde fue invitado por profesores y padres de familia de la colonia El Rosario, en la delegación Azcapotzalco, a fin de revertir el clima de hostilidad vivido en la escuela a últimos meses.

Como parte de su dinámica de intervención, el universitario optó por platicar de tú a tú con los estudiantes y narrarles que él, a los 13 años, era de talla pequeña y delgado hasta la exageración, y por lo mismo los compañeros que sí habían crecido abusaban de él. “Fue una época de terror. Me robaban el dinero del almuerzo, me insultaban y lo único que se me ocurría era encerrarme en mi recámara y buscar refugio en la música que más me gustaba: la de Café Tacvba. Jamás busqué confrontaciones, pues además era temeroso para pelear”.

¿Y si no te gustaba rifarte tiros, porque eres luchador?, le preguntó un espontáneo. “Porque a diferencia de los pleitos callejeros, en la lucha libre hay reglas y respeto. De hecho, esta experiencia fue la que me hizo buscar un gimnasio y comenzar a entrenar, pero no para plantarle cara a los gandallas, sino para ganar confianza en mí”.

A decir del Tacubo, el problema con la violencia es que parece ser un chip que nos quieren instalar desde pequeños. “Yo lo sé porque, aunque como luchador soy técnico, mis padres eran bien rudos y cuando me veían llegar golpeado en vez de indagar si estaba bien sólo preguntaban ¿cómo quedó el otro?, y después me amenazaban con darme una madriza si para la próxima no ganaba yo”.

La familia, los amigos, la calle, todos nos dicen que debemos ser agresivos y ésta es algo que podemos cambiar, agrega el comunicólogo. “Eso quiero mostrar a los jóvenes, quizá a veces con palabras que pueden resultar altisonantes o poco propias para ciertos oídos, como güey, pero una realidad inobjetable es que muchos de estos chicos hablan y les hablan así, es una forma de camaradear”.

Y la verdad es que esta estrategia funciona, pues al final muchos de los alumnos de la secundaria 193 se sienten identificados y más de uno se acerca al finalizar la charla para expresar, “¡ese Tacubo!, tú eres la banda”, a lo que el enmascarado aclara que sí, y además de la chilanga, como en la canción, “¿no les dije que soy de Iztapalapa?”.

Una zona conflictiva

La Secundaria Julián Carrillo se ubica en un área conflictiva, a pocas cuadras de la estación de Metrobús El Rosario y frente al Colegio de Bachilleres 1, zona donde además de los robos usuales por parte de los delincuentes, los vecinos han denunciado la extorsión de policías tanto a estudiantes como a vendedores informales mediante el método de subirlos a una patrulla con cámaras de video que no funcionan y que nunca llega con su detenido a la agencia 40 del MP.

Si bien este ambiente de inseguridad ha hecho que los jóvenes de la 193 actúen con mayor cautela, el 21 de agosto pasado este ambiente de recelo se incrementó, pues ese día la escuela se integró al programa de jornada ampliada y, de súbito, los alumnos del matutino y vespertino se vieron obligados a compartir aulas desde las 7:30 de la mañana hasta las tres y media de la tarde. “Los de uno y otro turno se empeñaron en defender sus espacios y estuvimos a nada de ver una batalla campal”, recuerda el director del plantel, Rubén Garza.

Para docentes y padres de familia la prioridad era crear un ambiente de armonía entre compañeros que aún no se conocían, pero no había pasado un mes desde que arrancó la nueva modalidad cuando el temblor del 19 de septiembre obligó al cierre de la escuela y la suspensión de actividades vino a complicar todo. En este punto la madre de uno de los chicos propuso, “he escuchado de un luchador que combate el bullying, ¿y si lo llamamos?”.

