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Monstruos y cambio climático: la biodiversidad fantástica en riesgo

¿QUIERE ALGUIEN PENSAR EN LOS MONSTRUOS?

Vampiros, sirenas y demás horrores ante los problemas ambientales

No es que hayamos dejado de pensar en ellos. Claramente tienen un lugar muy especial dentro de nuestra cabeza, nuestro imaginario, nuestras películas y libros. Es solamente que dentro de tantos reportes, alarmas, estudios, predicciones y recomendaciones sobre el cambio climático y demás problemas ambientales los monstruos han estado ausentes. Los vampiros, hombres lobo, sirenas y demás criaturas que gustan de acecharnos no sólo son una creación nuestra —y por lo tanto debemos hacernos cargo de su existencia— sino que también forman parte de la biodiversidad de este planeta que debemos salvaguardar.

Ilustración: Santiago Solís Montes de Oca

Así pues, presentamos aquí oficialmente el Primer Reporte de Riesgo Ambiental de las Criaturas Fantásticas, esperando que la comunidad, pero sobre todo las autoridades responsables, tomen cartas en el asunto y podamos proteger nuestro patrimonio natural fantástico.

Vampiros: Nobleza gentrificada y mala sangre

A nuestros señores y señoras de las tinieblas les está lloviendo duro (aunque probablemente ellos digan que no es lo duro sino lo tupido). Estas criaturas son capaces de mantenerse no vivas durante cientos de años, pero no por eso están exentas de sufrir los embates de la modernidad y de la contaminación ambiental.

Los vampiros no sólo han recibido distintos nombres, sino que también se han ganado varios títulos nobiliarios a lo largo de su historia. Los registros poblacionales están llenos de lords, condes, hidalgos, duques y, más recientemente, grados eméritos del snii. Sin embargo, aún dentro de sus tenebrosos castillos en los Cárpatos y demás ubicaciones con acantilados, no se encuentran a salvo de la gentrificación y los cárteles inmobiliarios. Uno a uno se han visto forzados a salir de sus hogares para que puedan ofrecerse a los nómadas digitales en Airbnb. Esto presenta varios problemas, empezando por un aumento astronómico en la renta en cuanto ven descargar los ataúdes.

Pero la reducción de su hábitat es tan sólo uno de los problemas que enfrentan. Para nadie es un secreto que estos depredadores tope (los que están en lo más alto de la cadena alimenticia) se nutren de sangre humana, y esto les resulta cada vez más complicado. No es por falta de presas —somos ya más de 8 mil millones de humanos sobre el planeta— sino por la condición en la que nos encontramos, que vulnera a los depredadores. Si bien ser un depredador tope tiene varias ventajas —y ser vampiro unas cuantas más—, una de las desventajas es la biomagnificación. Esto se refiere a que, conforme los organismos suben en la cadena trófica, van acumulando diversas sustancias, sobre todo toxinas, en sus tejidos celulares.

La lógica es simple: si eres un pasto que crece en un suelo con metales pesados incorporarás parte de estos metales en tu organismo, y aunque se quedarán ahí para siempre no te representará problemas. Si una oveja come muchos pastos acumulará aún más de estos metales. Si nosotros vamos a la barbacoa cada tres días y consumimos varias ovejas la cosa empieza a convertirse en un problema, y para cuando llegan los vampiros nuestra situación celular es altamente tóxica.

Aunque falta algo de investigación por realizar, el problema de los microplásticos afecta de manera distinta al Homo vampyrus que al sapiens. Mientras los microplásticos navegan por nuestras venas y se alojan en nuestro hígado, riñón e incluso en el cerebro, en los vampiros generan problemas desde la primera mordida. Estos microplásticos, con sus múltiples formas y colores, pueden ocasionar una obstrucción en los finos canales internos de los colmillos de los vampiros, impidiendo que se alimenten y causando inanición. Por otro lado, esto ha generado una nueva moda dentro de la comunidad no muerta: los bares de sangre de especialidad donde se ofrecen distintos cocteles de sangre filtrada, cold brews y demás variedades, que han logrado sustituir la emoción de la sangre en caliente, recién recolectada, y le brindan mayor seguridad alimentaria a nuestros queridos bebesangre.

Y lo que amenaza con ser una verdadera estaca en el corazón son las infecciones. Con el cambio climático y el aumento de las temperaturas las zonas libres de parásitos sanguíneos como el dengue, el zika y el chikungunya se han reducido. Los mosquitos que transmiten estos virus son muy sensibles a la temperatura, de modo que con el aumento de los promedios anuales han podido ampliar el rango de su hábitat, haciendo que cada vez más humanos contraigan estas enfermedades, que en ciertos casos suelen ser letales para los vampiros.

