La aparición del libro Frankenstein o el moderno Prometeo el 11 de marzo de 1818 hizo especular a gran parte del mundo sobre los peligros de experimentar con la naturaleza; 200 años después, el tema de la manipulación genética, en especial con microorganismos patógenos, ha revivido esta vieja discusión y muchas personas hoy se preguntan si con estas técnicas no estamos creando nuevos monstruos de Frankenstein, planteó el profesor Mauricio Rodríguez Álvarez, de la Facultad de Medicina (FM) de la UNAM.
La balanza entre el sí y el no ha dividido a la comunidad científica, como demostró el hecho de que, después de que en 2011 se anunciara que un grupo de especialistas estadounidenses y holandeses habían alterado el virus H5N1 de la gripe aviar para propagar su contagio entre hurones, se desató una polémica que llevó al gobierno de los Estados Unidos a poner en pausa todo apoyo económico federal a este tipo de proyectos; la suspensión entró en vigor en 2014 y fue levantada en diciembre pasado.
Los defensores de la experimentación argumentan que sólo de esta forma es factible entender los procesos inherentes a estas enfermedades y reaccionar mejor ante posibles pandemias, mientras que los detractores aseguran que ningún protocolo de bioseguridad es inmune a fallas humanas, como demostraron dos percances en laboratorios de EU —acontecidos un par de meses antes de la moratoria— con virus de ántrax y de influenza aviar.
Para el profesor del Departamento de Microbiología y Parasitología de la FM, “la respuesta no es prohibir o poner trabas, pues la labor de los científicos, en especial en este campo, es investigar para saber y explicar cada vez más fenómenos, pues idealmente esto puede conducir a nuevos tratamientos, diagnósticos y vacunas. Es indispensable generar conocimiento y ponerlo a disposición de los demás a fin de que otros construyan sobre ese terreno. Así se ha erigido la ciencia y no debería ser la excepción ahora”.
Sin embargo, el fin de esta suspensión ha levantado objeciones y hay quienes temen que como este tipo de indagatorias se publican en revistas que consignan hasta su más mínimo detalle, existe el riesgo de que alguien las replique, por lo que se ha pedido que, si estos documentos llegan a la imprenta, lo hagan de manera trunca.
Para Rodríguez Álvarez, el miedo al llamado “científico loco” también es infundado, porque ¿sólo con la aparición de estos artículos cualquiera podría crear un microorganismo nocivo? Las tecnologías y metodologías necesarias para esto se encuentran restringidas a grupos muy pequeños y pocos laboratorios son capaces de hacerlo de manera correcta y reproducible. Además, estas instalaciones se encuentran vigiladas por autoridades regulatorias de salud animal o humana. Pensar que alguien por su cuenta pueda hacer algo así sólo por perversidad suena más bien a cuento de ciencia ficción.
Más allá de si la sociedad puede respirar tranquila con la medida, lo interesante es que esta prohibición nos deja ver en qué parte del espectro están quienes consideran que dichos experimentos son innecesarios y dónde quienes sostienen que de aquí derivarán conocimientos indispensables para obtener vacunas y fármacos, dijo.
“Esto también muestra que hay visiones muy diferenciadas en cuanto a lo que implica la investigación y sus resultados, pues mientras para los europeos es inconcebible que alguien emplee este conocimiento con dolo, para una cultura como la estadounidense es inevitable pensar que alguien podría usar esto con fines de bioterrorismo”.
El poder de un gobierno en la investigación
La moratoria impuesta en octubre de 2014 por parte del gobierno de Estados Unidos hizo evidente que, en ese país, los fondos para la investigación con microorganismos patógenos son públicos y que no hay capitales privados dispuestos a arriesgarse en ese campo.
“Esta falta de equilibrios y lo que pasó después nos dice mucho de la capacidad de una sola oficina, en este caso la del presidente de EU, para impactar en la agenda de investigación”, acotó Rodríguez.
Y debemos ser claros, no es que la Unión Americana haya prohibido la generación de conocimiento, sólo limitó los recursos, pero como todo está atado al dinero, aunque no se trate de un veto sí fue una manera de frenar el avance en esta área. Al final, la medida afectó a 21 grupos de investigación que trabajaban con SARS (Síndrome Agudo Respiratorio Severo), con el coronavirus MERS-CoV y con virus de influenza pandémicos. Aún no se evalúan las pérdidas.
“Esto nos pone en un dilema: sobre la humanidad pesa la amenaza de una influenza muy peligrosa tipo H5N1, pero no sabemos dónde va a empezar, por dónde pasará ni sus características. Entonces, si sospechamos que vendrá un microrganismo más fuerte y letal, y al mismo tiempo te impiden trabajar con él, ¿cómo estar preparados para combatirlo si no podemos estudiarlo?”.
A decir de Rodríguez Álvarez, con el levantamiento de la moratoria en diciembre de 2017 deberían encauzarse otra vez recursos a estos trabajos; sin embargo, como también se impusieron más requisitos a la investigación, la labor se complicará. “Si de por sí la burocracia de los financiamientos es abrumadora, esto implica más trabas”.
Para el académico, esta proclividad a entorpecer algo que debería ser de beneficio público se deriva de un miedo parecido al de la gente de 1818, tras haber leído la obra de Mary Shelley, aunque le parece que este temor a los organismos genéticamente modificados es absurdo, pues estos se usan, y desde hace mucho tiempo, para la agroindustria, la producción de lácteos y cervezas, y en las vacunas.
“No creo que los virus de laboratorio sean los nuevos monstruos de Frankenstein; debemos sacudirnos esos temores y verlos como lo que son: microorganismos patógenos que se deben estudiar de forma controlada, ya que están por decirnos algo muy importante”.