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De la UNAM a Los Ángeles: cómo el servicio social abrió mi camino al mundo

Vivir un tiempo en otro país resulta atractivo para cualquier universitario. Como estudiante de la Licenciatura en Enseñanza de Español como Lengua Extranjera en línea, percibía esa posibilidad como algo lejano; sin embargo, pasé más de un mes realizando trámites para llevar mi proyecto de investigación de manera presencial a la sede de la UNAM en Los Ángeles.

Llegar hasta ahí implicó un largo camino que comenzó con la postulación al Programa para el Impulso a la Titulación por Actividades Académicas en el Extranjero (PITAAE). El proceso de postulación me pareció sencillo; lo complicado fue cumplir con todos los requisitos: la recopilación de documentos, los trámites, la preparación del proyecto y, sobre todo, la elección de la institución: ¿a dónde me iría?

Años antes, como ocurre con todo estudiante que ha cubierto el 70 % de su carrera, llegó el momento de realizar el servicio social. Aunque para algunos puede ser solo un trámite o una tarea tediosa debido a su carácter obligatorio, lo cierto es que elegir bien puede traer beneficios a corto y largo plazo.

En mi caso, tuve la buena o mala suerte de no ser admitida en mi primera opción —otra sede de la UNAM en el extranjero—. Sin embargo, esta situación me llevó a la UNAM Los Ángeles, donde realicé mi servicio social en línea y, además, nació el proyecto de mi tesis.

Durante esa etapa, llevé a cabo actividades relacionadas con la docencia: observación e impartición de clases, diseño de materiales y un poco de investigación. Recibí orientación constante y, con el tiempo, me sentí más segura de dos cosas: de mí misma y de haber elegido la carrera correcta.

Disfruté tanto mi experiencia en la UNAM LA que decidí realizar ahí también mis prácticas profesionales. Aunque trabajaba exclusivamente en línea, conocí a más compañeros con quienes compartía el amor por la docencia, así como a alumnos curiosos y ávidos de aprender, a quienes recuerdo con mucho cariño.

Pero lo mejor aún estaba por venir. Un año después de concluir el servicio social, de haber culminado los créditos y elegido mi opción de titulación, surgió la oportunidad de aplicar mi propuesta didáctica de forma presencial gracias al PITAAE. Inicié la recopilación de documentos, continué con la redacción de mi tesis, asistí a mi facultad en varias ocasiones y conocí a los demás participantes.

Todo suena sencillo al escribirlo, pero en muchos momentos me sentí perdida o desorientada: ¿qué sigue? ¿Ahora qué hago? La respuesta fue simple: preguntar.

A quienes consideren postularse a este u otro programa, les recomiendo acercarse a las instituciones, al personal, a las coordinaciones y externar sus dudas. Y este consejo aplica antes, durante y después de la estancia. En mi caso, el personal de la UNAM LA me acompañó en todo momento. Además, la UNAM ofrece otros servicios, como atención psicológica (presencial y a distancia) y médica, a través de la Clínica de Atención Preventiva del Viajero.

Dejando de lado los contratiempos, finalmente llegó el momento de hacer las maletas y conocer en persona la sede de la UNAM en Los Ángeles, que hasta entonces solo conocía a través de la pantalla. Todo fue posible gracias al servicio social; si lo hubiera realizado en otra institución, incluso en otra sede de la UNAM, nada de esto habría sucedido.

Una de mis actividades preferidas fue liderar los talleres que ofrece la UNAM LA. Estuve frente a un grupo de estudiantes curiosos que me hacían preguntas sobre la cultura mexicana: “¿A qué hora comen?”, “¿Cómo es la vida laboral?”, “¿Y la vida familiar?”, “¿Cómo son las fiestas?”. Todas esas inquietudes me dieron la premisa para mi tesis: diseñar un taller de cultura mexicana enfocado en la vida cotidiana, donde pudiera responder dudas difíciles de encontrar en los libros.

Lo más curioso fue que, al final, terminé viviendo parte de mi tesis. Me enfrenté a una cultura diferente a la mía: me adapté a sus rutinas, su sistema de transporte, sus horarios de comida, su ritmo de vida y a un sinfín de detalles que, en conjunto, me permitieron conocer mejor tanto el país que me recibió como el mío propio.

Hoy puedo afirmar que los intercambios y las estancias en otros países ofrecen beneficios personales, académicos y profesionales. Nos permiten ampliar nuestro conocimiento en distintos niveles, crear nuevos vínculos y, sobre todo, expandir nuestra visión del mundo.