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Hidrogeología avanzaría 15 años si adopta técnicas de la ingeniería petrolera


Para conocer el futuro de los estudios de aguas subterráneas debemos empaparnos de literatura sobre hidrocarburos, pues lo que hacen los ingenieros petroleros es lo que los hidrogeólogos haremos en 10 o 15 años, suele decir el profesor José Antonio Hernández Espriú a sus alumnos de la Facultad de Ingeniería (FI).

Por ello, a fin de ganarle la carrera al calendario y tener hoy herramientas que serán indispensables el día de mañana, el docente —a través del Grupo de Hidrogeología de la UNAM, del que es coordinador académico— participa en un proyecto (con aval PAPIIT y financiado por la DGAPA) encaminado a adaptar técnicas usuales en el campo de los hidrocarburos y llevarlas al ámbito hídrico.

“El estudio de los cuerpos acuosos bajo tierra y la ingeniería petrolera son disciplinas hermanas, pero debido a su capacidad tecnológica y de inversión, esta última desarrolla análisis mucho más sofisticados. Que lo realizado en ambas áreas sea tan diferente en términos monetarios y de escala tiene una explicación sencilla: el crudo lo paga y el agua no”, argumentó el experto.

Para ejemplificar el parecido entre ambas labores, Hernández Espriú detalló que, para efectuar sus pruebas, los ingenieros petroleros extraen hidrocarburos a través de una excavación vertical y miden cómo baja la presión en el interior del yacimiento, lo que les aporta información en términos de dimensiones y eficiencia del reservorio.

“En aguas subterráneas hacemos algo similar: vamos a un pozo, lo bombeamos y analizamos cómo disminuye el nivel del líquido al interior, pero no ponderamos los datos de la misma manera y eso es algo a subsanar”.

La diferencia es que mientras nosotros perforamos metros, ellos horadan kilómetros; que nuestras mediciones las hacemos a mano y las suyas son automáticas, y que las pruebas hídricas suelen ser de 72 horas y las de hidrocarburos duran hasta un mes. Todo ello hace que, al concluir, tengamos cerca de 200 datos y ellos 30 mil, expuso.

No obstante, el principio bajo el cual trabajan ambas especialidades es el mismo, pues las dos extraen un fluido de un medio geológico. Bajo esta lógica, Hernández Espriú ha integrado a este proyecto a ingenieros petroleros, geólogos, hidrogeólogos y computólogos.

“La finalidad es desarrollar herramientas metodológicas e informáticas que nos permitan analizar un acuífero tal y como ellos hacen con los yacimientos de crudo”, subrayó.

Al respecto el académico dijo no engañarse y saber que dicha disparidad entre un área y otra se debe a los intereses de lucro en torno a los hidrocarburos, pero se mostró optimista en cuanto al futuro de la hidrogeología debido al cambio de actitud hacia la disciplina debido a la preocupación que comienza a generar el tema del agua.

“Hay quienes comienzan a ver las repercusiones técnicas y sociales de no manejar, gestionar o entender los recursos hídricos de manera adecuada, en especial en un país árido y semiárido como México, donde siete de cada 10 litros usados se extraen del subsuelo”, destacó.

Un cambio de conciencia

Para Hernández Espriú, un signo de los nuevos tiempos es que cada vez llegan personas mejor preparadas a los puestos de decisión y ello hace que, progresivamente, las autoridades se muestren más dispuestas a escuchar a la ciencia.

Ejemplo de ello es el mapa de vulnerabilidad elaborado por el Grupo de Hidrogeología de la FI y financiado al alimón por el Conacyt y el Gobierno de la Ciudad de México, donde mediante observaciones satelitales, metodologías cartográficas y evaluaciones de subsidencia determinaron qué áreas de la capital registraban mayor hundimiento, cuáles eran susceptibles de fracturas superficiales y dónde puede haber contaminación del manto acuífero.

Con base en esta experiencia, el equipo del doctor Hernández realizó un trabajo similar, pero en Tula, Hidalgo, e impulsó una serie de análisis hidrogeológicos en el corte carretero que va de Atlacomulco a Atizapán para anticipar posibles afectaciones en los 32 manantiales de la zona, los cuales abastecen a diferentes comunidades del lugar.

“Cada uno de estos proyectos pone de relieve una mayor conciencia sobre estos temas, lo cual no debería extrañar pues tenemos zonas como la Península de Yucatán donde el 100 por ciento del agua consumida proviene de los acuíferos. Los riesgos de desabasto, contaminación, aumento de enfermedades hídricas, subsidencia del terreno o degradación de la calidad química del líquido están latentes y para evitar que estos escenarios se presenten o agraven la hidrogeología tiene mucho que decir”, concluyó.