El futbol, los equipos Pumas de la UNAM, las águilas del América, las Chivas del Guadalajara… y la Selección Nacional despiertan pasiones compartidas y dan a sus fans un sentido de identidad, de pertenencia, que se manifiesta en rituales como hacer “La ola”.
Sobre la afición y el otrora llamado “El juego del hombre” por el cronista deportivo José Ángel Fernández, frase que las mujeres con su jugar han vuelto anacrónica, el doctor Christian Amaury Ascencio Martínez, académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, nos “da un pase”.
El fútbol produce “efectos emocionales” en los asistentes a un partido, pero genera también otro tipo de interacciones en la afición: desde dinámicas en los estadios, en casa con la familia y entre amigos en un bar, hasta apuestas.
“La ola”, por ejemplo, que adquiere visibilidad global en la Copa Mundial de México de 1986, es una secuencia coordinada de movimientos que los aficionados realizan en un estadio.
Es una integración muy particular. Los aficionados se levantan, se sientan y generan así ese efecto de ola que involucra a todos en un ritual colectivo y en una emoción compartida.
Ese momento de efervescencia colectiva se va preparando antes de los encuentros. Precisamente, los espacios en torno a los estadios están diseñados para generar esta expectativa emocional.
Ahí hay venta de productos, banderas y playeras, que los aficionados adquieren y portan como una forma de “distinción identitaria” y demostración de apoyo a su equipo.
Previo al partido, el ambiente afuera del estadio es carnavalesco, con cánticos, tambores y trompetas para “generar, estabilizar y continuar una forma específica de ritualización frente a la emoción”.
Barras bravas
Toda esta parafernalia —señala Ascencio Martínez— forma parte del proceso de construcción identitaria, que en muchos aficionados es una forma de identidad colectiva que después se asume como identidad individual. Por eso un aficionado fanático se siente ofendido cuando se agrede al equipo al que “le va”.
Ese sentido de pertenecía también se concretiza en México en la formación de las llamadas barras bravas o grupos orientados a hacer las porras oficiales de los equipos.
En la afición que se genera en entornos urbanos, se consolidan grupos de jóvenes que eventualmente reciben financiamiento, no necesariamente para realizar actos violentos.
Lo reciben, a veces, de las instancias responsables de promover este deporte, para que siempre haya una porra que se desplace y apoye al equipo cuanto juega como visitante.
Otras veces no queda claro quien los financia. En ocasiones son grupos políticos cuya intención es que estas porras de jóvenes sean una fuerza de respuesta y de presión social y política en sus entornos.
A estos grupos o porras se les regalan boletos para que atraigan a la afición y la animen con sus cánticos y gritos para que “viva la emoción del futbol” y apoyen a algún equipo en específico. Todo esto, insiste Ascencio Martínez, “no está exento de intereses políticos o de otro tipo”.
Insulto y violencia
En otros países de América Latina también se forman estos grupos enfocados a la defensa irrestricta de sus equipos y a ser protagonistas de estas manifestaciones de apoyo oficiales, continuas y permanentes.
Manifestaciones de “apoyo” que a veces derivan en violencia cuando se trasgreden los límites de convivencia establecidos dentro de los estadios o cuando entre las propias porras hay alguna provocación o conflictos previos. Así una forma de demostrar su apoyo a su equipo es confrontar a quienes apoyan al equipo rival.
La violencia surge “en el momento” o como resultado de experiencias previas, incluso ocurridas fuera del estadio o hasta personales. Muchas veces por insultos o por los propios cánticos, en cuya letra ya está implícita la agresión al equipo rival en turno o a un equipo en particular, sobre todo en los “encuentros clásicos”.
Para insultar, se expresan también agresiones verbales misóginas contra los otros. Hay una conexión entre esos cánticos e insultos con la propia vida social que tiende a ser desigual, orientada a denigrar a las personas.
Hay aficionados que creen que los gritos homófonos no son un insulto con contenido plenamente homofóbico, pero en nuestros entornos socioculturales este tipo de expresiones están “ancladas a la ofensa a grupos de la diversidad sexual o a personas que no cumplen con ciertos estereotipos de masculinidad tradicional”.
Aunque gritar “puto” se quiera disfrazar como grito de emoción, de un insulto al margen de estas concepciones culturales, “es un grito que remite a rasgos homofóbicos que las sociedades buscan erradicar y por ello ha sido sancionado”.
Jugar bajo amenaza
Los aficionados al futbol reconocen su sentido de pertenencia a una nación, en este caso México, en un símbolo que es la Selección Nacional, dice Ascencio Martínez.
La afición visibiliza este sentimiento o emoción compartida en un espacio público simbólico: el Ángel de la Independencia. La gente llega ahí, corre, iza la bandera, toca su claxon. “Buscan reconocerse como parte de un mismo sentimiento de unidad nacional, así sea parcial”.
Sucede lo contrario cuando los resultados no son los mejores. La gente se recluye en sus espacios privados. Y en algunos casos expresa su rechazo a ciertos jugadores por la derrota. Incluso ha habido amenazas hacia jugadores de la selección nacional, por ejemplo al portero Guillermo Ochoa.
En otros momentos han ocurrido casos en los que algunos futbolistas, como Andrés Escobar, han sido atacados después de malos resultados. Y en los últimos meses hemos presenciado cómo las propias porras confrontan a los jugadores, incluso los insultan o los presionan.
Tampoco hay que olvidar —dice el académico de la UNAM— que el fútbol está inmerso en un escenario donde hay pasiones pero también intereses y apuestas.
Ojalá que les puedan brindar la protección necesaria a los jugadores y haya cuidado en cómo se procesan ciertas emociones desde el punto de vista de las narraciones deportivas porque —asegura Ascencio Martínez— muchas veces generan la percepción de que los malos resultados son consecuencia de un sólo jugador y no el resultado de un mal desempeño como equipo.