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¿Denominación de origen para la lucha libre?

Desde hace un siglo, la lucha libre se ha constituido con rasgos culturales mexicanos y se ha transformado en un fenómeno local completamente único, por lo que debería considerarse como un deporte con Denominación de Origen, así lo propuso Patricia Alejandra Celis Banegas en su tesis de doctorado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM.

“Si el tequila es patrimonio mexicano, la lucha libre no es menos y debe considerarse un patrimonio de la Ciudad de México”, argumenta Celis Banegas.

Se trata de la primera investigación de tal envergadura sobre la lucha libre mexicana realizada por una mujer. De origen argentino, Patricia, actualmente se dedica a la docencia en el Centro de Estudios en Ciencias de la Comunicación y en el Centro de Estudios Antropológicos, ambos pertenecientes a la FCPyS de la UNAM.

En su pionera investigación, Celis Banegas traza la genealogía de la máscara y la construcción de la narrativa que envuelve al luchador, presentando un escenario de realismo mágico en el que un ser de carne y hueso se sube a un ring para transformarse en un héroe urbano.

El ring se convierte en un espacio distinto, alejado de lo cotidiano. En él, los luchadores participan en rituales y prácticas organizadas de acuerdo a una estructura muy particular.

Este espectáculo cobra sentido para los espectadores gracias a la eterna batalla entre el bien y el mal que se libra en el ring, donde los luchadores se autodenominan “rudos” y “técnicos”.

¿Qué lleva a alguien a volcarse a las luchas?

Patricia arribó a México hace ocho años. En su natal Argentina estudiaba las performances y, en esa exploración, encontró la lucha libre mexicana. Al descubrirla, comprendió que se trataba de un fenómeno constituido desde una perspectiva y lógica netamente mexicanas.

En su búsqueda, halló que existen textos mexicanos sobre la lucha libre, pero ninguno con enfoque científico. No obstante, descubrió dos tesis sobre la lucha libre, una alemana y otra estadounidense, ambas escritas por mujeres. Ante la escasez de información, comprendió que este era un campo de estudio muy valioso.

Decidida, dejó atrás veinte años de docencia en Argentina y viajó a México para cursar su doctorado. No había otra opción para ella, tenía que ser en la UNAM, anhelaba formar parte de esta prestigiosa universidad.

Afortunadamente, las puertas se le abrieron. Hace cinco años ingresó a la Máxima Casa de Estudios y, a través de otros profesores, conoció a José Ángel Garfias Frías, académico de la FCPyS y antiguo luchador, quien tenía un amplio conocimiento sobre el tema.

Bajo su tutela, Patricia pudo investigar más profundamente sobre las luchas. Con su ayuda y asesoramiento, desarrolló su trabajo desde una perspectiva de las ciencias de la comunicación con una visión antropológica.

“La UNAM es un tema aparte”, comentó Patricia. Con el paso del tiempo, sus profesores se convirtieron en amigos y se llena de alegría al sentirse parte de una comunidad que considera como su familia.

“México me ha brindado mucho más de lo que esperaba, llegué para cursar un doctorado y encontré nuevos amigos. Estoy muy contenta con todo lo que me ha proporcionado y continúa ofreciéndome”.

Un espectáculo mágico

La primera vez que Patricia asistió a una lucha libre fue hace ocho años. En ese momento pudo apreciar el realismo mágico en vivo y, desde entonces, comenzó a escribir textos sobre la lucha libre, algunos vinculados con la simbología de la máscara.

Una vez que ingresó al doctorado, su trabajo no solo se centró en los luchadores y luchadoras y sus familias, sino también en los árbitros, promotores, e incluso en el trabajo de campo en los gimnasios donde se entrenan, observando todo lo que ocurre fuera del ring, los espectadores y el espectáculo de la lucha libre.

Le pareció un espectáculo que unía al México simbólico con una performance. Posteriormente, conoció la vida de los luchadores, deportistas que ponen en riesgo su vida en cada presentación.

Durante la pandemia, Patricia se dedicó a entrevistar a los luchadores y los resultados fueron sorprendentes. Se trata de una población que está en alto riesgo, no solo por su actividad sino por la precariedad de su trabajo.

¿Por qué gusta la lucha libre?

La lucha libre atrae por diversas razones. Por ejemplo, en México es un fenómeno que se ha convertido en algo muy local, y aunque este deporte se practica en otros países, en ninguno es tan apreciado y valorado como aquí.

La lucha libre ha ocupado el lugar de un espectáculo con características locales, como las máscaras, el diálogo entre los luchadores, los espectadores, e incluso el albur.

Funciona como un espectáculo de descarga emocional y de catarsis social. Por ejemplo, cuando una persona que vive la dura realidad en su día a día, sufre injusticias e inequidades, y luego asiste a las luchas, puede transformar todas esas emociones negativas en risas.

Los participantes pueden criticarlo porque son parte activa del fenómeno. De hecho, en el ring se plantea la lucha entre el bien y el mal, así como las injusticias en cuanto a las reglas.

Por un lado, se genera un juicio crítico en el espectador y por el otro surge una explosión catártica donde se ríe, quizás incluso de lo que le ha sucedido durante el día.

De esta manera, el espectador comprende los temas de las narrativas de la lucha libre, con un lenguaje propio del mexicano, desde el colorido, el vínculo con la familia, el rompimiento de las reglas y la discusión del poderoso contra el débil.