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El precio de la pasión

 

 En el último tramo del viaje asoma la zozobra, la incertidumbre, las dudas y el miedo. El psicoanalista Gabriel Rolón lo sabe, lo vio en un geriátrico. Una anciana le preguntó con angustia, con sus ojos vibrantes, atrapada en una cama: “¿Esto fue todo?” Le contestó: “Sí, esto fue todo. Pero le juro que mientras le quede un segundo de vida y quiera hablar voy a estar aquí para escucharla”.  Unos días después falleció.

El rostro de Gabriel Rolón es muy conocido por los televidentes argentinos. Lo mismo está en los programas de revista que en tertulias y entrevistas. No teme a los reflectores ni a las multitudes. Cuando le pregunto si no lo ha desdeñado el mundo académico sonríe y recuerda que un profesor suyo le confesó que era uno de sus detractores, hasta que se dio cuenta que muchos de los pacientes de sus colegas llegaban al consultorio después de haber visto alguna de las charlas de Rolón.

Rolón cita a Lacan para explicar su presencia en los medios de comunicación y en algunas plataformas de internet: extender el psicoanálisis para que la gente lo conociera. Añade: “en los tiempos que vivimos lo que no está en la cultura desaparece. Desestimar el poder de los medios, del internet, es como querer que los libros se escriban a mano”.

El público le pregunta casi siempre lo mismo: dificultades de pareja, rompimientos, lutos. No duda en contestar, aunque las temáticas sean muy parecidas. En su libro “El precio de la pasión” lo mismo cita autores clásicos que películas. Rolón escribe que “en el amor no existe el libre albedrío, porque todos llevamos desde chicos las marcas que nos conducen a una elección inevitable”.

“La gente cree que acudir a terapia, analizarse, es para cobardes”, le digo. Desde su casa, a través de la pantalla del Zoom contesta: “Analizarse es una aventura que sólo pueden emprender los valientes. Los que van a terapia son valientes y fuertes. Hay que ser valientes para animarse y meterse en su propia historia, para bucear en su infancia, para enojarse con sus padres. Replantearse la vida y hacerse cargo de la parte que nos corresponde. La responsabilidad que tenemos en las cosas que nos duelen y salen mal requiere de una valentía que no todo mundo tiene”.

En su más reciente libro “El precio de la pasión” escribe que “el analista es alguien que ya ha recorrido el laberinto de sus contradicciones y visitado los rincones más oscuros de su ser. “La idea es recorrer juntos un camino brumoso que lleva hacia un horizonte sin certezas. Me impulsa el deseo de mirar el abismo. Un abismo inquietante, un abismo inconsciente, sin olvidar el riesgo que señaló Nietzsche: ‘A veces es imposible involucrarse sin ser arrastrado’”.

Le gusta la figura de Caronte, se ve en esa barca ayudando a sus pacientes a cruzar sus propios infiernos. Precisa que es más fácil echarle la culpa a los demás, “es más fácil decir yo puedo solo y seguir arrastrando los síntomas hasta el resto de los días. En cambio, quien decide analizarse y hacer una terapia dice: es cierto, no puedo solo, ¿quién puede todo solo en la vida? Quiero tener una vida que tenga un sentido. Estoy dispuesto a caminar por mi propio infierno”.

Agrega que una de las trampas en las que todo mundo cae es la de rehuir los problemas. Creer que son los otros los que se equivocan, los que no nos entienden. Los otros son los que necesitan ayuda. Le comparto a Rolón una de las frases que escucho a menudo de quienes no acuden a terapia: ¿por qué le voy a contar mis secretos a un desconocido. El autor de “Historias inconscientes” afirma que hay quienes dicen: “Yo no necesito pagar para que me escuchen porque tengo amigos. Un analista no es un amigo. No quiere decir que no te quiera, yo quiero mucho a mis pacientes. Los quiero a veces tanto como a mis amigos, pero de un modo distinto. Como analista le tengo que decir: usted está sufriendo por culpa suya. Hágase cargo. El que se equivocó fue usted. No es lo mío darle ánimo, sino que asuma la responsabilidad que le cabe en el dolor que está sintiendo”.

El vínculo entre paciente y analista se construye fragmento a fragmento, a fuego lento. La cura por el habla, las palabras edifican la cercanía. “Muchos pacientes tardan meses en contarnos algunas cosas.  Escuchamos cosas que un padre, un amigo, reprimirían. No las escucharían, no las podrían tolerar. Yo sí porque estamos preparados para eso y preparados para esperar a que el paciente esté listo. Freud dijo que recordar es la mejor manera de olvidar. Mientras no lo recuerdes se va a repetir y ni siquiera se repite como se repiten los recuerdos, se repite como se repiten las vivencias que están pasando ahora. Lo repite uno con la misma emoción, con el mismo nivel de angustia porque tiene la fuerza del trauma”.

El analista Rolón invita al paciente: “si querés sufrir nuevamente adentro del consultorio es para no volver a sufrirlo, vamos a sufrirlo juntos. Usted va a llorar como cuando tenía nueve años y le pasó eso que me va a contar, va a llorar como cuando tenía ocho años y la violaron. Lo va a revivir acá, voy a poder contenerla afectivamente. Cuando uno no recuerda en palabras recuerda en acto. Lo que no se recuerda con la posibilidad de simbolizarlo por medio del lenguaje, se recuerda en el cuerpo, se recuerda en las actitudes, se recuerda en las fobias. Recordémoslo donde corresponde”.

¿Rolón llegó tarde a su cita con el psicoanálisis? Le recuerdo que vi una entrevista que le hizo un amigo suyo donde contaba cómo se inscribió hasta los 30 años en la Facultad de Psicología. Era un mar de dudas. Su vocación inicial fue la música (lo sigue siendo), toca la guitarra (“muy bien”) y el piano (“soy un alumno mediocre”). Pero un día decidió que lo suyo era la psicología y aunque lo disfrutaba las dudas llegaron de nuevo. Su padre jugó un papel decisivo para no abandonar, de nuevo. Le dijo: “Yo estoy preparado para tener un hijo que fracase, no 10, 100 veces, pero no tengo ganas de tener un hijo que no intente su sueño por miedo. Entonces andá y fracasá. No dejes de soñar por miedo”.

Rolón tiene muy claro que “la vida tiene un fin, tiene un tiempo final, la vida no es eterna, mientras queden dos o tres minutos vale la pena soñar y vale la pena jugársela por los deseos. Para los analistas el deseo es muy importante porque es la manifestación de la vida”.