- A fin de revertir los daños en este acuífero que proporciona más del 30 por ciento del agua potable que consume la ciudad de Morelia, se han puesto en marcha diversas acciones (en las que participa la UNAM) encaminadas a incrementar su capacidad de recarga y a recuperar su biodiversidad
En lengua purépecha Mintzita significa ‘corazón’ o ‘respirar’, y también es el nombre de un manantial que brota siete kilómetros al suroeste de Morelia, en un lugar donde –cuenta la leyenda– una princesa indígena (de nombre, al igual, Mintzita) se escondió de los conquistadores españoles para, al resguardo de sus aguas, tejer un atavío diferente a todo lo visto y el cual, con el correr del tiempo, se convertiría en el vestido típico de las mujeres de Michoacán.
Desde que existe memoria, este humedal (zona de transición en la que un ecosistema terrestre y uno acuático coinciden) ha sido un lugar donde han prosperado la flora y la fauna endémica más diversa, y que ha dado pie a entornos que, de tan exuberantes, serían descritos así, en 1643, por el cronista Fray Alonso de la Rea: “Las aguas que riegan este paraíso terrenal y fertilizan su copia son las más abundantes que goza el reino, tan dulces y potables como pide el deseo”.
Sin embargo, aquellos paisajes del siglo XVII distan mucho de los actuales y el responsable es el humano, quien no sólo urbanizó las cercanías del pequeño lago formado por el manantial y construyó fábricas de papel muy cerca de sus orillas, sino que introdujo plantas y animales foráneos, taló los bosques próximos y contaminó el líquido con químicos, desechos y basura, señala Roberto Lindig Cisneros, del Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad de la UNAM.
“Se trata de uno de los cuerpos de agua más importantes de Michoacán, tanto por sus características geológicas y biofísicas como por su diversidad de especies. Además, hablamos de un acuífero que proporciona más del 30 por ciento del líquido potable que se consume en Morelia”, agrega el ecólogo especializado en restauración.
El profesor Lindig comenzó a estudiar a la Mintzita en 2005 y, en esos 20 años, ha sido testigo de su deterioro, aunque al mismo tiempo ha ideado formas de contrarrestarlo, una de las ventajas –dice– de trabajar en un laboratorio vivo. “Cuando inicié, el aporte del manantial (flujo de agua subterránea emergente) era de entre uno y 1.5 metros cúbicos por segundo. Hoy, tal cantidad es de apenas 900 litros”.
De 1900 a la fecha, el 62 por ciento de los humedales de México han desaparecido o se han visto severamente dañados. Con la finalidad de restaurar éste en particular, desde hace años, y en especial en los últimos dos, la UNAM, la Universidad Michoacana, entidades federales y los gobiernos tanto municipal como estatal, han unido fuerzas para poner en marcha diversas estrategias, en múltiples flancos, a fin de entretejer acciones y crear una red que frene la degradación, pues a decir del académico, “se trata de un problema con muchas aristas”.
Mintzita, como explica la cineasta Celina Manuel (creadora purépecha que dedicó uno de sus cortos a los muchos significados de dicha palabra), también puede entenderse como ‘corazonar’ o ‘razonar con el corazón’, vocablo muy parecido al neologismo ‘sentipensar’, acuñado por pescadores colombianos y popularizado por el escritor Eduardo Galeano. Quizá por ello este sitio representa tanto para la gente de Morelia, y así lo refiere Teresa Aranda, una mujer de 61 años que, desde hace 27, vive en la colonia Roca Dura, muy cerca de “la alberca” (como se le dice al pequeño lago formado por el manantial).
“Aquí vienen las familias a hacer días de campo los fines de semana, las mujeres a lavar ropa, los niños a jugar, los jóvenes a tomarse fotografías y los vecinos a acarrear agua para la casa. Es un sitio que, para quienes vivimos cerca, nos resulta un segundo hogar”.

En sus ya casi tres décadas como vecina del sitio, el cambio más obvio que ha notado la señora Teresa en el lago está en su nivel, el cual, recuerda, “antes llegaba mucho más arriba”. Ello, explica el profesor Lindig, se debe a que la Mintzita se abastece del líquido que se filtra por la microcuenca del Río Grande de Morelia. No obstante, con los cambios en el uso de suelo ha desaparecido mucha vegetación y ello ha provocado que el acuífero pierda capacidad de recarga.
Como parte de las acciones de restauración, se designó un área natural protegida en el Cerro del Águila (al sur de la microcuenca) a fin de repoblarla con bosques, pues las grandes masas forestales favorecen una mayor cantidad de lluvias y, por ende, más infiltración de las precipitaciones pluviales. “Lo que hagamos hoy impactará en el futuro; ello nos obliga a pensar en el cambio climático y en las condiciones que habrá en la región dentro de 30, 60 y 90 años”, añade.
