Desde su ventana la escritora Fang Fang puede ver las calles vacías. El silencio se impone en Wuhan, una ciudad de nueve millones de habitantes. Escribe desde el 25 de enero de 2020 una bitácora del confinamiento, el encierro, la lucha de los ciudadanos para sobrevivir en esta batalla contra un virus nuevo.
En sus notas conviven la angustia, el miedo y, por supuesto, el enojo. Lo que escribe es vigilado por el Estado-editor. Lo que publica en wechat y en weibo desaparece, como por arte de magia, en varias ocasiones. Sus críticas a la reacción tardía y a la falta de transparencia de las autoridades responsables despiertan la ira de cibernautas que la atacan y le piden defender a su país. Quieren ver banderas, no protestas.
La crónica de Fang Fang es un retrato de la arrogancia del ser humano y lo escribe con todas sus letras: “no somos el centro del mundo”. No lo somos, un virus nos tiene cercados.
Ante la crisis sanitaria una comunidad se organiza. La comida no falta, las brigadas de vecinos abastecen a quien no puede salir de sus casas. Los jóvenes que no se despegaban de sus celulares están en las calles ayudando a quien lo necesita. Artistas chinos que radican en otros países envían ayuda.
La autora del “Diario de Wuhan. Sesenta días desde una ciudad en cuarentena” (Seix Barral) sabe que tiene que contarlo todo y la reportera le gana la batalla a la reconocida novelista (Chinese Literature Media Award y el Lu Xun Literary Prize). Desde el encierro pregunta a sus amigos médicos, académicos, familiares y vecinos lo que ocurre en Wuhan. En medio de ese vértigo se da tiempo para recoger a su hija en el aeropuerto, la lleva a su casa, y de vez en cuando, la provee de comida que ella misma prepara.
De pronto cobran importancia los días soleados y la lluvia. Y cuando hace frío mira con admiración a los ciudadanos que no han descansado durante la epidemia: los que limpian las calles los policías y el personal de salud. Y también a los que no se quedan en su casa porque tienen que sobrevivir: “Le he preguntado a la vendedora si no tenía miedo de contagiarse, al seguir con la tienda abierta durante la epidemia. Me ha respondido con toda sinceridad: ‘Tenemos que seguir viviendo, ¡y tú también!”
Hay días en que la tristeza se impregna en las entradas de su Diario y le cuesta contarnos sobre los viajeros que no tienen dinero para el hospedaje, duermen en la estación del tren y buscan comida en la basura. O sobre el policía que acudió al auxilio de un enfermo que no podía bajar las escaleras del edificio donde vivía. Con gran esfuerzo lo cargó, pero ya era muy tarde, murió en sus brazos.
Fang Fang no se rendirá, aunque sabe en qué país vive. Anota en su Diario: “Estoy como un pájaro asustado, ya no sé que puedo decir y que no”. Unos días después: “Aunque los censores terminan borrando todas y cada una de mis entradas poco después de que las haya escrito sigo escribiendo”.