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Javier Sicilia: el silencio también puede ser poesía

Tras el asesinato de su hijo, Javier Sicilia dejó de escribir. Estos fueron sus últimos versos: “Por el silencio de los justos/ sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo/ el mundo ya no es digno de la palabra, es mi último poema, no puedo escribir más poesía… la poesía ya no existe en mí”. Esta tragedia hizo del poeta uno de los más firmes defensores de los derechos humanos en México y una de las voces más audibles contra la violencia; ya en el coto privado esta tragedia lo ha orillado a meditar sobre qué significa dejar de lado la creación y, al mismo tiempo, ser coherente con lo poético.

Durante todos los jueves de marzo el también activista compartirá sus reflexiones sobre el tema en la Sala Carlos Chávez del Centro Cultural Universitario, ello como parte del curso La crisis del sentido. Un atisbo a la poesía y el silencio. Dejar su casa de Cuernavaca por cuatro días y viajar a CU dispuesto al diálogo es, como él mismo dice, “una oportunidad para compartir —con quien quiera acercarse— mi forma de pensar sobre el lenguaje, lo poético, el significado y el libro”.

Sobre su interés de analizar lo silente y sus múltiples dimensiones, el autor detalla: “El silencio tiene mala prensa estos días, pero sin él sería imposible la palabra. En una página, esos espacios blancos incrustados entre el negro de las letras posibilitan el sentido. Sin estas pequeñas pausas estaríamos ante un apelmazamiento sonoro que nos dificultaría sacar algo en claro de lo leído”.

Estas charlas de marzo se inscriben en el programa Grandes Maestros, iniciativa de la UNAM que busca poner en un mismo espacio a personajes clave de la vida intelectual de México con el gran público a fin de fomentar un encuentro improbable en otras circunstancias, así como de posibilitar el intercambio de ideas.

“De entrada intentaremos entender qué es el lenguaje, su papel en la construcción de lo humano y cómo el sentido se ha ido distorsionando a lo largo de la historia, fenómeno que ha provocado diferentes reacciones, como la del filósofo Empédocles, quien se arrojó al volcán Etna, o el que los poetas guardaran silencio. Cierto es que hubo suicidios durante el Romanticismo, pero renunciar a la palabra tal y como hicieron Rimbaud y, antes que él, Hölderlin, es reciente”.

Para Sicilia este tipo de silencios son subversivos y tienen la capacidad de poner no sólo el foco sobre los aspectos más crueles del mundo, sino de hacerlo arrojando la luz más cruda. “Pensamos que la poesía es sólo el ejercicio de redactar un poema cuando en realidad es una mirada sutil, una gracia o una desgracia sobre la realidad, y el poeta, aunque deje de ejercer el oficio, siempre tendrá otras maneras de devolverle significados a la vida pública”.

Silencio no es claudicar

Sobre Juanelo, fallecido a los 24 años, Eusebio Ruvalcaba escribió: “Juan Francisco Sicilia Ortega/ fue hijo de todos los mexicanos./ También de los que lo asesinaron./ Ese es el epitafio/ que yace en su tumba”. Quizá por ello, cuando el 2 de abril de 2011 Javier Sicilia anunció su retiro, miles de ciudadanos demostraron una empatía pocas veces vista y se sumaron al recién creado Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) a fin de denunciar el alto costo en vidas humanas de la guerra del Estado contra el narco, y de acercarse a los familiares de las víctimas para escuchar sus relatos.

“Una de las encomiendas de la poesía es ser voz de la tribu, del ethos de un pueblo, pues en su profundidad deslocaliza el discurso unívoco del poder, sea criminal o político. Ella no necesita del poema para manifestarse en el argumento social, puede hacerlo a través del lenguaje o los símbolos. Por ello no debería sorprendernos que dos de los movimientos más grandes de México en los últimos 25 años sean fruto de la poesía: el MPJD y el zapatismo; aunque moleste a muchos de mis compañeros que lo señale, Marcos es un poeta”.

A decir de Sicilia, el ruido es la negación y la ausencia del sentido y, bajo esta lógica, el mundo es cada vez más estridente. “Cuando los significados vacilan, se malversa lo político y se degrada la lengua, el mejor poema es el no escrito. En otros tiempos la voz poética podía corregir los significados si las sociedades perdían brújula; ahora parece no lograrlo. Por todo ello se antoja válido proteger el sentido dentro de la urna del silencio. Hacer esto es una postura muy personal y, al menos de mi parte, también un acto de protesta”.

Para evitar confusiones debe hacerse una precisión —añade el poeta—, pues guardar silencio no equivale a permanecer mudo: mientras la primera postura exige libertad, la segunda es coercitiva. “El vocablo mudez viene del indoeuropeo *mu-, que imita el sonido de alguien amordazado y alude a la onomatopeya ‘mmhh’, tan propia de a quien le han introducido un trapo en la boca. En este contexto, al mudo se le niega no sólo el derecho a la palabra, sino al silencio”.

Uno de los momentos cumbre del MPJD se dio el 8 de mayo de 2011 cuando miles entraron en caravana al Zócalo capitalino para reclamar al gobierno por sus muertos y desaparecidos. Cuando Sicilia tomó el micrófono los gritos de protesta callaron y la plaza se convirtió en un mar de pancartas y mantas con mensajes variopintos, “Más poesía, menos policía”, “Todos somos blancos colaterales” y “Esta marcha es de hartazgo y de propuestas”, se leía. Y ahí, en medio de todas, una destacaba por capturar en tan sólo seis palabras la esencia misma del movimiento: “Que nuestro silencio hable por ellos”.

Recuperar el sentido

Rimbaud y Hölderlin son poetas que abrazaron el silencio y que, por lo mismo, le han permitido a Sicilia reflexionar sobre esa decisión tan personal de dejar su próximo poema para siempre en el tintero. Arthur Rimbaud dejó de escribir a los 19 años y se exilió en Abisinia; Friedrich Hölderlin perdió el habla progresivamente y terminó sus días respondiendo a toda pregunta con el muy enigmático “pallaksch, pallaksch”, neologismo que significaba sí y no al mismo tiempo.

“¿Pero por qué adoptaron esas posturas y qué significan? Me parece que ambos intuían esa destrucción del sentido que más tarde desembocaría en Auschwitz, los gulags, las juntas militares y en crisis como la de nuestro país. En algún punto atisbaron algo cuya expresión más brutal es la violencia, el galimatías de la vida”.

Detrás de esta apuesta tan parecida a la del Bartebly de Herman Melville —aquel personaje que un buen día decide dejar de escribir escudándose en la frase “preferiría no hacerlo”—, Javier Sicilia intuye que tanto en Rimbaud como en Hölderlin se ocultaba el ánimo de entender algo cuyo sentido nos fue escamoteado, “pues hay cosas que sólo se puede comprender si son meditadas desde el silencio, como bien sabían poetas místicos como Santa Teresa o San Juan”.

Sin embargo —añade—, no soy un apologista del silencio ni le sugiero a los poetas abandonar la escritura. Todo esto es una reflexión a partir de mi experiencia y simplemente planteo la problemática y la posibilidad de guardar silencio mientras no haya la posibilidad de reestablecer las significaciones que la poesía guarda.

En este escenario, Sicilia hace un llamado a los poetas y les pide meditar sobre la vocación de la poesía y de qué se necesita para que ésta le devuelva a un mundo deshumanizado sus significaciones humanas. “Esto va más allá del poema, pues éste ha sido reducido, marginando y museizado. Debemos pensar en cómo volver a ejercer esa mirada poética, algo que puede darse de muchas formas y no necesariamente manifestarse a través del verso”.