La relación de los aztecas con el ajolote era muy íntima: era alimento, se aprovechaban sus propiedades curativas y se reconocía su importancia en la naturaleza.
En la mitología náhuatl, el ajolote o “axolotl” es la advocación acuática de Xólotl, dios del ocaso y de los espíritus, hermano mellizo de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.
Xólotl no quería sacrificarse para permitir el nacimiento del Quinto Sol, que daría origen a la especie humana; por ello escapó y se escondió, primero transformándose en maíz y luego en maguey. Al ser descubierto se refugió en el agua, donde tomó la forma del ajolote.
El Instituto de Biología de la UNAM cuenta con una colonia de ajolotes para investigación científica.
El ajolote ha sido modelo de interés en términos evolutivos por ser un organismo que puede reproducirse sin perder las características morfológicas de su estado larvario.
“Si perdemos al ajolote perdemos un poco de ser mexicanos, no solo porque es una de las especies más importantes a nivel biológico en el país, sino que está ligado a nuestra cultura. Lo utilizamos como medicina tradicional y el pintor Diego Rivera lo plasma en sus murales”, acotó Zambrano.