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La Huida de Tiananmen Square


Oscuridad total. Se oye, no lejos, el fragor de una columna de tanques que avanza ruidosamente por la avenida asfaltada. Los fusiles de asalto ametrallan sin cesar. Lentamente, la oscuridad permite adivinar un lugar en ruinas, una especie de almacén del centro de la ciudad. A la izquierda, una puertecita oxidada. Se abre. La luz de los faros iluminan la habitación. Un Joven entra, jadeante. Trata de identificar, en la penumbra, este lugar extraño. En los cuatro rincones se amontonan objetos y utensilios diversos, de formas indefinidas.

LA JOVEN:   (Hacia el exterior.) ¡Pronto, entra!

EL JOVEN:   ¿No hay nadie?

LA JOVEN:   ¡Shhh!

EL JOVEN:   (Respirando con dificultad.) Está tan oscuro que no se ve nada.

LA JOVEN:   Cuando nos acostumbremos veremos mejor… (Cerrando la puerta apresuradamente.) Es cuando nadie puede ver a nadie cuando está uno seguro.

La Joven se dirige a la puerta y respira profundamente. Vuelve a oírse el ruido sordo de una ametralladora.

EL JOVEN:   ¡Siguen matando!

LA JOVEN:   ¡Al principio, cuando abrieron el fuego, creí que tiraban al aire con balas de plástico. ¿Quién imaginaría que usaría reflectores para perseguir a la multitud y ametrallarla?

EL JOVEN: ¡También utilizan balas explosivas!

Inspecciona el lugar.

LA JOVEN: ¡Vaya! ¿De dónde viene esta sangre en mis manos?

EL JOVEN: ¿Estás herida?

LA JOVEN: (Palpándose el cuerpo.) ¡Por todos lados…sangre por todos lados!

EL JOVEN: Pero ¿dónde está la herida?

LA JOVEN: (Llorando.) Todo mi cuerpo… todo el cuerpo.

EL JOVEN: ¡No hables tan alto! ¡Podrían oírte desde afuera!

LA JOVEN: (Desplomada.) Todo mi cuerpo…

EL JOVEN: (Palpándola.) ¿Dónde te duele exactamente? ¡Di!

LA JOVEN: En el pecho, ¡no puedo respirar! Voy a morir…

EL JOVEN: Cálmate. Sólo tienes sangre en el vestido. Seguramente te salpicó sangre de otros.

LA JOVEN: ¿Viviré?

EL JOVEN: ¡Qué pregunta! Claro que vivirás.

LA JOVEN: No quiero quedar inválida…

EL JOVEN: No digas tonterías: tus manos, tus brazos… No te falta nada.

LA JOVEN: (Tras un largo silencio.) La veo…

EL JOVEN: ¿A quién?

LA JOVEN: La veo… Aquella muchacha que escapaba conmigo. Se sujetaba el vientre. Acababa de abrir la boca para gritar, cuando cayó de rodillas. La sangre corría entre sus dedos…

EL JOVEN: Lo sé Los tanques estaban precisamente atrás de ustedes. Todo lo aplastaban, las banderolas, los basureros, las bicicletas, las tiendas de campaña.

LA JOVEN: Sí, las tiendas de campaña… Creo que allí quedaron varías personas de nuestra estación de radio… ya no puedo levantarme.

EL JOVEN: ¡Afloja las rodillas!

LA JOVEN: Este dolor tan fuerte…

EL JOVEN: (Volviendo a palparla.) No es nada, sólo rasguños. Si no, ¿cómo habrías podido correr tanto?

LA JOVEN: Me arrastré hasta aquí…

EL JOVEN: Entendí que te morías de pánico. No era la una.