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Apantallados por el celular

Los teléfonos móviles se multiplican y con ellos crece también el temor sobre su posible impacto negativo en la salud física y mental. ¿Debemos preocuparnos por las horas que pasamos frente a estos dispositivos?

Aunque David es muy afecto a los videojuegos y a las series de Netflix, la mayor parte del tiempo la pasa en las redes sociodigitales y en los buscadores de internet: revisa sus mensajes de WhatsApp cada cinco minutos, contacta sin cesar nuevos amigos virtuales en Facebook y navega largas horas en sitios de pornografía en línea.

El aliado perfecto para sus aventuras digitales es el teléfono celular, ya que puede usarlo a cualquier hora del día —aun cuando sus profesores en la universidad le prohibieron hacerlo durante clases— y sobre todo de noche, cuando encerrado en su habitación nadie lo observa mientras trata infructuosamente de conciliar el sueño.

Al principio el estudiante de segundo semestre de economía pensó que era normal; pero los prolongados periodos de insomnio y la falta de concentración comenzaron a afectar su desempeño escolar y sus actividades cotidianas. Sus papás le recriminaban constantemente estar siempre absorto en ese mundo paralelo. Uno de sus amigos le dijo que quizás era un adicto al celular. David lo dudó al principio: ¿cómo puede hablarse de adicción a algo que no es una sustancia como el alcohol o la nicotina? Luego de pensarlo, reconoció que su afición desmedida por las posibilidades de interacción instantánea que ofrece la tecnología se había convertido en una verdadera obsesión.

En la clínica a la cual acudió, los médicos le explicaron que en los manuales de psiquiatría no se registra la adicción al celular ni a otras tecnologías similares, como la tableta o la televisión. Tales conductas se encuentran clasificadas como trastornos de control de impulsos no especificados. Sin embargo también le dijeron que no estaba del todo equivocado, ya que hay ciertas acciones que, por sus características, algunos expertos en salud mental han propuesto definir como adicciones conductuales: adicciones en las que no participan sustancias, como la compulsión por el trabajo o el sexo.

Un mundo conectado

Esta definición de adicción sin sustancia ha generado polémica y los expertos continúan discutiendo sus implicaciones. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha propuesto integrar en la más reciente versión de su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) sólo la adicción a los videojuegos, de la que hay más evidencia.

El uso y el abuso del teléfono celular se ha disparado en los últimos años. Según GSMA Intelligence, corporación que representa a los industriales de este ramo, hay más de 5 000 millones de teléfonos celulares en el mundo. Esto significa que alrededor de 65 % de los habitantes del planeta cuenta con uno de estos dispositivos. En México el 72 % de la población de seis años o más los utiliza, según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares 2017. De estas personas, 80 % tiene un celular inteligente que se conecta a internet.

Aunque la cifra total va en ascenso, se han registrado cambios importantes en los hábitos de los usuarios. Cuando los celulares comenzaron a popularizarse —y se usaban principalmente para hacer llamadas— se hablaba de posibles riesgos de cáncer por las ondas de radio de baja frecuencia que emiten estos aparatos. Esta asociación nunca quedó claramente demostrada. Hoy los celulares tienen una infinidad de aplicaciones más allá de las llamadas que mantienen a los usuarios enganchados, ya sea para establecer la mejor ruta al trabajo, solicitar un servicio de taxi o comida, ver películas, jugar videojuegos, programar el ejercicio diario o simplemente consultar el clima.

Paralelamente, los riesgos que temen los expertos también se han modificado: hoy ya no se habla tanto de radiaciones y cáncer, sino de un abanico de alteraciones que van desde trastornos oculares hasta efectos en los ciclos de sueño-vigilia y la capacidad de concentración, e incluso trastornos de tipo conductual como el que experimentó David.

Sin relación con el cáncer

En numerosos estudios epidemiológicos se ha investigado si hay relación entre el uso de celulares y tumores malignos y benignos en el cerebro u otras partes del sistema nervioso. Estos trabajos responden a la inquietud sobre los posibles riesgos de la exposición a las ondas de radio que generan las antenas de dichos aparatos (funcionan a frecuencias entre 450 y 2700 Megahertz) y que pueden ser absorbidas por el cuerpo humano.

Entre los estudios más importantes figuran el Interphone (de control, realizado por un consorcio de expertos en 13 países), así como los llamados Danés y del Millón de Mujeres, que hicieron seguimiento a grandes grupos de población. Aunque se han encontrado algunas asociaciones (por ejemplo, en el primero se observó un aumento moderado del riesgo de glioma en un pequeño segmento de los participantes que pasaron más tiempo en llamadas), ninguno encontró evidencias firmes de un mayor riesgo de cáncer.