Aunque el Tacubo comenzó a visitar centros educativos en 2011, su labor comenzó a acaparar reflectores hasta 2013, año en que la UNAM le entregó la medalla Dr. Gustavo Baz Prada por su labor social en una ceremonia que pasaría a la historia por ser la única donde el protocolo oficial se relajó, pues cuando los guardias del evento vieron llegar a un enmascarado de inmediato le negaron la entrada bajo el argumento de que la etiqueta universitaria dicta que no puede haber disfraces en un acto de gala. Sin embargo, el rector en turno vio el incidente, intercedió y dijo “a él me lo dejan pasar”.

Y es que el luchador es muy respetuoso de su máscara, pues ella no sólo le permitió hacerse amigo de los integrantes de Café Tacvba desde aquella tarde de 2009, cuando fue a pedirles permiso para usar la capucha encrestada a manera de homenaje y ellos le dieron “su bendición”, sino que le ha facilitado el conectar con miles de menores de una forma que le sería imposible si lo hiciera de rostro desnudo.

“Este pedazo de tela no es el que crea vínculos, sino mis ganas de echar la mano, pero sí ayuda, y ayuda mucho. Si algo caracteriza a los jóvenes es que se ilusionan e imaginan, y que alguien venga a hablarles desde una máscara les crea curiosidad. Eso es lo que hago a través de este personaje: ir con ellos y alimentar sus ilusiones”.

En esta tarea, el Tacubo aprovecha sus estudios en Comunicación, pero también se rodea de un equipo de psicólogos, activistas sociales y artistas a fin de abordar el problema de forma integral, “pues al bullying hay que atacarlo desde todos los flancos”.

Muros que en vez de separar, unen

El martes 19 de septiembre, mientras aún había clases, un temblor de 7.1 grados sacudió a la ciudad entera y fracturó el muro principal de la Secundaria 193, donde había una obra pintada por estudiantes de muchas generaciones atrás. Tacubo y su equipo consideraron que reparar esta pared y pintar algo diferente era una oportunidad ideal para establecer un nuevo pacto de convivencia entre los jóvenes.

El proyecto estuvo a cargo de DioNbox, como se hace llamar la dupla formada por Dionicia y Nambox, dos diseñadores egresados de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM (hoy facultad), quienes han desarrollado diferentes proyectos comunitarios relacionados con el grafiti e intervenido espacios urbanos abandonados, además de dedicarse a la encuadernación.

“Recibimos a una comunidad dividida y debíamos fomentar la integración, así que para arrancar con este mural conjuntamos un grupo de 10 alumnos: una mitad era de acosadores y la otra de acosados; entre todos dibujaron el esqueleto de la obra. Hacerlos trabajar tan de cerca hizo que se entendieran a un nivel ya más personal”, explica Dionicia (cuyo nombre real es Denise Pérez).

Y no sólo eso, añadió Alan Nambo —mejor conocido como Nambox—, el objetivo fue que cada chico, sin excepción, participara, así que, a lo largo de una semana, y con apoyo de los profesores, cientos de adolescentes bajaron de sus salones para aportar aunque fuera un trazo, siempre en parejas que no se conocían bien, a fin de hacerlos conversar y sentar las bases de una posible amistad.

El resultado de este esfuerzo es una obra que se antoja imposible, pues desde febrero la Julián Carrillo ostenta el récord de ser la única escuela de México con un mural pintado por 497 artistas (495 alumnos, más la dupla DioNbox). La pieza consta de un gran fondo azul y a su izquierda representa a un adulto leyéndole a un niño, al tiempo que el mundo se llena de mariposas y flores, mientras que a la izquierda hay dos personas dándose un abrazo, “el gesto de cariño más sincero que puede prodigar un humano”, a decir de Dionicia.

Alejandro Ruiz tiene 12 años y acaba de entrar a la secundaria, va en el primero C. Aún extraña la primaria, pero cada vez que ve esa gran obra colectiva se siente orgulloso de haberse inscrito en la 193. “Me hace pensar que si entre todos rescatamos una pared fracturada e hicimos algo bonito ahí, ahora podríamos unimos ahora contra algo tan feo como el bullying y, quizá, reparar las relaciones fracturadas que hay entre muchos compañeros”.