Actualmente la Ciudad de México vive una crisis de vivienda derivado de un déficit habitacional muy fuerte, refirió Rosalba González Loyde, maestra en Desarrollo Urbano. Aunque hay construcciones por todos lados, mucha gente necesita vivir en la ciudad y no encuentra cómo hacerlo.
De acuerdo con González Loyde, profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, el crecimiento de desarrollo urbano en la Ciudad de México se dio de manera informal en la segunda mitad del siglo pasado, donde se fueron adaptando los servicios y necesidades de los habitantes. “El urbanismo crea ciudades desde cero pero en América Latina primero llegan los habitantes y después se ordena la estructura urbana, ahora estamos en el proceso de entender cómo esos modelos se han integrado a la ciudad actual y de por qué elegimos cierta zona para vivir en lugar de otra”.
En ese contexto, la experta en desarrollo urbano destacó que el co-living (esta tendencia de viviendas compartidas) no es un fenómeno nuevo, ya que en la Ciudad de México era muy común establecer redes sociales comunitarias y permitir que alguien durmiera en un cuarto y compartir los gastos que implica mantener una vivienda. “Este es un modelo que llegó hace varias décadas a zonas como Nueva York, las zonas céntricas son más atractivas para parejas o grupo de amigos y lo vimos claramente reflejado en series como Friends”.
Este esquema llegó luego a la CDMX pero después vino otro más complejo, que propone un esquema con más lujos, “permitir que los servicios de alojamiento, a través de plataformas, estén abiertos sin control, implica abrir mucho más la brecha entre quienes pueden o no acceder a una vivienda. Los vas alejando de los centros de la ciudad y entonces tenemos más problemas de tráfico, de movilidad, de habitabilidad. La gente gasta más dinero y pierde su calidad de vida”.
Para la especialista, la aparición de Airbnb en la CDMX no es buena ni mala por sí misma. Asegura que con la reglamentación adecuada puede generar una derrama económica importante para la ciudad. Sin embargo, también hay efectos adversos, ya que es muy caro en comparación con los ingresos que perciben las nuevas generaciones. “Hace décadas se resolvía una necesidad de habitar y compartir gastos, hoy el intermediario hace negocio con el esquema y no se está atiendo la diversidad de las tipologías de los hogares”.
Lo más grave, apuntó, es qué va a pasar cuando cambie la pirámide poblacional y haya más personas de la tercera edad. Destacó que las políticas públicas se deben de integrar a este fenómeno, dar incentivos a las empresas para que construyan vivienda social y asequible en las zonas centro del país y no en lugares alejadísimos para que terminen abandonadas.
Afirmó que no va haber vivienda social, “estamos lejos de lograrlo, desde el punto de vista local y federal las políticas son débiles. Pienso que se va a reducir la vivienda en metros cuadrados, no se va abaratar pero será más accesible, va haber más desarrolladores propietarios y más rentistas. Aunque lo principal es que entren las regulaciones de sistemas en renta pues su crecimiento choca con el tema de acceso a la vivienda. Hay una necesidad de vivienda digna y asequible, pero hoy los ingresos son inestables y esas condiciones serán mucho más delicadas en 30 años”.