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UNAM-España proyecta ciclo de cine con películas que unieron a México y a España en los años treinta y cuarenta del siglo XX

https://youtu.be/HyEleMEZxw4.
Con material de la Filmoteca de la UNAM se exhibieron obras del cine de oro mexicano
La sociedad española encontró en el cine mexicano un imaginario que no le era propio, pero que era un punto de escape si se piensa en la lucha fratricida, en dónde el día a día estaba marcado por la hambruna y la posguerra

Con la colaboración de la Filmoteca de la UNAM y el Instituto Cervantes, la UNAM-España organizó en la Casa de México en España el ciclo de cine “Crónica de un Encuentro: el cine mexicano en España, 1933-1948”, proyectado en la ciudad de Madrid a lo largo de marzo y abril.

El ciclo se inspiró en el libro homónimo, del historiador de cine Ángel Miquel, y publicado por la UNAM en 2016. La obra describe cómo a través del cine se originaron formas de diálogo entre las sociedades de España y México, en un marco temporal que, en buena parte, se vio marcado por la crisis política derivada de la guerra civil española y sus secuelas en ambos lados del Atlántico. A partir de una amplia investigación en archivos públicos y privados, Miquel se adentró en la manera en la que se establecieron las relaciones entre productores, distribuidores, directores y actores de ambos países en las décadas de los treinta y los cuarenta del siglo XX.

El ciclo
Las películas presentadas en este ciclo -Santa, Allá en el Rancho Grande, Flor silvestre, María Magdalena y Enamorada- también fueron exhibidas con gran éxito en la España de aquellos años, y son muestra de cómo convivieron las cinematografías de los dos países con sus respectivos públicos.

El ciclo fue presentado por Marina Díaz, técnica de cine del Instituto Cervantes e historiadora del cine mexicano, quien ofreció al público un panorama general de la cinematografía de aquella época marcada por el contexto de crisis política que se vivió con el estallido de la guerra civil española y la dictadura que le siguió.
México y la “Época de oro”

Marina Díaz señaló que fue un periodo en el que cine deja su condición muda permitiendo a la industria fílmica mexicana la posibilidad adquirir gran potencia internacional, además de competir por primera vez con la industria estadounidense por los mercados iberoamericanos. Entre otros motivos, esto fue posible gracias a la creciente industrialización del negocio del cine, su conversión en espacio de ocio y a la legitimación de la presencia de las mujeres en las salas.

La posibilidad de intercambio que se abría entre México y España generó el establecimiento de nuevos lazos que respondían a un conjunto de intereses comunes. Así, intérpretes, realizadores, escritores, guionistas y trabajadores de la industria participaban de este encuentro. Según Marina Díaz, se visibilizó un mercado de conexión entre las estrellas y los profesionales que iban y volvían con un gran despliegue de medios.

El cine mexicano en España y su penetración cultural
En torno a unas 200 películas mexicanas fueron vistas en España en el periodo estudiado por Miquel y fue justo después de la guerra civil cuando la presencia del cine mexicano en España fue más notoria. Díaz destacó que los géneros lanzados por la industria mexicana incorporaban guiños temáticos que expresaban la existencia de las relaciones culturales y afectivas entre los dos países.

Uno de los géneros más proyectados fue el de la comedia ranchera con claras referencias a la cultura agraria, según describió Díaz. El éxito de este género se debió en parte a la existencia de vasos comunicantes entre las sociedades española y mexicana, ya que sus públicos tenían un pie en la vida rural y otro en la vida urbana; además, sobre la sociedad española en particular, Díaz aseguró que “encontró en el cine mexicano un imaginario que no le era propio, pero que era un punto de escape si se piensa en la lucha fratricida, en dónde el día a día estaba marcado por la hambruna y la posguerra”.

Un fuerte protagonismo de la música y reiteradas temáticas con referencia a la revolución mexicana fueron improntas que marcaron el imaginario de la época, lo que hace que incluso nos lleguemos a preguntar, dice Marian Díaz, “¿cómo es posible que los españoles asumieran como suyas las serenatas? Este imaginario llegó a la cultura española a través del cine”, agregó.
El ciclo incluyó en la programación Santa, la primera película sonora del cine mexicano, dirigida por Antonio Moreno y pieza fundacional en nuestra cinematografía que, además, despertó polémica debido al tema de la prostitución, presente en la trama. También se presentaron películas dirigidas por Emilio “El Indio” Fernández, que en palabras de Marina Díaz fue “el primer gran autor de cine latinoamericano internacional antes de Buñuel, reconocido en Cannes con el criterio cinéfilo y que en sus piezas Enamorada y Flor Silvestre, hace una relectura de folklore con estelarización femenina”.

El encuentro cinematográfico entre los dos países también da cuenta de cómo la gran pantalla fomentó la creación de mitos e iconos como el de “el charro mexicano” y la de asociar lo latino a la masculinidad. En gran medida, la figura de Jorge Negrete, exponente de la comedia ranchera, se convirtió en un símbolo de la virilidad, como lo señaló Marina Díaz: “los mitos del macho mexicano derivado de la comedia ranchera, penetraron de manera tal en el imaginario español que la incorporación de la expresión –macho- se cree que tiene su origen en el cine de la época”.

Díaz también destaca que Jorge Negrete ganó gran popularidad en la península ibérica, convirtiéndose en un “mito erótico festivo”, incluso narró que cuando Negrete viajó a España para grabar “Jalisco canta en Sevilla”, a su llegada a Madrid en la Estación del Norte le esperaba una gran cantidad de personas, entre periodistas y seguidores; el momento era tenso ya que era una época en la que por la situación política estaba prohibido reunir a tantas personas en un mismo lugar. Al respecto, Ángel Miquel incluso hace referencia en el libro a que Negrete se había pronunciado contra la dictadura franquista, lo que lo había expuesto al riesgo de no poder entrar a España. Sin embargo, su popularidad para entonces ya estaba muy extendida.

Cantinflas también se convirtió en una estrella de la que el público español se adueñó. Según Díaz, la gente en España le adoraba, además de que realizó interpretaciones con guiños a ambos imaginarios, por ejemplo, como torero en “Ni sangre ni arena”, incluso, en “La vuelta al mundo en ochenta días” se grabaron escenas en Chinchón (España). Su fama se extendió a través de los años y en el año 73 grabó “Don Quijote cabalga de nuevo” con Roberto Gavaldón.