Por ello (y con base en estudios liderados con Cuauhtémoc Sáenz, de la Universidad Michoacana, en otras zonas del estado) el académico propone plantar, desde ahora, especies que toleren la sequía dado que –debido a los cambios que ya se están dando por el calentamiento global– en el futuro la temperatura aumentará y los ejemplares ahí sembrados crecerán, entonces, en un clima propicio para ellos. “A esto se le llama migración asistida, a adelantarnos a lo que está por venir”.
Al hablar de restauración debemos pensar en escalas largas de tiempo, explica el profesor Lindig, para luego añadir que el agua filtrada en la microcuenca tarda de entre 60 a 100 años en salir por las nacientes de la Mintzita, lo que quiere decir que el líquido que hoy brota en el manantial muy probablemente viene de lluvias que cayeron cerca de Morelia cuando aún no había estallado la Segunda Guerra Mundial, la televisión a color no existía y el humano no había llegado a la Luna.
Por ello, los trabajos realizados hoy en el Cerro del Águila (y, en general, en la microcuenca) a fin de que la recarga del acuífero sea mayor comenzarán a apreciarse en décadas, algo que a la señora Teresa la genera esperanza y una alegría salpicada con un poco de tristeza. “Qué más quisiera que seguir aquí para ver cómo la Mintzita vuelve a llenarse de agua y vida, pero los niños que hoy vienen a jugar y a pasearse al salir de la escuela sí estarán. Eso, para mí, es motivo para sonreír”.

Acciones por la biodiversidad
En el verso inicial de la canción Princesa Mintzita, del dueto nómada Riosentí, se oye: “Ailaralálalalái,/ madrecita con tu sangre,/ voy regando yo la milpa/ para mitigar el hambre”, en alusión a las labores de siembra que, desde tiempos precolombinos, se han dado en torno al acuífero, mientras que más adelante se escucha: “Ailaralálalalái,/ ni una amenaza se fragua,/ princesa del manantial,/ para envenenarte el agua”.
Pero si bien la labranza tradicional no ha supuesto riesgo para el líquido de la Mintzita, la agricultura moderna sí lo ha alterado con sus fertilizantes que, al filtrarse a los mantos, han diluido nitrógeno y otros químicos en el agua y propiciado la invasión de plantas sumergidas como la Egeria densa, una maleza sudamericana usada como ornato en los acuarios que, de tan abundante, hoy es retirada con palas y trinches por toneladas.
Según datos de Naciones Unidas, después de la destrucción de hábitats, la proliferación de especies invasoras es la mayor amenaza a la biodiversidad, de ahí que otra de las estrategias para restaurar el manantial sea controlar la reproducción excesiva de aquella flora y fauna llegada, la mayoría de las veces, por negligencia humana.
“Cuando en 2005 hicimos nuestros primeros estudios en el humedal, en nuestra zona de muestreo registramos poco más de 60 especies de plantas. Desafortunadamente, dicho número ha ido en declive y, en 2021, encontramos apenas unas 30”, refiere el doctor Lindig.
Por su parte, la profesora Morelia Camacho, investigadora del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la UNAM y quien visita el acuífero al menos dos veces al año, reporta que “históricamente en la Mintzita había 15 especies de peces nativos; a la fecha quedan sólo seis”.

Las causas de esta biodiversidad menguante son muchas y entre ellas se cuenta la presencia cada vez más extendida de carrizos (Phalaris arundinacea) y pastos africanos (Festuca arundinacea) que roban espacio a la vegetación endémica, y la de peces de acuario arrojados a “la alberca”, como guppies (Poecilia reticulata) y colas de espada (Xiphophorus hellerii) que compiten por recursos con los nativos de la familia Goodeidae, y de carpas y tilapias, introducidas con fines de pesca y luego olvidadas a su suerte, pues ambas son depredadoras voraces.
Para devolverle su salud al manantial, el doctor Lindig ha planteado una serie de acciones basadas en la ecología de la restauración, a la cual describe como “la ciencia que busca entender los procesos que ocurren en ecosistemas degradados que intentan recuperarse, y la forma en que dicha recuperación puede hacerse mucho más eficiente y dirigida”.
Bajo esta óptica de ponderar causas y efectos a fin de aplicar medidas que reviertan los daños, en la Mintzita ya se impulsa la pesca selectiva de especies invasoras, hay brigadas que retiran el carrizo y la Egeria densa (sólo en épocas en las que no se interfiera con el ciclo reproductivo de los peces, “pues no se trata de resolver un problema para generar otro”), y se ha comenzado a reintroducir el zapote negro (Diospyros xolocotzii), árbol endémico en peligro de extinción.