Así que si una de estas noches usted ve a un vampiro flaco y ojeroso afuera de su casa invítelo a pasar a su hogar —recuerde que la invitación es esencial— y prepárele un juguito de carne orgánico, filtrado, libre de pesticidas y microplásticos para que se reponga. Eso sí, asegúrese de que el miembro de la nobleza que se encuentra en su comedor lo vea ingerir alguna bebida o alimento de un vaso de unicel o un recipiente plástico, cualquier cosa que le haga intuir a su posible depredador la pésima condición de la sangre de su anfitrión. No vaya a ser que le entre algún antojo antropófago por la noche.

Baku: La pesadilla de un comepesadillas

Las y los niños japoneses disfrutan de muchas ventajas. Para empezar, hablan japonés, lo cual los hace capaces de ver animes y películas de Studio Ghibli en su idioma original, sin duda una cualidad envidiable. Y por si esto no bastara, en caso de que tengan una pesadilla pueden invocar a un baku. Al momento en que uno es despertado por un mal sueño simplemente debe repetir tres veces: “Baku-san, ven a comerte mi sueño.” Pero hay que tener cuidado: si nuestra pesadilla no fue lo suficientemente sustanciosa el baku se quedará hambriento y devorará también nuestras esperanzas y deseos, dejándonos un alma vacía por el resto de nuestras vidas.

Ilustración: Santiago Solís Montes de Oca

Los baku son seres que, según la leyenda, fueron armados con las piezas sobrantes de los animales que se habían creado antes. Así que poseen el cuerpo de un panda, las garras de un tigre y la trompa de un elefante. Son criaturas verdaderamente extraordinarias. Entonces, ¿por qué estarían en peligro ante la crisis ambiental?

El calentamiento del planeta nos está estresando el cerebro. No es sólo que el calor nos ponga de malas, sino que un cerebro acalorado es lento y menos capaz de concentrarse. Con las olas de calor, además, solemos deshidratarnos —el riesgo es aún mayor para niñas y niños—, y nuestro cerebro se deshidrata junto con nosotros. Esto genera una sobreestimulación y nos hace más sensibles a nuestro entorno; es decir, entre más deshidratados estamos, más calor sentimos. Para cuando llega la hora de dormir tenemos un cerebro torpe y sobreestimulado al que le costará trabajo conciliar el sueño. Y aun cuando logremos dormir, el sueño rem —de movimientos oculares rápidos, por sus siglas en inglés— es más difícil de conseguir. El sueño rem es un estado que experimentamos los mamíferos (y las aves también) en el que nuestro cuerpo está inmóvil y relajado, e incluso pierde tono muscular, pero nuestro cerebro parece comportarse como si estuviéramos despiertos. Nuestro hipocampo, así como las zonas corticales y del tálamo, generan el mismo tipo de ondas que observaríamos cuando estamos despiertos y conscientes.

Éstas son malas noticias para el pobre baku, ya que durante el sueño rem es cuando tenemos nuestros sueños más vívidos, nuestras pesadillas más sabrosas y con mayor contenido nutrimental para los espíritus. Sin estas pesadillas su sustento diario se ve comprometido y los baku se debilitan. Así que, queridas personas de Japón, recuerden hidratarse, realizar actividades que ejerciten su mente y cuerpo para asegurar una buena noche de sueño y de vez en vez duérmanse al arrullo de una película de terror o de algún pensamiento ominoso que les genere pesadillas jugosas para poder alimentar a los baku. No vaya a ser que se queden sin alma.

Iara: La sirena de un Amazonas agónico

Iara era una guerrera. Y no cualquier guerrera: la mejor de su tribu. Sus habilidades le valieron tanto los elogios de su padre como los celos de sus hermanos. Hartos de no poder superar a Iara, estos planearon asesinarla mientras dormía. En la noche fatídica Iara alcanzó a escucharlos entrar a su hogar y, en defensa propia, terminó matando a sus atacantes consanguíneos. Temiendo la represalia de su padre y de su comunidad la guerrera desapareció en la selva, pero su padre, al descubrir a sus hijos muertos, pidió que buscaran a Iara y la trajeran de vuelta. Al poco fue capturada y sentenciada a morir en el agua. Fue arrojada al “encuentro de las aguas”, un lugar donde chocan los ríos Negro y Solimões, en Brasil. Pero esa noche había Luna llena, y se dice que los peces la rescataron. Con la luz de la Luna, en ese espacio liminal, transformaron a Iara en una hermosa sirena de cabellos negros y ojos oscuros.

