Hablar de los migrantes es lo de hoy. Los puso en la mesa el presidente de Estados Unidos, con su muro, sus insultos y su plataforma política construida desde la xenofobia. Llegaron a la agenda del presidente López Obrador cuando aceptó incluir a México en el gran embudo para diluir el flujo de personas desde Centroamérica hacia la frontera norte. Los migrantes han estado presentes en los discursos radicales recientes de Jair Bolsonaro en Brasil; de Vox, el nuevo partido de ultraderecha en España, y en los análisis sobre la situación en Venezuela y sus vecinos. Los migrantes, por mucho tiempo ignorados, se han convertido en la moneda de cambio favorita —y efectiva— en las transacciones del mercado político.
La contradicción en esta coyuntura es que, aunque ahora hablamos más de los migrantes, en realidad no estamos hablando de migración. Hablamos de las caravanas, personas que eligen viajar en grupo y que además lo hacen por las carreteras más transitadas, porque les han dicho que ésa es la manera menos peligrosa de atravesar México. Hablamos de estos migrantes que vienen de paso y por tanto no se preocupan por cuidar nuestras calles; que ensucian, hacen ruido, orinan, duermen al aire libre. A veces, decimos, se drogan o roban.
Hablar de los migrantes, entonces, no es garantía de que los veamos como personas, en su individualidad. Paradójicamente, mientras tratamos de describir a las personas migrantes, las seguimos estereotipando, las cosificamos; ellas saben que eso ocurrirá y lo asumen como un costo. Dejan atrás su casa, su familia, sus afectos, su red. Dejan su ombligo, su tierra, su identidad, y dejan de ser Wilson, Rubén, Karin, María Elena, Fernando, para convertirse en “los migrantes”, esa masa anónima a la que se rechaza y se teme.
La razón por la que ocurre esto es que, en la mayoría de los casos, seguimos utilizando una narrativa que hace que “migración” sea igual a “problema” y con frecuencia a “ilegalidad”. Ésta no es una característica exclusiva de la migración que atraviesa nuestro país y tampoco es nueva. La narrativa de la migración contemporánea tiene su origen en los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. A partir de ese momento se generó un discurso orientado al reforzamiento de las medidas de control del movimiento de personas que despierta miedo en los ciudadanos y justifica este nuevo enfoque al hablar de migraciones. Internacionalmente, la migración se aborda desde la óptica de la seguridad estatal, el discurso nacionalista y proteccionista,1 y en el interior de los países, desde la política de partido. El enfoque de protección de los derechos humanos de las comunidades vulnerables pasó a preocuparle a algunos pocos, siempre a contracorriente.
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