Un caso que llama la atención del investigador es el de una planta acuática —en esta ocasión no invasora, sino nativa— que aprovecha aquellas áreas donde los campesinos provocan incendios para propagarse en exceso. “Hablamos del tule (Typha spp.), una especie malezoide que crecía aquí desde antes de la llegada de los españoles y que los pueblos originarios usaban para tejer cestas y otros objetos”.
En este caso —y a partir del proyecto de una alumna del doctor Lindig— se recuperaron saberes ancestrales y, a iniciativa del gobierno municipal, se organizaron cursos para enseñar a los vecinos de la colonia Jardines de la Mintzita (los mismos que inspiraron la canción del dueto Riosentí) a recoger las hojas del tule para elaborar artesanías con ellas.
“Cosechar las hojas del tule, además de limitar la sobreabundancia de dicha planta, genera un incremento en la biodiversidad de la zona. Hoy, una de nuestras hipótesis es que los humedales de Michoacán son así de diversos por el manejo que les daban los pueblos originarios desde tiempos precolombinos”.
Si el objetivo es recuperar la Mintzita, explica el profesor Lindig, cada acción debe complementarse con las otras —como un engranaje que hace girar al otro— y para ello es preciso considerar los aspectos más diversos, desde las características físicas y biológicas del humedal hasta su historia ambiental, su pasado prehispánico y la relación de los pobladores actuales con el acuífero, “pues la restauración ecológica es idiosincrática y cada lugar tiene características únicas”.
En la canción Princesa Mintzita, el verso final plantea que el porvenir de la gente local depende de que el manantial siga teniendo futuro: Sintiendo abrir una herida para ver algo nacer/ tú te reíste tranquila y nació el amanecer. Sobre qué tanto se podrá revertir la degradación, el académico admite que la restauración ecológica tiene límites, aunque es difícil saber, a priori, donde se ubican éstos. “Sin embargo, para avanzar debemos ir sumando acciones, y las más importantes están por ocurrir”.
Un trabajo en el que sumamos todos
En 2009, la Mintzita fue declarada sitio Ramsar (humedal de importancia internacional) y en 2010, área natural protegida del estado de Michoacán, y en todos estos años de intentar recuperar el manantial, el profesor Roberto Lindig ha detectado que, más allá de lo que la ciencia pueda abarcar, hay otra dimensión que debe ser atendida.
“Establecer medidas para controlar el carrizo o el tule, o de pesca selectiva de las especies introducidas, es relativamente fácil, pero los asuntos sociales resultan mucho más complejos”.
El crecimiento desordenado de la mancha urbana, los asentamientos irregulares, la tala ilegal de bosques, los desagües domésticos que afectan al humedal, las pipas que sustraen líquido para distribuirlo en colonias sin agua potable o la presencia de grandes fábricas de papel son problemas cuya solución, agrega el profesor Lindig, escapan del ámbito de la biología y que sólo pueden resolverse vía el diálogo.
Por ello, además de las medidas de restauración ya en marcha, las autoridades han buscado soluciones que involucren a los vecinos a fin de invitarlos a seguir prácticas más sustentables, y a los piperos, a quienes se ha intentado convencer de que, en vez de abastecerse directamente en la laguna del manantial, lo hagan en la planta potabilizadora que se encuentra a un par de kilómetros, entre otras acciones e iniciativas.
“No es fácil porque hablamos de un acuífero en el que confluyen muchos intereses. Sin embargo, lograr acuerdos nos permite poner en marcha procesos de restauración biocultural, es decir, posibilita el generar otro tipo de conciencia, pues no se trata sólo de atender el componente biótico del ecosistema y ya, sino de promover una mejor relación entre los seres humanos y la naturaleza”.
La señora Teresa es una firme convencida de que su futuro y el de su familia depende de la conservación del humedal y, por lo mismo, dos veces al año se equipa con botas impermeables y, a golpe de pala, retira la mayor cantidad posible de Egeria densa del cuerpo de agua. “Me gustaría que nos uniéramos para mantener esto limpio, porque no sólo es para mí, es para todos”, asevera mientras observa al pequeño lago.
Por su parte, el profesor Lindig, tras reflexionar sobre sus 20 años en el manantial, inhala profundamente y señala: “Yo creo que la lección más importante que me deja todo el trabajo realizado aquí tiene que ver con la forma en la que hoy miro al concepto de restauración biocultural, pues estoy seguro de que será una herramienta clave para adaptarnos y mitigar los efectos del cambio global en el que estamos inmersos”. Cuando presentó su corto en la Cátedra Bergman de la UNAM, la cineasta Celina Manuel compartió que si se decidió a filmar toda una obra alrededor de la voz Mintzita fue porque, para ella, pronunciarla es como “recordar la esperanza”. En purépecha dicha palabra significa ‘corazón’, pero también ‘respirar’, y como sugiere su nombre, gracias al trabajo del profesor Lindig y el de muchas otras personas, hoy la Mintzita respira.