Capitalino, defeño, mexiqueño o incluso mexiquense son algunos de los gentilicios con los que se intentó nombrar a los nacidos en la Ciudad de México. Ninguno logró consolidarse, pero hay uno que sí se popularizó y trascendió fronteras: chilango.
Hasta la fecha no existe consenso sobre el origen de esta palabra, explicó en entrevista Idanely Mora Peralta, investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
“Pasó de ser un apodo con una connotación negativa a convertirse en un gentilicio”, señaló la académica universitaria.
La mayoría de los habitantes de la Ciudad de México la acepta, aunque es una palabra propia del registro coloquial que del habla culta.
A pesar de tener cierto valor peyorativo, es importante decir que ahora su sentido es positivo y se asume como parte de la identidad cultural.
¿De dónde viene la palabra chilango?
De acuerdo con Idanely Mora Peralta existen tres posibles orígenes:
- Del maya: proviene de la voz xilaan que significa “pelo revuelto” o “pelo encrespado”.
- Del náhuatl: derivada de chillan más el sufijo -co, que significa “donde están los colorados”, en alusión al tono de la piel de los habitantes enrojecida por el frío.
- De Veracruz: usada como apodo popular para referirse a los habitantes del interior, especialmente al “pelado de México”. De ahí procede su carácter despectivo.
Incluso hay quienes la relacionan con el pez huachinango, por su color rojo, estableciendo una semejanza con los cachetes enrojecidos de los arribeños.
Chilango como apodo
Otra propuesta, ligada a la tradición popular, proviene del Diccionario de mejicanismos de Santamaría, donde se describe como:
“El apodo que aplican en Veracruz para referirse a los originarios de las poblaciones arribeñas o distantes de la costa, es justamente chilango”.
Algunos especialistas vinculan a los motes guachos, huache, el yucateco wach y chilango con el apodo guachinango.
“De hecho, la palabra chilango no es la única: muchas comunidades han transformado apodos en símbolos de pertenencia e identidad cultural”, destacó Idanely Mora.

De burla a orgullo: otros ejemplos en el mundo
La resignificación de un apodo en gentilicio no es exclusiva de México. Ejemplos internacionales incluyen:
- Yanquis: en Estados Unidos, en el siglo XVIII, se usaba de modo despectivo para referirse a los colonos de Nueva Inglaterra. Hoy es un emblema nacional.
- Tico: en Costa Rica, nació como apodo de burla por el uso frecuente del diminutivo –tico, pero terminó convirtiéndose en un gentilicio cariñoso, ahora reconocido y asumido con orgullo.
El papel de los diccionarios
En Veracruz, la palabra chilango se documenta desde los años cincuenta. Sin embargo, en las décadas de 1980 y 1990 gozó de una gran difusión gracias a su inclusión en diccionarios y en otras fuentes lexicográficas.
Actualmente, la Real Academia Española (RAE) la reconoce como un adjetivo coloquial y la define como “originario de la Ciudad de México”, o “perteneciente o relativo a la Ciudad de México o a los chilangos”, sin esa carga negativa.
Centralidad política y tensiones
En 1980, la capital vivió un proceso de centralidad política y cultural que generó tensiones con el resto del país. De ahí surgieron expresiones discriminatorias como:
“Haz patria y mata a un chilango”.
Con el paso de los años, la carga negativa disminuyó y el término se neutralizó hasta consolidarse como un gentilicio necesario para la identidad capitalina.
Chilango en la cultura popular
Hoy chilango es un término resignificado que aparece en medios de comunicación, comercios y expresiones cotidianas. Ejemplos:
- La revista Chilango.
- El restaurante La Chilanguita.
- Expresiones como “soy semichilango” o “ya se está achilangando” para quienes adoptan la vida capitalina.
Más que un simple gentilicio, se convirtió en un símbolo cultural y de pertenencia.

Conclusión
La palabra chilango es un ejemplo de cómo el lenguaje evoluciona y se adapta. Lo que antes fue un insulto, hoy es un emblema de estilo de vida capaz de unir a millones de habitantes en una identidad compartida.
“Ser chilango ya no es motivo de burla, sino una manera alegre y orgullosa de decir: soy de la Ciudad de México”.
Así, lo que comenzó como burla terminó por convertirse en una bandera cultural.