El único efecto biológico que sí ha sido claramente ligado con la exposición a las ondas electromagnéticas de los celulares es un calentamiento en la zona del cuerpo en la que se apoya el aparato. El celular, como el horno de microondas, emite ondas de radio de baja frecuencia que no tienen suficiente energía para romper átomos o moléculas y no deben confundirse con la radiación de los elementos radiactivos, esa sí dañina y cancerígena.

Conductas riesgosas

La OMS considera que “dada la enorme cantidad de usuarios de teléfonos móviles, hasta el más mínimo aumento en la incidencia de efectos adversos podría tener implicaciones importantes en el ámbito de la salud pública”. El organismo destaca que la investigación sobre esos posibles impactos en la salud se ha centrado fundamentalmente en si tiene relación con el cáncer, la interferencia de las ondas electromagnéticas con otros dispositivos como los marcapasos, las probabilidades de accidentes de tráfico y otros efectos adversos.

Entre estos efectos adversos reportados en los estudios científicos, señala la OMS, se incluyen cambios en la actividad cerebral, en los tiempos de reacción y en los patrones de sueño. Sin embargo la organización reconoce que estos “son mínimos y en apariencia no impactan significativamente la salud”.

¿Adicción al celular o al mundo que nos abre?

Qué es más fuer te, ¿la adicción a la tecnología o a las redes sociodigitales a las que nos da acceso? Hay un debate acerca de esta diferencia. La mayoría de los estudios se han centrado en la adicción al teléfono celular, pero algunos investigadores sugieren que habría que distinguirla de la adicción a los ser vicios que facilita.

En un estudio publicado en 2018 un equipo de Estados Unidos y el Reino Unido exploró la diferencia, enfocándose en los ser vicios de redes sociodigitales. Los investigadores encontraron que es más fuerte la adicción al teléfono inteligente que la adicción a las redes y que la intensidad de estos depende del nivel de educación del individuo: menos educación corresponde a más probabilidades de adicción, lo que según los autores podría deberse a que este grupo de población es menos capaz de controlar su adicción al celular. En cambio la adicción a las redes sociodigitales no parece depender ni del género, ni de la edad ni del nivel escolar. Una causa de ambas adicciones podría ser el miedo a perderse de algo impor tante. Otra es que el teléfono celular sirve para combatir el aburrimiento con todas las ventanas a otros mundos que nos abre.

Los autores advierten que quizá no se deba hablar de “adicción”, y que esta conducta podría ser consecuencia de trastornos relacionados con el control de impulsos. Por suerte ya existen aplicaciones para medir el uso cotidiano del celular para ayudarnos a moderar nuestros escapes a esos mundos alternativos que acechan desde atrás de la pantalla.

Glosario
Nomofobia: miedo irracional a estar sin el teléfono móvil.
Taxofrenia: estrés causado por no recibir mensajes; el teléfono no suena porque nadie escribe.
Texiedad: ansiedad que se siente cuando luego de enviar un mensaje no se recibe respuesta inmediata.

¿Uso o abuso?

¿Sabes qué tan dependiente eres de los dispositivos móviles? Responde a estas preguntas, seleccionando entre las respuestas la que más se corresponda con tu realidad.

1. Me han dicho que uso demasiado el móvil.

a) Cierto.

b) Falso.

2. En una junta, comida o reunión, ¿dónde tienes el móvil?

a) En la mesa.

b) En el bolsillo.

c) En la bolsa o mochila.

3. Olvidaste el celular en casa, ¿qué piensas?

a) De plano me regreso por él.

b) No importa, me conecto en la compu.

c) Bueno, sirve que así me desconecto.

4. ¿Cómo te sientes cuando la persona enfrente de ti tiene su celular en la mano?

a) Bien, es normal que quiera estar conectado.

b) Ni bien ni mal.

c) Mal, soy menos importante que sus mensajes.

5. Si en una cafetería tu acompañante se levanta para ir al baño, aprovecho para:

a) Revisar mis mensajes.

b) Jugar en el celular.

c) Mirar a mi alrededor.

6. Si no tengo mi móvil me pongo nervioso porque no puedo:

a) Mostrar lo que hago en la red.

b) Estar al día en las redes sociales.

c) Recibir notificaciones.

7. ¿Te desvelas por estar pegado al celular?

a) Con frecuencia.

b) A veces.

c) Casi nunca.

8. ¿Con quien tuviste la última llamada telefónica?

a) Alguien de telemercadeo.

b) Un familiar.

c) Tu mejor amigo.

