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Cuatro historias de guerreras sobrevivientes

Foto: cortesía de Rina Gitler.

Heidi Matos tenía sólo 29 años cuando le diagnosticaron cáncer de mama. Estaba en el consultorio del médico cuando le informaron los resultados y ella no entendía nada. “Lloré y lloré y lloré y lloré y el doctor me dijo termina de llorar porque después me vas a poner atención y vamos a empezar con esto: la verdadera lucha; y así fue”, recordó la joven que salió victoriosa de la batalla y hoy tiene 46 años de edad.

Era el año de 1992 cuando acudió a una revisión normal con el ginecólogo y éste le encontró una bolita y le mandó a realizar una mastografía. Cuando llegó al laboratorio no querían hacerle el estudio debido a su corta edad. Tuvieron que llamar al médico para la autorización.

Los resultados revelaron unas micro calcificaciones que no eran buena señal. Mandaron a realizar una biopsia y el médico comentó que era benigno y no había de qué preocuparse.

Sin embargo, los padres de Heidi son médicos y su mamá no quedó conforme. La llevaron con un oncólogo y ella estaba muy enojada: “Me dijeron que estoy bien y a fuerza quieres encontrarme algo malo”.

Al final resultó cáncer de mama, que además era más agresivo por su corta edad. El médico le dio varias opciones y Heidi tomó la más radical: retirarse los senos. En el momento de la cirugía le hicieron la reconstrucción y eso fue un motivo menos de angustia.

Después de la operación necesitó 12 rondas de quimioterapia y el punto más difícil fue cuando perdió su cabello. “Si no tienes un seno nadie lo nota, pero cuando no tienes cabello la gente te ve con lástima y eso me pegaba mucho”.

Finalmente se curó, pero ella asumió que no podría ser mamá. Cuando habló con su médico éste le preguntó: ¿de dónde sacas esa información? Ella lo había asumido sin razón y él respondió: a veces las quimioterapias afectan el funcionamiento, pero no siempre sucede. Afortunadamente no era su caso. Hoy Heidi está muy feliz, porque tiene un hijo de siete años perfectamente sano.

 

Una máquina de tortura

Mariana Reyes acudió a hacerse su primera mastografía justo antes de cumplir 40 años de edad. En el momento del estudio pensó: “Esto es una cosa espantosa, estoy segura que esta máquina debió inventarla un torturador”.

Sentía como le aplastaban la mama y toda incómoda apoyaba su cabeza sobre el acrílico de la máquina. Notó que las enfermeras se inquietaron, entraban y salían y una de ellas dijo “vamos a traer a la doctora”. Ella pensó “Güey, algo no pinta bien”.

En el momento no le dijeron nada, únicamente hicieron varias tomas y más tarde fue diagnosticada con cáncer de mama. Lo primero que pensó fue: “No me puede estar pasando a mí, soy muy ordenada, disciplinada y las cosas en la vida me han salido más o menos bien. Fue como recibir una cachetada”.

Tenía dos opciones: retirar la mama infectada y meter implantes si es que era posible (sólo al momento de la cirugía sabrían) o tomar radiaciones. Mariana decidió retirarse las dos mamas porque de otra forma no estaría tranquila: ¿Si me salió de un lado, por qué no del otro?

Comenzó una negociación agotadora con el personal del seguro médico. Ellos decían que era algo estético, pero ella no lo veía así. “Si te van a meter al quirófano necesitas que alguien te reconstruya”.

Logró la reconstrucción y su siguiente preocupación fue: “Nada más no quiero levantarme y parecer Ninel Conde”. Su doctor le respondió: “Ay hija, no tienes para donde, no vas a parecer Ninel Conde, no te preocupes”.

En el momento de levantarse de la anestesia lo que más le preocupó fue su feminidad a nivel estético. Se preguntó si tendría pezones, porque esa era una opción, si el cáncer se había extendido podrían retirar el botón mamario. Era un escenario de pesadilla.

Al estar acostada bajo la sábana la levantó, se miró y se dijo: “Sí tengo pezones”. Podría parecer una cosa “chiquita” en comparación con su vida, pero fue como “no perder algo” y su alma descansó.

Le quedaron cicatrices de la cirugía, pero se siente orgullosa porque piensa que son como heridas de guerra. De haber transitado por un momento muy difícil al cual sobrevivió.

 

Después de sufrirlo, decidí ayudar a otras mujeres

“Yo tenía 34 años de edad cuando en un abrir y cerrar de ojos me diagnosticaron cáncer de mama”, dijo Rina Gitler, médica de profesión y cirujana. ¿Por qué a mí? Fue lo primero que se preguntó. No obstante, sobrevivió a la enfermedad y hoy tiene 47 años de edad.

Era 2009 cuando se estaba autoexplorando y se encontró una masa del tamaño de una lenteja. En ese momento se dijo que se trataba de una bolita de grasa. Rina trabajaba con otro médico, le llamó y le dijo: ¿Me puedes quitar un linfoma que tengo?

Ella sabía que se trataba del plan incorrecto, pero estaba en completa negación. Afortunadamente, el médico, que también era su amigo, le dijo que tenían que hacer bien las cosas y primero haría una biopsia en el quirófano con un cirujano oncólogo.

