Se ha planteado que decir groserías puede tener un efecto de catarsis. Sin embargo, si las personas las manifiestan cuando están enojadas o molestas podrían tener el resultado contrario y retroalimentar la energía o el impulso del ser humano de luchar ¿Por qué? En el cerebro está la respuesta.
Existen varias manifestaciones del enojo, la frustración o la ira, dijo Gerardo Sánchez Dinorín, académico de la Facultad de Psicología de la UNAM. Por ejemplo, los animales como los gatos arquean su espalda, erizan su pelo y sisean. En cambio, los gorilas levantan el pecho y muestran sus dientes en forma de amenaza.
Dentro de nuestro repertorio, los humanos también tenemos conductas que indican preparación para el ataque. Aunque, si usamos las groserías en una situación de amenaza lo más seguro es que no nos ayuden, ni tampoco tomemos una decisión efectiva para manejarla.
Pero, ¿qué pasa si las suprimimos? Absolutamente nada, dijo el entrevistado. “En realidad nosotros tenemos sistemas que nos preparan para inhibir algunos comportamientos que pudieran ser adversos o que resultaran desfavorables”.
De hecho, si quedamos enredados o enganchados con las palabras, nuestro comportamiento puede ser influenciado de una manera que no nos ayude a lidiar con las problemáticas. “Si llego a maldecir porque tuve un accidente, me lastimé, me dolió y grito, seguramente no pasará nada”.
Pero engancharnos en ciertas groserías dirigidas hacia mi persona o alguien más, puede favorecer un enredo verbal que potencie otras respuestas emocionales, como la ira o la decepción, dependiendo de las groserías. “A largo plazo, podría representar más problemas”.
Desde el cerebro
Para entender el lenguaje altisonante, podemos hablar de dos partes del cerebro: una más antigua que corresponde al sistema límbico, la amígdala y los núcleos de la base, que están en lo profundo del cerebro; y una más reciente, que corresponde a la corteza, es decir, todo lo que está en la parte externa.
El sistema límbico regula la motivación y la emoción, mientras que la corteza nos permite percibir, conocer, razonar y planear. De hecho, estos dos sistemas están interconectados y funcionan juntos.
En cuanto a funciones lingüísticas, el hemisferio izquierdo se asocia con el orden, el uso gramatical, la semántica de las palabras y cómo las vamos ensamblando para dar significado. Por otro lado, el hemisferio derecho participa en la tonalidad de los mensajes y algunas automatizaciones, como las muletillas.
Las palabras tienen denotación, que es “significado literal”, y connotación, que es “coloratura” emocional. “No es descabellado suponer que la denotación de las palabras se concentre en la corteza, particularmente en el hemisferio izquierdo, mientras que la connotación se distribuya a través de las conexiones de la neo-corteza y el sistema límbico, especialmente en el hemisferio derecho”.
Una región particularmente importante es la amígdala. Se trata de una estructura con forma de almendra localizada en la parte interna de cada lóbulo temporal y, entre otras funciones, impregna de emociones a los recuerdos, especialmente los que nos resultan desagradables.
Por ejemplo, esta estructura incrementa su actividad metabólica cuando una persona observa un rostro enojado o escucha un vocablo tabú. Además, las groserías no sólo cambian la actividad de esta parte del cerebro sino que también son seguidas de una mayor respuesta del sistema nervioso simpático, la parte que prepara fisiológicamente al organismo para luchar o huir de las amenazas.
De hecho, este sistema nos acelera el corazón, nos tensa los músculos y logra que nos suden las manos, entre otras cosas. Así, al exponernos a palabras altisonantes se activan estas partes del sistema nervioso.
“Cuando maldecimos en voz alta o escuchamos a otros maldecir se activan las partes más antiguas de nuestro cerebro (sistema límbico, la amígdala y los núcleos de la base), que responden ante estímulos relevantes emocionales”.
Decir groserías no atenuará la activación de los sistemas vinculados con el estrés, al contrario, podría retroalimentar la respuesta de los mecanismos que nos preparan para luchar o huir de las amenazas.
Tema tabú
Decir groserías no siempre es bien visto por la sociedad, incluso algunas son ofensivas o consideradas de mal gusto. Por tal motivo, en la vida cotidiana tratamos de evitarlas o usamos eufemismos.
Sin embargo, hay que considerar que, como cualquier otra palabra, son sólo ensambles arbitrarios de símbolos a los que les hemos atribuido un significado y no representan una amenaza directa que ponga en riesgo nuestra vida.
De acuerdo con Sánchez Dinorín, es importante entender en qué contexto se presenta este lenguaje porque puede cambiar completamente su función. Hay estímulos que indican en qué momento sí o no usar estas palabras y es crucial considerar el efecto que pueden tener sobre nuestro comportamiento.