9. ¿Con cuál frase te identificas más?

a) Me muero si no traigo mi celular.

b) Sí lo uso, pero no tanto como otras personas.

c) Lo uso sobre todo para

cosas importantes.

10. Estás súper ocupado pero escuchas el sonido de que entró un mensaje…

a) Dejas lo que estás haciendo y te conectas.

b) Miras sólo para saber de quién es.

c) Lo revisas después.

11. En un encuentro con amigos o tu pareja ¿te ha sucedido molestarte por su manera de clavarse con su celular?

a) Nunca o casi nunca.

b) Sí, en ocasiones.

c) Con frecuencia.

12. El tiempo que le dedico a mi móvil me impide hacer tareas importantes.

a) Cierto.

b) Falso.

13. Cuando uso mi celular ignoro a las personas con las que estoy.

a) Quizá sí.

b) A veces.

c) Trato de evitarlo.

14. ¿Qué es peor?

a) Que se acabe la batería.

b) No poder subir una foto o video.

c) Tener señal intermitente.

15. ¿Cuánto tiempo puede pasar sin que revises si tienes notificaciones en tu celular?

a) 30 minutos.

b) 2 horas.

c) > 4 horas.

Resultado: Por cada respuesta a) suma 9 puntos; por cada respuesta b) suma 7 y por cada respuesta c) suma 4 puntos. Comprueba tu resultado: Menos de 85 puntos: uso leve. De 86 a 99 puntos: uso moderado. Más de 100: uso desmedido.

Nota: Este cuestionario no es un diagnóstico decisivo, es meramente para ayudarte a tomar conciencia sobre cómo utilizas el celular.

Reflexiona y cuéntanos

¿Qué problema/beneficio te ha ocasionado el móvil?
o
¿Qué es lo más extraño que has hecho a la vez que contestabas tu celular?

Envía tu respuesta a: comoves@dgdc.unam.mx

¿Qué saben con certeza los especialistas acerca del uso excesivo del celular?

El psiquiatra Juan Pablo de la Fuente Stevens, de la Facultad de Medicina de la UNAM, explica que, en primer lugar hay que preguntarse por qué una persona pasa tanto tiempo enganchada a la pantalla del celular o la tableta, además de observar los síntomas subyacentes. De la Fuente precisa que podemos evaluar el impacto de esta conducta en la salud mental desde la perspectiva de las adicciones: la conducta deja de ser normal cuando la búsqueda en internet se vuelve compulsiva y cuando no se puede controlar el impulso pese a sus consecuencias negativas. “Puede ocurrir algo similar al consumo excesivo de alcohol. Si llega el fin de semana y una persona se siente estresada y bebe unas cervezas, se considera una conducta normal. Pero si cada vez que se siente deprimida, enojada, triste o ansiosa, la persona recurre a las bebidas alcohólicas, ahí habría un foco rojo”, advierte De la Fuente. Sobre los trastornos conductuales dice: “Si cada vez que estás aburrido o estresado sacas el celular y te enganchas a las redes sociales o a Facebook, sería una señal de alarma”.

Tiempo perdido

David reconoce que para él era imposible dejar de mirar el celular a cada rato aunque tuviera otras tareas, y que prefería los chats a los encuentros reales. Juan Pablo de la Fuente apunta que no hay un margen de tiempo definido para considerar negativa esta conducta: lo es cuando comienza a afectar las relaciones sociales y las actividades diarias. Al mismo tiempo, añade el académico, al trabajar con ese tipo de pacientes los expertos en salud deben observar si presentan problemas de trasfondo, como baja autoestima, ansiedad, irritabilidad, escasa capacidad para socializar o incluso trastornos como déficit de atención o depresión.

El caso de niños y adolescentes enganchados a las pantallas resulta de especial interés. Unos expertos en el Reino Unido realizaron un análisis sobre la relación entre bienestar psicológico y uso de esas tecnologías en ese grupo de población. En su artículo titulado “La asociación entre bienestar adolescente y uso de tecnologías digitales”, publicado en la revista Nature, Amy Orben y Andrew K. Przybylski del Departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Oxford, reportan que aplicaron una nueva metodología para examinar tres grandes bases de datos sobre este tema. En lugar de hacer análisis estadísticos, los expertos examinaron todas las posibilidades teóricas combinando las variables del estudio. Encontraron que la relación entre bienestar y uso de tecnologías digitales puede variar entre positiva, no significativa y negativa en función de cómo se manejan los datos.

