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Los infiernos de Guillermo Arriaga

Un hilo muy delgado nos separa de la locura. Si ese hilo se rompe los demonios salen de su guarida y vienen la sangre y la muerte. Nuestro camino a la destrucción está trazado, buscamos nuestro final. No hay escapatoria. A quien amamos nos aniquila, al menos eso pasa en el universo del escritor Guillermo Arriaga.

Caín y Abel siempre aparecen en sus novelas. Nadie mejor para destruirte que quien lleva tu misma sangre, nadie mejor para derrotarte que quien conoce tus debilidades, quien te ha visto llorar y sabe el tamaño de tus cicatrices.

“La mujer que amabas con toda tu alma de pronto se convierte en tu enemiga y va a ser lo posible por destruirte”, cuenta en entrevista el autor de Salvar el fuego.

Su más reciente novela le llevó más de cuatro años y uno pensaría que su experiencia como novelista, guionista (mejor guion en el Festival de Cannes en el 2005) y director de cine harían más fácil escribir esas 659 páginas.  No es así, se parte de cero, es un nuevo camino, una nueva cacería, la novela es “un tigre”. Y además: “nada te prepara para la hoja en blanco”. Arriaga cita esta frase de Marguerite Duras y me dice: “La experiencia que tengas como escritor es nula. Cada libro tiene una problemática y una dinámica distinta. Cada libro encierra un descubrimiento distinto y te obliga a reinventarte”.

Salvar el fuego relata al padre tirano, al padre resentido, al padre que se devora a sus tres hijos. Uno se convierte en asesino, sólo encuentra la paz escribiendo; otro, un adicto al trabajo, una langosta, incapaz de establecer lazos afectivos y la hija depresiva y alcohólica.

El lector descenderá a los infiernos de la mano de Arriaga y verá esas tres historias que convergen y se entrelazan entre el fuego purificador. La novela tiene como marco el reinado de la corrupción y el narcotráfico; la polarización de un país y los resentimientos que se forman, gota a gota, por la pobreza y el hambre. José Cuauhtémoc Huitzlic, el personaje principal, escribe en su Manifiesto: “Este país se divide en dos: los que tienen miedo y los que tienen rabia”.

Cuando el autor de El Búfalo de la noche inicia una novela navega sin brújula, sin mapas. No sabe a dónde lo llevará su historia, no hace diagramas, ni conoce el final. Su descripción sobre las organizaciones criminales: narcotraficantes, sicarios, halcones, etc., es puntual y cuando le pregunto si reporteó, si se sumergió en una investigación, dice que nunca se documenta, no investiga. ¿De dónde sale ese infierno entonces? “He andado en la vida carnal”, contesta y añade: “Cuando andas en el monte terminas por enterarte de los casos, ando en ejidos, en rancherías, con campesinos, con agricultores, con vaqueros, con rancheros, sin ser partícipe, sin ser periodista, sólo escuchando lo que está sucediendo”.

De pronto le viene un recuerdo, “uno de los chavalillos” que conoció en un ejido de Tamaulipas. “Lo conozco desde recién nacido. Se metió de sicario, ya lo tronaron”. Le digo que tiene un oído privilegiado y acota: “más que oído, tengo un genuino interés por lo que les pasa a los seres humanos. Escuchar lo más empáticamente posible. Lo que no puedes hacer como escritor es juzgar a tus personajes. Matas tu novela si los juzgas”.

Los seres imaginarios de Arriaga rompen el frágil equilibrio de la paz de sus vidas. Sus existencias se alteran, se fragmentan, se rompen en mil pedazos y arden. Otelo, Caín y Cleopatra prevalecen. No siguen el trayecto que los lleva a casa, a cenar con su familia. Escogen la pasión y la sangre en las sábanas en una suite del reclusorio, conseguida a través de los mecanismos de la corrupción. “¿Somos emocionales más que racionales Guillermo?”, lo cuestiono. “Una guerra puede iniciar por despecho”, señala y precisa: “Hay guerras entre narcos que se han dado porque me vio feo, no me dio la mano y basta eso para que haya unas matanzas bestiales y no deja de haber un comportamiento animal, irracional, en la construcción de nuestras relaciones personales”.

Al final de la entrevista me explica con entusiasmo cómo escogió la portada de su libro El búfalo de la noche. Recuerda siempre que un escritor se puede quedar sin tinta, porque “cada uno escribe lo que puede”. Y se escribe sin entrañas y sin filtros.