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El 68 literario, curso en Filosofía y Letras

Las secuelas literarias del movimiento estudiantil de 1968 fueron de tres tipos. Primero está la reacción de los poetas, indignados por la matanza ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco; acaso los primeros versos que manifestaron esa rabia los escribió Octavio Paz, con el poema que acompañó su renuncia como embajador de México en la India, texto que se publicó ese mismo mes de octubre en el suplemento México en la Cultura de la revista Siempre!. Siguieron otras voces como las de Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Enrique Lizalde, Óscar Oliva y Juan Bañuelos.

Una segunda respuesta literaria fueron los testimonios de quienes participaron en el movimiento, como aquellos que reunió Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco, o Los días y los años, de Luis González de Alba. También deben ser mencionados Gilberto Guevara Niebla, Raúl Álvarez Garín, Eduardo Valle, Sócrates Campos Lemus y Heberto Castillo… Y hay que considerar, en este apartado, los textos periodísticos y reflexivos de José Revueltas.

El tercer registro literario es la ficción, que incluye cuentos y novelas. A saber, la primera novela dedicada al 68 fue Juegos de invierno, de Rafael Solana, aparecida en 1970, que asume una postura oficial, en la defensa del Estado y sus instituciones. Desde la misma perspectiva se escribió el libelo El Móndrigo, cuya manufactura suele acreditarse a la Secretaría de Gobernación (quizá con Emilio Uranga y Jorge Joseph como escritores-fantasma); y también está La plaza, de Luis Spota, en donde las disertaciones de un funcionario secuestrado hacen dudar a un grupo de deudos de quienes murieron en Tlatelolco de la culpabilidad de Díaz Ordaz.

Hay un conjunto de cuentos; y en la novela el abanico es muy amplio, con más de treinta títulos. Juan García Ponce, por ejemplo, tiene un par de libros en los que aborda el tema: La invitación y Crónica de la intervención. En el primero recrea esa confusión que lo llevó, al salir del diario Excélsior, a los separos de la policía, cuando creyeron que se trataba del líder estudiantil Marcelino Perelló, quien también usaba silla de ruedas.

En Muertes de Aurora, de Gerardo de la Torre, se cuenta la historia de los trabajadores petroleros de la Refinería 18 de marzo que se unieron a las marchas; en Si muero lejos de ti, de Jorge Aguilar Mora, se habla de aquellos jóvenes ajenos a todo que vieron pasar la historia desde las aceras. En Palinuro de México, de Fernando del Paso, se recrea espiritualmente lo que dio sustento (la contracultura, la revolución sexual…) a los cambios vividos en esa década.

Este es el panorama, grosso modo, que ofrece un curso sobre la literatura del movimiento estudiantil de 1968 organizado por la Facultad de Filosofía y Letras y su Departamento de Educación Continua, en doce sesiones, a comenzar el 6 de agosto.

Según la exposición de motivos, en un país donde la libertad de expresión era severamente cuestionada la literatura terminó por contar aquello que la prensa calló. Cree el expositor, el ensayista Alejandro Toledo (miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte), que así como hay la certeza histórica, ahora, de que hubo una novela de la Revolución debe pensarse, como una zaga significativa y de larga extensión para la literatura mexicana, en la novela del 68. A los autores ya citados agrega a María Luisa Mendoza, Arturo Azuela, Marco Antonio Campos, Gonzalo Matré, entre muchos otros, hasta llegar al chileno Roberto Bolaño, quien publica Amuleto en 2000, centrada en la poeta uruguaya Alcira Soust Scaffo (transformada por la ficción en Auxilio Lacouture, ya nombrada en Los detectives salvajes), quien se quedó encerrada por varias semanas en los baños de la Facultad de Filosofía y Letras durante la toma militar de Ciudad Universitaria.

El curso cierra con la proyección de la cinta Rojo amancer (1989), de Jorge Fons.