Los expertos encontraron que permanecer más tiempo enganchado a la pantalla se asocia débilmente con un menor nivel de bienestar. Para poner esto en perspectiva, los autores examinaron también la relación entre estar bien y otras variables, como abuso de alcohol, padecer acoso, dormir lo suficiente, comer verduras, llevar lentes e incluso ir al cine. Descubrieron que el bienestar estaba más fuertemente ligado con la mayoría de esos factores que con la tecnología. Estos resultados sugerirían que la inquietud por los efectos negativos del abuso del celular y la tableta podría ser exagerada.

Los autores del estudio afirman que necesitamos más y mejores datos para discernir los efectos de estos dispositivos y saber si usarlos en exceso reduce el bienestar o si, a la inversa, empezamos a usarlos en exceso y compulsivamente cuando baja el bienestar.

Hasta la recámara

Otros estudios sugieren que el empleo desmedido de celulares, sobre todo en la noche, puede alterar los llamados ritmos circadianos (procesos fisiológicos sincronizados con el ciclo natural del día y la noche), lo que afecta los patrones de sueño y puede conducir a alteraciones del comportamiento y el estado de ánimo. Esto ocurre porque el cerebro reacciona a la luz artificial —y especialmente a la luz azul de las pantallas LED— como si fuera luz de día y ajusta el ritmo del reloj fisiológico, desequilibrándolo. El organismo interpreta la persistencia de luz por la noche como una prolongación del día y responde con reacciones fisiológicas que favorecen el estado de alerta e inhiben la producción de melatonina, hormona esencial para conciliar el sueño.

Por ejemplo en estudios realizados en la Universidad Harvard para comparar los efectos de la exposición a luz azul y verde durante un mismo periodo (6.5 horas), se observó que la primera inhibió la secreción de melatonina hasta dos veces más y alteró los ciclos circadianos tres veces más que la segunda. Los efectos son perjudiciales, como confirma Satchin Panda, investigador del Instituto Salk de California. ¿Qué tan perjudiciales? Además de alterar los patrones de sueño —como le sucedía a David por eternizarse en el chat hasta altas horas de la noche—, el empleo abusivo de celulares o tabletas puede producir alteraciones de conducta como ansiedad, episodios depresivos y baja autoestima. Así lo señala otro estudio desarrollado por investigadores de las universidades Murdoch y Griffith (Australia), titulado “Los teléfonos celulares en la recámara: hábitos de sueño y subsecuente desarrollo psicosocial en adolescentes”. En dicho trabajo, dirigido por la investigadora Lynette Vernon, los científicos examinaron el empleo del celular y las consecuencias en la salud mental de un grupo de 1 101 estudiantes de preparatoria en ese país durante un periodo comprendido entre 2010 y 2013.

Vernon, ex-profesora de bachillerato que ya había observado a sus alumnos llegar a clases desvelados e incapaces de concentrarse, confirmó sus sospechas: el abuso del celular se puede asociar con un aumento en el nivel de desajustes en la adaptación psicosocial de los adolescentes. Estos hallazgos justifican los temores de muchos padres de familia que, como en el caso de David, ven pertinente poner límites al tiempo que pasan sus hijos frente a la pantalla. Una encuesta efectuada en Estados Unidos entre más de 1 000 adultos con al menos un hijo de entre 13 y 18 años da cuenta de ello. La encuesta, coordinada por investigadores de la Universidad de Michigan, encontró que 56 % de los padres cuyos hijos padecían problemas de sueño atribuyó el problema a los aparatos electrónicos conectados a internet y a las redes. Aunque los padres consideraron que el exceso de tareas o la relación con sus compañeros de clase también afectaban el sueño de los jóvenes (43 % de los encuestados), el factor más influyente fue el uso de dispositivos electrónicos según la pediatra Sarah Clark, una de las autoras de la encuesta.

Entonces ¿debería limitarse el acceso de los adolescentes al celular, al menos cuando se encierran en sus recámaras? Lynette Vernon, titular del estudio en Australia, sostiene que sus hallazgos constituyen una clara evidencia de que sí. Incluso los jóvenes que esquivan el reclamo de sus padres diciendo que necesitan el aparato para usarlo como despertador deberían utilizar relojes para mantener una distancia física con el celular, advierte la especialista de la Universidad Murdoch.

Eduardo Pedrero y María Teresa Rodríguez, expertos en adicciones, advierten en un artículo: “Es evidente que existe una problemática relacionada con el uso del teléfono móvil, pero la ausencia de criterios diagnósticos y la precaria calidad de los estudios dificultan la definición del problema. Es necesario delimitar y unificar criterios que permitan realizar estudios comparables y de calidad”.

Después de recibir apoyo clínico, David ahora está consciente de los riesgos que implica estar todo el día pegado al celular.