“Yo le dije: no, no, no, seguro es una bolita de grasa, y él me respondió: bueno si quieres que yo te trate, a partir de este momento tomo las decisiones”. Por primera vez en mucho tiempo, Rina tuvo que ser humilde y decir “bueno, me pongo en tus manos”.

Entró al quirófano en manos de su gran amigo, pero ella seguía rebelde y llamó al Departamento de Patología para saber los resultados. La señorita que la atendió le negó la información, y comentó que únicamente podía proporcionarla a su médico. “Ahí supe que tenía algo”.

Fue diagnosticada con cáncer de mama, pero en contraste se sintió afortunada porque tenía el contacto de varios médicos que podían tratarla. Le marcó al doctor Guadarrama un amigo suyo y le comentó: “Tengo cáncer”. Él le respondió que el doctor Padilla, otro amigo y especialista en el tema ya esperaba su llamada para ver que harían.

El valor de la amistad de Tatiana Pardo con Paloma Martínez en esos momentos. Foto: cortesía de Paloma Martínez.

En ese momento, sus dos hijas estaban muy pequeñas, tenían año y medio y cinco años. Recuerda que todo el tiempo tuvo en la cabeza: “No me voy a morir, no me voy a morir, no me voy a morir”, porque le aterraba que ellas se quedaran solas. Sin duda, el apoyo que recibió de la gente a su alrededor fue fundamental para estar bien.

Rina tuvo un cáncer en etapa temprana, y el tumor no se corrió a otros órganos. Gracias a eso sólo necesitó una mastectomía, es decir que le quitaran toda la mama.

El momento más difícil de su vida ha sido cuando salió de cirugía y esperó que la enfermera y su mamá se fueran para ver como habían quedado sus senos. Por fortuna, todo salió bien. “Yo era cirujana, había tenido contacto con mujeres con este tipo de operación, sabía cómo era la reconstrucción, pero hasta que no me pasó a mí, no fui consciente de lo que implica; hoy puedo contar que le dio sentido a mi vida”.

Desafortunadamente, durante el proceso el papá de sus hijas se fue. Para Rina esto no es cuestión de clase socioeconómica o de educación, sino de seres humanos. “A lo mejor no se fue por mala onda, sino por miedo”.

Los hombres también tienen miedo y cuando sus parejas pasan por este tipo de tratamiento no saben como actuar. Sin embargo, hay muchísimas herramientas que los pueden ayudar a estar bien.

Afortunadamente, en un abrir y cerrar de ojos ya estaba diagnosticada, tratada y curada. El proceso duró un año desde el primer diagnóstico hasta que concluyó el proceso de reconstrucción.

A casi 12 años de ese suceso, Rina expresa que se siente privilegiada porque encontró su misión en la vida y conjugó su profesión con su parte humana de ser mujer. En una semana se dijo: “Si tengo una segunda oportunidad en la vida quiero ayudar a mujeres con esta misma situación para que estén bien”.

Su primer instinto fue apoyar a varias organizaciones. No obstante, en 2009 creó Alma, una fundación para ayudar a que las mujeres mexicanas tengan acceso a un tratamiento digno e integro, que incluya una cirugía de reconstrucción. Después de un tratamiento de cáncer una reconstrucción de senos no está considerada como parte del tratamiento.

Al principio pensó que se trataría de un proyecto como un hobby y que seguiría con su trabajo. Sin embargo, la fundación creció tanto que en un año cerró su consultorio y se dedicó felizmente a la medicina pública. Desde entonces, han podido reconstruir a más de 600 mujeres en todo el país.

Prepararse para vivir una guerra

A Paloma Martínez le diagnosticaron cáncer de mama cuando tenía 27 años de edad. Hoy, puede contar su historia que ella misma describe como haber sobre

vivido a una guerra.

Era 2007 cuando la joven miraba la televisión, comenzó a palparse los senos y encontró una bolita en la mama derecha. Se dijo: “Esto no es normal”. Acudió al ginecólogo y así comenzó un proceso largo y difícil. Los primeros estudios arrojaron un resultado positivo.

El ginecólogo le sacó el tumor, lo analizaron y resultó ser cancerígeno. “Cuando ya te lo confirman y es un hecho no te queda de otra más que preguntar ¿qué debo hacer?” Recibió varias opiniones de distintos médicos; no obstante, la opción era acudir con un oncólogo.

Lo último que le preocupó es si iba a morir, más bien pensó: ¿cómo voy a resolver esto? No tenía seguro médico y el proceso era muy costoso. Así, llegó al Instituto Nacional de Cancerología, un hospital público y muy bueno para tratar estos casos.

Una vez con su plan armado vino la parte difícil, desde el dolor físico hasta lo emocional. Se preparó de todas las formas posibles: desde comer bien, descansar, hasta rodearse de sus seres queridos. “Si tenías planes de trabajar, a olvidarse, es meter una pausa a tu vida que no tenías planeada”.

El apoyo emocional fue esencial. Paloma acudió a grupos de terapia donde había otras mujeres con el mismo problema, y aunque pensaba que no pertenecía a ese mundo porque la mayoría de ellas tenían una edad más avanzada, le ayudó bastante.

Paloma sobrevivió a esta guerra. Hoy aconseja a las mujeres que viven esta enfermedad que sean positivas, traten de controlar sus miedos y se digan: no me voy a morir de esto. Actualmente, la medicina está muy avanzada y una debe confiar en un buen médico.