Hace 30 años —el 17 de junio del 1991 para ser precisos—, el Parlamento Sudafricano derogaba la última ley que justificaba al apartheid (la cual instaba a clasificar a la población según su raza). Ese mismo día el artífice de talmedida, el entonces presidente Frederik de Klerk, declaraba desde Johannesburgo: “La desaparición total de este sistema segregacionista tardará varios años”.
Quizá por ello, aunque para algunos la disolución de esta figura discriminatoria se dio en el 91, para otros este hecho debería datarse en 1992, cuando se realizó un referéndum sobre su abolición (en el cual sólo opinaron blancos; la gente de piel oscura no podía sufragar) e incluso hay quienes recorren la efeméride hasta 1994 para hacerla coincidir con el momento en el que los negros, porfin ciudadanos, votaron en masa por Nelson Mandela, haciéndolo presidente.
¿Entonces podemos hablar de una desaparición del apartheid?, para la profesora Sandra Kanety Zavaleta, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS), “si usamos dicha palabra para referirnos a sistemas de segregación por raza u origen, entonces no, pues éste todavía pervive en el mundo. Aunque duela admitirlo, hay demasiados países donde se hacen diferenciacionesracistas o xenófobas a la hora de dar acceso a la ley, proteger los derechos humanos, ofrecer oportunidades ogarantizar una vida digna”.
Que esto se siga dando explica las sorpresivas declaraciones de Ilan Baruch y Alon Liel, dos exembajadores israelitas que sirvieron en Sudáfrica durante los años de segregación y quienes, hace un par de semanas, aseveraron en un editorial firmado por ambos —el cual tomó por sorpresa a las autoridades de Tel Aviv—que lo que hace su país con los palestinos es apartheid, así, sin adornos ni ambages.
“Israel es un poder soberano que discrimina, de forma sistemática, por nacionalidad y etnicidad. Es tiempo deque el mundo reconozca que aquello acontecido en Sudáfrica hace décadas se repite hoy en los territorios palestinos ocupados”, aseguraron los diplomáticos.
Para la doctora Zavaleta Hernández algo parecido podría decirse de lo que hace Myanmar con los rohingyas —incluso Amnistía Internacional lo ha clasificado de esa manera—. Además, la académica explica que, para encontrar más de estos casos no es preciso viajar tan lejos, pues en nuestro continente la segregación racial se da en Estados con gobiernos conservadores como el de Brasil, ello debido a lastres de los que no logramos sacudirnos.
Pocas personas han sido tan claras al denunciar estas inercias culturales como el economista Ayabonga Cawe,quien hace poco declaraba: “Nunca desmantelamos el apartheid”, ello en referencia al hecho de que casi el 90 por ciento de la riqueza de su natal Sudáfrica se concentra en manos de los blancos, pese a que estos representan apenas el 7.8 por ciento de la población total del país.
Cuando en 1991 el presidente De Klerk anticipaba lo difícil que sería desmontar la mentalidad segregacionista sudafricana, parecía estar dialogando con el presente, puesun hecho que parece evidenciar lo poco que se ha avanzado en ciertos rubros es el de que aquel acto con el que el Parlamento buscaba acabar con el apartheid consistía en derogar una ley que clasificaba racialmente alas personas. Hoy, a 30 años de distancia, el mismo gobierno que vetó aquella norma sigue usando a la raza como criterio para clasificar a su gente.
Lo que no aprendimos
Aunque acuñada en Sudáfrica por los afrikáans (descendientes de colonos europeos, básicamente holandeses), la palabra apartheid hoy se usa para designar a un crimen de lesa humanidad, el cual a decir de Human Rights Watch, consta de: la intención de mantener la dominación de un grupo racial sobre otro; la opresión sistemática de un grupo dominante sobre uno marginado, y actos inhumanos.
Para la profesora Sandra Kanety el que, pese al repudio que provocan, estos regímenes se multipliquen y sobrevivan, se debe a que los humanos somos muy proclives a tomar nuestra ambición por brújula. “Las políticas segregacionistas son injustificables, pues no tendríamos por qué jerarquizar, diferenciar o separar por motivos raciales o de origen; sin embargo, lo hacemos para detentar poder”.
Decía el filósofo George Santayana: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Si esto es así ¿por qué seguimos replicando algo tan fresco en nuestras memorias?, pregunta la académica. Ello se debe —argumenta— a que, en ocasiones, incluso teniendo la lección ahí, justo frente a nosotros, sencillamente no la aprendemos ni elaboramos moralejas.
“Resulta paradójico, pero a la par que avanzan las revoluciones científicas y tecnológicas se observanretrocesos en la sociedad internacional en muchos aspectos. Pareciera que lo que vamos conquistando en cuanto a mejoras en calidad de vida y conocimientos seapareja con una regresión ligada a nuestra manera de ver las cosas y a nuestra forma de concebir al otro”.
En opinión de la doctora Zavaleta, sólo así se explica el resurgimiento de esta pléyade de movimientos racistas, segregacionistas y contrarios a la diversidad cultural y de pensamiento. “Sorprende ver que, en el nuevo milenio,hay quienes toman por suyas aquellas ideas del siglo XV, XVI y XVII que sostenían que el color de la piel define lainteligencia y, por ende, el acceso a derechos y a una vida digna y libre de violencia”.
Por ello, la académica invita a ver en la experiencia sudafricana no una serie de hechos útiles tan sólo para aprobar exámenes, sino una lección que deja enseñanzas permanentes. “Si algo debiéramos sacar en claro de esto es que, si no nos asumimos todos como iguales en la diversidad, seguiremos creyendo justificable ejercer violencia contra alguien tan sólo por no compartir nuestra nacionalidad, religión, preferencias o formas de entenderel mundo”.