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“Ya suéltala”

En este barrio arbolado y ruidoso (una avenida pasa muy cerquita de mi casa), hay ruido de coches y de camiones, más los aviones que cruzan el cielo cada vez más seguido, más los músicos ambulantes, más la niña que compra “colchones, tambores, estufas, refrigeradores”, más el camión de la basura, más el que vende tamales, más algún edificio siempre en arreglo o en construcción.

Por suerte hay también decenas y decenas de pájaros que no dejan de cantar durante todo el día, hay un instante en que se instala un semi-silencio que marca el final del día y que vivo siempre como la llegada de la tranquilidad (quizás por ser justamente semi-silencio y no silencio total que me angustiaría).

Disculpen, cada quien tiene sus manías.

Pero anoche, casi a las diez y media se empezaron a oír gritos de mujer que venían de la calle. Enseguida me asomé al balcón y, sin pensarlo ni un segundo y con esa voz casi de ultratumba que, como decía mi abuela, nos sale de las entrañas en caso necesario a las mujeres de mi estirpe, grité: ¡Ya suéltala, cabrón!

Unos pocos vecinos de los edificios de enfrente también se habían asomado, y una pareja que estaba en la puerta de la calle miró e hizo señas hacia algún punto. Se acercó una chavita, con mochila a la espalda, platicaron unos minutos, se veía que ella les explicaba alguna cosa y luego siguió caminando. La pareja me hizo señas de que todo estaba “bien”. Quien la estuviera lastimando, la había dejado en paz.

¿Cuántas cuadras habrán sido de verdad “en paz” para esa chica o cuántos días?

Me impresionó pensar lo naturalizada que tenemos la violencia hacia las mujeres. Nadie dudó de que esos gritos eran de una mujer siendo violentada por un hombre (obviamente, así fue). ¿Cómo dudarlo en un país donde las cifras oficiales hablan de 11 feminicidios al día; en el que nos da miedo caminar solas de noche, y en ciertos sitios también de día; en que los índices de violencia doméstica han llegado a grados espeluznantes durante la pandemia; en que casi el 50 por ciento de quejas y denuncias de las estudiantes (y hablo sólo de la UNAM que es lo que conozco) es contra sus compañeros, amigos, parejas y exparejas?

Hoy no quiero hacer ningún análisis ni ninguna teorización al respecto, sólo quiero gritar que no podemos más: ¡Ya suéltenlas cabrones!