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La crisis silenciosa: el creciente desperdicio de alimentos

Actualmente, el desperdicio de alimentos ha ascendido a 931 millones de toneladas, un dato preocupante proporcionado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Esta situación refleja una problemática global que denuncia las repercusiones de nuestra sociedad consumista. De no controlar estas acciones, podríamos dirigirnos hacia un desequilibrio catastrófico.

El hambre, una dificultad históricamente arraigada, se agravó al concluir la Segunda Guerra Mundial, sumiendo a numerosos países en la hambruna y la pobreza extrema. La creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) representó un punto de cambio, iniciando acciones específicas para erradicar la inseguridad alimentaria.

Por consiguiente, emergió el concepto de seguridad alimentaria, centrado en el derecho fundamental a la alimentación. Sin embargo, con el transcurso de los años, surgieron desafíos urgentes como la necesidad de garantizar una alimentación adecuada para todos los habitantes del planeta.

Desigualdad y consumo

El hambre, la seguridad alimentaria y el derroche de alimentos están estrechamente vinculados a la desigualdad política, económica y social. Esta disparidad favorece el incremento de la brecha entre ricos y pobres, determinando quién puede costear una buena alimentación, quién tiene acceso a determinados alimentos y quién queda excluido.

Berenice Hernández, docente de Ingeniería Agrícola en la UNAM, describe la seguridad alimentaria como el acceso físico y económico a alimentos nutritivos y seguros, o sea, aquellos que están exentos de cualquier agente patógeno y que contienen los nutrientes esenciales para nuestra salud. Hernández apunta que los alimentos más propensos al desperdicio son las frutas y verduras, debido a su pronta descomposición.

El ‘patrón alimentario’, es decir, el conjunto de alimentos que una persona consume de manera regular, nos proporciona una imagen del régimen alimenticio y el estilo de vida de una sociedad. En los países en desarrollo, el tiempo es limitado y la alimentación saludable queda en segundo plano.

El patrón de desperdicio de alimentos muestra una variación significativa entre los países desarrollados y los que están en desarrollo. En estos últimos, donde la pobreza y los ingresos limitados son una realidad para muchos, el desperdicio de alimentos es inadmisible. Por otro lado, en los países desarrollados, donde los niveles de ingreso son elevados, se registra un mayor derroche.

Sostenibilidad y desperdicio

Según la profesora Hernández, el desperdicio de alimentos está estrechamente vinculado a la sostenibilidad. Los sistemas de producción de alimentos, al satisfacer las necesidades de la población, generan un impacto notable en la economía y el medio ambiente.

Para Hernández, el objetivo es alcanzar la sostenibilidad. En términos ambientales, el desperdicio de alimentos se traduce en una sobreexplotación de los sistemas de producción de alimentos, lo que conlleva a un consumo excesivo de agua, suelo y energía.

Además, se utiliza una cantidad considerable de combustibles fósiles en la producción de alimentos. De esta manera, cada vez que un alimento es desechado, también se derrochan los recursos naturales empleados en su producción. Este fenómeno implica una extensa cadena que abarca desde los buques de transporte hasta las personas que participan en su creación.

Cultura del no desperdicio

Hernández sostiene que aún no se ha fomentado una verdadera cultura de no desperdicio en nuestras sociedades. Las estrategias implementadas hasta el momento han fracasado en su intento de mitigar el derroche y sensibilizar a la población.

En este sentido, Hernández insta a la reflexión en el momento de desechar un alimento, recordándonos que detrás de cada producto existe una cadena de trabajo, esfuerzo y recursos.

La profesora resalta la necesidad de estrategias efectivas que instruyan a la población a aprovechar los alimentos que están cerca de su fecha de caducidad. Del mismo modo, subraya la importancia del capital social en la lucha contra el desperdicio de alimentos, al fortalecer las estrategias de cohesión social y unidad.

En este contexto, la educación juega un rol determinante. Es esencial lanzar campañas informativas de calidad que orienten a los consumidores hacia una cultura de no desperdicio, promoviendo la responsabilidad en el consumo y la conciencia sobre su impacto ambiental.

Pese a los esfuerzos nacionales para reconocer y combatir esta problemática, surge una nueva variable: el alcance territorial de estos programas, que no siempre llegan a todas las comunidades.

Para concluir, el desperdicio de alimentos es una problemática compleja que implica que la capacidad de alimentar al mundo depende no solo de la cantidad de alimentos producidos, sino también de cómo se producen, distribuyen y consumen, y de cómo se utilizan los recursos ambientales, económicos y humanos necesarios.

Por lo tanto, es fundamental no solo promover y garantizar la sostenibilidad de los modelos de producción, sino también de los modelos de consumo.

Ideas destacadas sobre despilfarro del alimentos

  1. El desperdicio de alimentos alcanza niveles preocupantes, con 931 millones de toneladas desechadas, reflejando una problemática global vinculada a la sociedad consumista.
  2. La seguridad alimentaria, como acceso físico y económico a alimentos nutritivos, es un reto que debe abordarse para erradicar el hambre y el derroche de alimentos.
  3. La desigualdad social y económica influye en el consumo y desperdicio de alimentos, generando una brecha entre países desarrollados y en desarrollo.
  4. El desperdicio de alimentos afecta la sostenibilidad, agotando recursos naturales y energía utilizados en su producción y transporte.
  5. La falta de una verdadera cultura de no desperdicio es un desafío, donde la educación y la conciencia juegan un papel esencial para promover estrategias efectivas en la lucha contra el derroche.