Iara ahora es conocida como la madre de las aguas, y al igual que las sirenas oceánicas atrae a los hombres a su muerte con un canto sublime. Quienes logran sobrevivir dicen quedar enamorados de por vida de esta hermosa mujer, cosa que a más de uno le ocasionará algún problema (¿estar enamorado toda la vida? Uf). Pero ahora la mismísima Iara se encuentra en problemas, pues el año pasado se registró una de las peores sequías de la zona, que afectó todo el Amazonas e hizo que llegara a sus niveles más bajos de los últimos 120 años.

Los ríos —como las sirenas— tienen sus ciclos, y si bien el río Negro junto con el río al que termina uniéndose, el Amazonas, estaban agendados para una temporada de secas debido al fenómeno de El Niño, un estudio realizado por la asociación World Weather Attribution declara que la severidad de la sequía fue alcanzada gracias al calentamiento global, que además hizo que esta catástrofe fuera diez veces más probable. La del año pasado fue catalogada como “excepcional”, que es el nivel más alto, según el Servicio Climático Estadounidense. Ya no tenemos más escala hacia dónde ir.

Iara está muy preocupada y desconsolada. No sólo el agua está escaseando —tanto por la falta de lluvia como por el aumento en el nivel de evaporación debido a las altas temperaturas que acompañan la sequía—, sino que los peces y demás habitantes del Amazonas se encuentran en peligro. El pasado octubre las temperaturas de las aguas en ciertas regiones del río más caudaloso del mundo llegaron casi a los 40 grados Celsius, lo cual provocó la muerte de 125 delfines rosas, o toninas como los llama Iara, por golpe de calor.

Ilustración: Santiago Solís Montes de Oca

La deforestación de la selva amazónica tampoco ha ayudado. El área total del ecosistema más diverso del mundo se ha reducido a una quinta parte de su nivel previo, atrayendo cada vez menos lluvia y contendiendo de peor manera con la que llega, ya que la escasez de árboles le impide al suelo recuperar toda el agua que cae, y éste termina deslavándose y erosionándose.

Parece que ya nos estamos saliendo del tema, pero es que si Iara es la madre de las aguas entonces está conectada con todo el río y la selva del Amazonas, con su suelo y con sus habitantes, humanos o no. El agua le da vida y sustento a todo el ecosistema, y si continúa faltando tal vez empecemos a ver otro tipo de vegetación y animales tomar el lugar de la selva. Si perdemos a Iara, perdemos todo el ecosistema. Sería una tragedia, una enorme, pero recordemos que la mayor selva del mundo se formó justamente con una catástrofe global: el meteorito que cayó en Chicxulub y arrasó con la mayoría de los dinosaurios. Antes de la colisión, el espacio que ocupa ahora la selva amazónica estaba cubierto por coníferas y helechos, pero el choque climático que generó el impacto, junto con varios fuegos intensos, acabaron con 45 % de las especies de plantas. Ante un lecho devastado, las leguminosas —capaces de fijar el nitrógeno del ambiente y proveerse de nutrientes a sí mismas y al suelo— fueron las primeras en reconquistar el territorio. Ya con un suelo rico en nitrógeno y junto con el fósforo liberado por los incendios llegaron otras plantas con flor, para conformar, a lo largo de seis millones de años, la selva amazónica.

Tanto el gobierno de Brasil como el de Colombia se han comprometido a reducir sus tasas de deforestación, y han cumplido. Al comparar estas tasas en 2022 con las de 2023 puede verse que la deforestación en Brasil se ha reducido 22 % —el punto más bajo en los últimos cinco años—, mientras que en Colombia la reducción alcanza un impresionante 70 %. Parece que los lamentos de Iara han llegado hasta las oficinas de gobierno en estos países, y el compromiso no se detiene ahí: el gobierno de Lula da Silva prometió detener la deforestación por completo para finales de la década. Si se mantienen estas políticas el agua podrá regresar a la selva, y los ríos volverán a ser caudalosos, con delfines frescos y con botes que puedan navegar para que algunos campesinos vuelvan a caer presas del canto de la sirena del Amazonas. Porque la verdad, si me dan a elegir, prefiero que mi cita con la huesuda sea en los brazos de una sirena que en medio de una sequía extraordinaria.