¿Dónde quedaron los seguidores de Hitler, Mussolini, Franco, Pétain, Pinochet y tantos otros después del final de sus gobiernos? ¿Acaso cambiaron de ideología o desaparecieron bajo tierra? ¿Se volvieron súbitamente humanistas? Es poco probable. Lo más seguro es que hayan permanecido en silencio, compartiendo entre ellos algún suspiro de nostalgia y transmitiendo soterradamente su manera de pensar a las nuevas generaciones. El fascismo nunca murió. Sólo ha vivido oculto a lo largo de décadas, recuperando fuerzas y adaptándose a los nuevos tiempos.
¿En qué consiste exactamente esta ideología? Tanto Umberto Eco como Norberto Bobbio coinciden en que resulta difícil definir este movimiento, pues es cambiante, movedizo y adopta caras muy distintas. Lo más que podemos hacer es reconocer características comunes. Entre ellas la invención de un enemigo imaginario como estrategia de cohesión, el empleo de una propaganda que no apela a la razón sino a emociones primarias como el miedo y el instinto de supervivencia, pero también una vigilancia constante por parte del Estado.
En los últimos años hemos observado en países del mundo entero un preocupante resurgimiento de gobiernos que presentan estos rasgos. Por eso, la Revista de la Universidad de México decidió editar, a manera de alerta, un número al respecto. Nuestro dossier abre con una entrevista de Carlos Bravo Regidor a Carlos Illades, historiador y especialista en la izquierda en México, para tratar de entender un poco más esta ideología, saber qué la distingue de los populismos y conocer sus derivados más actuales.
En su ensayo “Las batallas semánticas. El lenguaje del fascismo” Violeta Vázquez-Rojas pone a la luz las expresiones y las palabras del léxico fascista para que podamos identificarlas. “Los tres golpes: Lo que Freud vio”, firmado por el filósofo David Beytelmann, recuerda que en sus escritos sobre política y psicología de masas Freud anticipó lo que vendría: la manipulación, la “ilusión” o la creencia colectiva, capitalizada por los gobernantes.
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