El tema de las terapias de conversión ha resurgido en la opinión pública mexicana a raíz de las declaraciones de Mauricio Clark, exconductor de Televisa, quien aseguró que la homosexualidad forma parte de su pasado. Lo anterior en el marco de un discurso religioso que hace alusión a dichas terapias.
Las declaraciones del conductor provocaron el debate sobre los servicios que ofrecen “curar” la homosexualidad, una práctica que sigue vigente en muchas partes del mundo, a pesar del posicionamiento de la Organización Panamericana de la Salud, que en el 2012 señaló a estas terapias por su falta de justificación médica y la amenaza que representan para la salud y el bienestar de las personas involucradas.
“Martín”, homosexual y estudiante de posgrado, contó su experiencia a UNAM Global y dijo que asistió por voluntad propia a una terapia de reconversión evangélica para encontrar la cura a su homosexualidad. Su intención por agradar a Dios lo orilló a cambiar su orientación sexual. Sin embargo, tras meses de asistir a sesiones de terapia de reconversión evangélica, sólo obtuvo frustración al no encontrar respuesta a su esfuerzo.
“La terapia como tal no me dañó. Lo que me afectó anímicamente fue el no tener una respuesta […] Pasé por procesos de liberación y no tuve respuesta alguna. Entonces yo decía: ‘Dios, ¿qué pasa si estoy haciendo todo lo que tú me pides?’”.
Las terapias de conversión
Sobre el tema, la doctora Tania Esmeralda Rocha Sánchez, de la Facultad de Psicología de la UNAM, comentó que las terapias de conversión están conformadas por distintas formas de violencia que asumen que la orientación homosexual, la bisexual y cualquier otra no-heterosexual, son una enfermedad.
Asimismo, Rocha Sánchez aseguró que sus métodos atentan contra los derechos humanos de los participantes, pues van desde choques eléctricos, procesos de ablación, violaciones y diversas clases de tortura emocional. En consecuencia, esto puede llevar al paciente a experimentar estrés postraumático, depresión, ansiedad, desadaptación social, inadecuación y suicidio.
En ese contexto, sólo Brasil, Ecuador y Malta han legislado contra las terapias de conversión, y este año el gobierno británico se ha comprometido a vetar estos servicios para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos de la comunidad de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (LGTB). Asimismo, en la primera mitad del año la Organización de las Naciones Unidas (ONU) pidió la prohibición global de las terapias de conversión.
No es una enfermedad
“No hay nada que curar. Hasta ahora, lo que sabemos de la orientación sexual es que es una combinación entre lo que traemos, nuestro contexto emocional, psicológico y socio-cultural. Aunque existan investigaciones que intentan dar cuenta, desde un carácter biológico o social, no tenemos ninguna que señale que sea algo reversible o elegible a voluntad”, resaltó Rocha Sánchez.
La ONU retiró la homosexualidad de su Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud el 17 de mayo de 1990. Lo que constituyó un avance en la lucha por los derechos de la comunidad LGTB, al lograr que la Asociación Norteamericana de Psiquiatría retirara la homosexualidad como trastorno de la sección de Desviaciones sexuales de la segunda edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales.
El papel de la familia
La doctora Rocha Sánchez expresó que la familia es un factor importante al momento de tomar la decisión de acudir a una terapia de conversión sexual, pues el desconocimiento orilla a someterse a aquélla en espera de encontrar una “solución” o ahorrarles sufrimiento a sus seres queridos. “El sufrimiento no es derivado de la orientación, deseo erótico-afectivo que una persona tiene, sino de los prejuicios, discriminación y de la violencia”.
Abundó que “lo ideal sería informarse, acompañar, acudir a profesionales de la salud que realmente tengan una perspectiva de derechos humanos, de respeto y reconocimiento a la diversidad”.
La terapia psicológica está pensada para ayudar a las personas que, en el marco de sus vivencias, se enfrentan a procesos que no les permiten vivir con plenitud. Es un ejercicio de acompañamiento para enfrentar retos y no atenta contra la integridad física o emocional de los pacientes.
“Si hoy llegas a cualquier profesional de la salud que alude a que te va a cambiar la identidad o que tienes un problema con la orientación o tu deseo, habría que pensar si estás con la persona adecuada, porque hoy sabemos que la sexualidad no es un asunto a curar. No es una enfermedad”, finalizó.