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Cuando la historia y la física se unen

“Si lo piensas, entre física e historia no hay mucha relación”, comenta Alejandro Mitrani, investigador del Instituto de Física dedicado al estudio y preservación del patrimonio cultural.

Lo dice cuando recuerda la etapa en la que debía elegir entre sus dos pasiones. Mientras que otros hubieran tenido que desechar alguna de ellas, él eligió combinarlas y encontrar su hogar en la arqueometría, la disciplina que utiliza métodos científicos para el estudio de piezas arqueológicas.

Nacido en Ensenada, Baja California, el técnico académico del Laboratorio Nacional de Ciencias para la Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural (LANCIC) siempre tuvo fascinación por objetos históricos. Sin embargo, no estudió historia porque desde la preparatoria inició su pasión por otra disciplina: la física.

Así, decidió cursar la carrera de física en la Universidad Autónoma de Baja California. Una vez terminada su carrera, partió hacia Cuernavaca para estudiar la maestría en el Instituto de Ciencias Físicas de la UNAM, trabajando con plasmas, particularmente en descargas eléctricas en gases.

Terminando la maestría, un compañero suyo le comentó sobre una conferencia de arqueometría realizada por José Luis Ruvalcaba, en la que describía un análisis realizado en 2009 acerca del deterioro y composición del Acta de Independencia utilizando las técnicas Raman y fluorescencia de rayos X (XRF).

Gracias al interés que esta conferencia despertó en él, Alejandro contactó al investigador Ruvalcaba e ingresó al doctorado en Ciencia e Ingeniería de Materiales. Fue en esa etapa en la que conoció el estudio de bienes culturales, como edificios, esculturas o murales, lo que más tarde se convertiría en su proyecto de vida académica.

La plaza para trabajar en el LANCIC “le cayó del cielo” ya que fue contratado inmediatamente después de terminar el doctorado. “Me asocié a este laboratorio para realizar el doctorado. Después se abrió la oportunidad de la plaza como técnico académico, y así fue como entré aquí”.

La labor de Alejandro Mitrani implica hacer trabajo de campo fuera del laboratorio. Por ejemplo, en 2017, colaboró en un trabajo para analizar la composición y el deterioro del mural Sueño de Una Tarde Dominical en la Alameda Central, de Diego Rivera, ubicado en el Museo Mural Diego Rivera, en la Ciudad de México.

“El estudio se realizó in situ, todo se llevó al museo. Ahí lo que se hizo fue una caracterización, se utilizaron todas las técnicas de imagen que tenemos disponibles: imagen visible, imagen infrarroja, con luz ultravioleta para ver diferentes intervenciones y tener una mejor idea de la distribución de los pigmentos que utilizaron”.

Su principal actividad para analizar el mural fue la fluorescencia de rayos X, una técnica que se basa en el estudio de las emisiones de rayos X generados después de la excitación de una muestra. Con esta técnica, concluyó una identificación elemental de más de mil puntos de análisis, algo que Mitrani califica como “monstruoso”.

En 2018, él y un grupo extenso de investigadores provenientes de diferentes partes de la República ganaron el premio Paul Coremans, otorgado por el Instituto Nacional de Arqueología e Historia en el área de conservación de bienes muebles, por el trabajo de restauración que realizaron sobre la escultura ecuestre de Carlos IV, más conocido como El Caballito, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

“En ella (la estatua) se vio una degradación bastante grande debido a la intervención (humana), entonces se hizo una investigación a profundidad para ver qué se había degradado, qué se había perdido, ver el estado de la escultura para ver qué intervención se le podía realizar para corregir este daño”, explica Mitrani.

En esta investigación también determinaron detalles sobre la historia de la escultura, como la aleación empleada para su construcción, la distribución y el vaciado de su recubrimiento, así como la naturaleza de las intervenciones realizadas para intentar protegerla de las condiciones naturales a las que estaba expuesta.

Para Mitrani, el trabajar en la UNAM “es un gran privilegio” pues, dice, “es la mejor universidad de México” debido a que buena parte de las investigaciones realizadas dentro de la Universidad son de gran calidad y con acceso a equipo especializado. Además, es posible “darlas a conocer al mundo, también hay mucho apoyo para hacer divulgación de los trabajos que se están realizando. Como lo dicen muchos: es como caer en un colchón de algodón”.

Alejandro, físico de formación y amante de la historia por convicción, siempre recuerda con alegría la época en la que sus padres tenían que sacarlo por la fuerza de los museos que visitaba. “Desde niño siempre me la pasaba en los museos, me pasaba horas viendo armas y armaduras, cañones y pues ahora estar trabajando en los museos, tocando las piezas, analizándolas, estando con ellas, siento que ha completado una parte bastante padre para mí”.