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“He vivido deslumbrado”. Conversación con Francisco Toledo

El artista juchiteco más renombrado del mundo arriba a la edad de 75 años en plena labor creativa. Reticente ante los micrófonos, poco proclive a la confesión, Francisco Toledo aceptó sin embargo conceder a la Revista de la Universidad de México una entrevista en la que rememora su infancia y familia, su primera formación artística y sus vínculos creativos y filantrópicos con Oaxaca.

No es fácil atrapar en unas cuantas páginas el legado vital y artístico de un hombre como Francisco Toledo, quien este 17 de julio arriba a su 75 aniversario en plena labor creativa. Considerado por los especialistas como el artista vivo más importante de México, él prefiere centrarse en su trabajo y no mirar atrás.

Bien sabido es que al ganador del Premio Right Livelihood (2005), mejor conocido como el Nobel Alternativo, concedido por su labor en defensa del patrimonio cultural, el medio ambiente y la sociedad de Oaxaca, no le gustan los homenajes, reconocimientos y mucho menos la palabrería banal.

 

No le agrada repetirse en conversaciones ni en el procedimiento que emplea para abordar sus obras, quizás en razón de ello a lo largo de su trayectoria ha destacado por la recuperación de técnicas antiguas y la exploración de materiales, que van del óleo al fresco, pasando por la acuarela, el gouache, la cerámica, el grabado, la escultura, el diseño de tapices y máscaras e incluso joyería, a través de un estilo inconfundible.

Su imaginario, poblado de numerosos seres fantásticos, entre los que destacan serpientes, monos, iguanas, conejos, sapos, murciélagos e insectos de toda índole, ha logrado cobrar materialidad en una prolífica obra que forma parte de numerosas colecciones privadas y algunos de los acervos museísticos más importantes del orbe.

Pese a que las gestas de autopromoción le producen tedio, ha sido distinguido con el Premio Nacional de Ciencias y Artes (1998) y el Premio Príncipe Claus (2000), además de un doctorado Honoris Causa (2007) por la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO).

LAS SUTILEZAS DE LA LENGUA ZAPOTECA

El cuarto de los siete hijos de Francisco López Orozco y Florencia Toledo Nolasco nació el 17 de julio de 1940 en la colonia Tabacalera del Distrito Federal, pero él se abroga el derecho de proclamarse juchiteco, “porque uno es de donde se siente parte”.

Con un rostro de bronce, curtido por el aire y el sol de su tierra, Francisco Toledo se dispone ―no sin su reticencia característica a las entrevistas― a charlar sobre su vida y obra.

El encuentro tiene lugar en la que hace tres décadas fuera su casa: el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), cuyo importante acervo, constituido por 125 mil 325 obras y dos inmuebles, fue donado por el artista el pasado 20 de enero al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Tras ingresar por el pasillo de entrada y cruzar el umbral, ahora ataviado por un bello enrejado de alacranes hecho por el propio maestro, Toledo pide una cerveza bien fría para mitigar el calor.

Inquieto, como sería a lo largo de su existencia, antes de los trece años algunos conflictos familiares hicieron que aquel niño tímido, de mirada mineral, residiera en lugares como Juchitán, Ixtepec e, incluso, Minatitlán, Veracruz.

¿Qué es lo que decide que usted vaya a estudiar la secundaria a la ciudad de Oaxaca?

Mi papá creía que viniendo aquí se me pegaría algo de don Benito Juárez. Pero no se me pegó nada. Vine por eso y porque había dos o tres familiares que habían estudiado en el Instituto de Ciencias y Artes. Rosendo Pineda, que fue un porfirista muy cercano a don Porfirio, fue uno de ellos. Y otro, un tío abuelo de mi padre que se llamaba José F. Gómez, que también estudió en ese instituto y se rebeló contra el gobernador [Benito] Juárez Maza, levantó el Istmo de Tehuantepec en armas en 1911 y fue asesinado. Por estas razones, mi padre escogió Oaxaca para que yo viniera a estudiar.

¿Tuvo particular influencia de sus abuelos en cuanto a las historias que le contaron en su infancia?

A mi abuelo paterno no lo conocí. Él era Benjamín López y yo me llamo Francisco Benjamín por él. A mi abuelo materno, sí. Pero era muy reservado, nada más estaba ahí; él era el que mataba cochinos. Las historias más bien me las contaron las tías.

Texto: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=791&art=16738&sec=Reportaje%20Gr%C3%A1fico