Tiempo, ¡bendito tiempo! Tiempo para leer, escribir, estudiar, pensar, analizar, descubrir, para hacer de este mundo un lugar mejor. Quizá algunos crean imposible dicha posibilidad debido a los deberes cotidianos: si no es la escuela, es el trabajo, el hogar, los hijos, los pendientes, ese algo que no permite desarrollar y expresar al máximo nuestra creatividad, sobre todo en época de crisis.
Pero hay quienes opinan que “de lo malo, hay que sacar lo mejor”, porque precisamente las crisis se hicieron para eso. Pero qué de bueno puede traer la pandemia de nuestros días si mucha gente muere esperando una cura; si lejos de unirnos como familia, gestamos violencia dentro de ellas. ¿Acaso este confinamiento puede ser el momento perfecto para crear?
En 1665, cuando Inglaterra sufría los efectos de la peste bubónica, episodio conocido como la Segunda Epidemia desde la aparición de la llamada “peste negra” en Asia central hacia el año 1300, la Universidad de Cambridge se vio en la necesidad de cerrar. Hubo quien salió de ella para dedicar dos años de su vida a pensar, idear y realizar experimentos que, a la postre, terminaron en aportaciones fundamentales para la humanidad.
Con tan sólo 23 años Isaac Newton vio en el aislamiento la oportunidad y el tiempo para pensar en varias vertientes: el desarrollo de la óptica, la mecánica clásica, el descubrimiento del cálculo diferencial y la ley de la gravitación universal.
De acuerdo con Luis Felipe Rodríguez Jorge, investigador del Instituto de Astronomía (IA) de la UNAM, contrario a lo que podríamos pensar en torno a la comunicación de ese entonces, la gente en confinamiento de esa época no estaba del todo aislada. Si bien la tecnología con la que ahora contamos nos es útil para realizar un sinfín de actividades, las relaciones personales del Siglo XVII nos demuestran lo innecesaria que ésta puede ser si de comunicarse se trata.
A pesar del fuerte antagonismo y rivalidad de nacionalidades entre científicos de la época, estos escribían artículos, libros, opiniones y cartas detalladas sobre sus más recientes descubrimientos que intercambiaban entre sí o con ciertos grupos importantes del continente europeo.
En entrevista para el programa Primer Movimiento de Radio UNAM, Rodríguez Lara refirió que “Newton era famoso por ser un científico, pero también por haber tenido terribles controversias y enfrentamientos con otros”, entre los que figuran Gottfried Wilhelm Leibniz y Edmond Halley, matemáticos con quienes permaneció en contacto durante y después de la peste.
A este respecto, se destaca el origen de lo que ahora conocemos como “cálculo diferencial integral”, un descubrimiento que Newton llevó a cabo a la par de Leibniz. Por un lado, Newton afirmaba que en 1666 él había comenzado a trabajar en una forma de cálculo que publicó años después. Mientras que Leibniz sostenía que en 1674 inició los trabajos de una variante del cálculo que pudo publicar hasta 1684.
Isaac Newton -añadió el académico universitario- era una persona con una ambición y amplitud intelectual increíble. Su gusto por el conocimiento le permitió ser un autodidacta desde muy corta edad.
Ninguno de sus descubrimientos fue fortuito. Newton conocía de las contribuciones que en su momento hicieron Nicolás Copérnico y Galileo Galilei. El tener claro que es el Sol y no la Tierra quien funge como el centro de nuestro sistema solar, lo llevó a desarrollar ideas que, aunque en muchas ocasiones no llegaron a nada, otras tantas concluyeron en logros y aportaciones fundamentales.
“Descubre la ley de la gravitación universal. Al ver caer una manzana de un árbol, se pregunta si esa fuerza que hizo caer la manzana a la tierra no estaría afectando a cosas más lejanas, por ejemplo, a la Luna. Y llega a la conclusión, y la demuestra matemáticamente con los movimientos de la Luna, que sí existe esa fuerza que decae, pero que se extiende al infinito, y todos los cuerpos la producen y se atraen entre sí”.