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Distopías, estética precolombina que reflexiona sobre la violencia actual

La violencia pintada por los tlacuilos en los códices prehispánicos se parece mucho a la de hoy. Quizá la primera tenga un sentido más ceremonial, pero a nivel de imagen ambas son similares y eso es lo que retomé para crear esta propuesta plástica que nos invita a reflexionar sobre la actualidad y nuestra poca memoria histórica, explicó Gabriel Garcilazo al hablar de su muestra Distopías, la cual estará abierta al público a partir del sábado 11 de febrero en la Galería Arnold Belkin del Museo Universitario de Chopo.

En esta exposición, el maestro en Artes Visuales por la UNAM presenta 35 piezas inspiradas en la estética precolombina, pero que reflejan problemas de reciente cuño como la migración ilegal a Estados Unidos, el tráfico de armas, drogas y personas, poblados enteros hacinados en chabolas o las fosas clandestinas que no dejan de aparecer en territorio nacional.

“La idea me vino tras analizar el Códice Boturini, que narra el éxodo del pueblo mexica a lo que sería Tenochtitlán, y ver que a éste luego se le sumaría otro códex, el de Azcatitlán, elaborado ya en la Colonia y que describe la llegada de los españoles y la Conquista. A partir de esta posibilidad de integrar adendas a voluntad me dije, ¿por qué no actualizar el documento y añadir eventos contemporáneos que nos han marcado como sociedad?”.

Bajo esta premisa, el joven se dio a la tarea de realizar una pesquisa cartográfica a fin de determinar las rutas seguidas por los inmigrantes en su camino a Estados Unidos y los caminos empleados por los narcotraficantes en su trasiego de sustancias “y al superponerlas vi que coincidían casi como un calco. Se trataba de un hecho muy poderoso como para ser ignorado; así nació esta iniciativa”.

Realidades superpuestas

Para Garcilazo, el arte permite tender puentes entre pasado y presente —siempre y cuando sus elementos dialoguen— por lo que, como pilar de su apuesta creativa, creó un códice moderno que emula la estética náhuatl, pero con técnicas y herramientas anacrónicas como plumones, tintas o carbón.

Y aunque el códex del siglo XXI es el punto nodal del proyecto, éste evolucionó para comprender un conjunto de teocallis de madera que asemejan tres edificaciones icónicas aztecas: el Templo Mayor, la Pirámide de los Caballeros Águila y el Observatorio, aunque erigidos con desechos y basura, como se estila en los cinturones de miseria. La idea es parodiar a Tenochtitlán y su herencia de monumentalidad, pero con ese espíritu de improvisación tan propio de lo precario.

Otra de las creaciones consiste en piedras de río con motivos prehispánicos que emulan cabezas degolladas. Son 43, para recordarnos a los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, la tierra sin ley en que se convirtió Iguala y los cementerios clandestinos que se hacen presentes por doquier.

Finalmente, Garcilazo se valió de una técnica cerámica típica de Cuentepec (Morelos) para elaborar vasijas de barro que, aunque podrían servir para transportar un elemento tan esencial para la vida como el agua, están decoradas con las fórmulas químicas de la efedrina, la metanfetamina y la cocaína, drogas relacionadas con la muerte de cientos de miles de mexicanos.

“Mi objetivo con esta muestra que desafía a la cronología es colocar al público en un lugar que no está en el pasado ni en el presente, es decir, en una distopía (de ahí el nombre de la exposición)”.

Soy un defensor de aquella máxima que dice: el arte nos hace entender nuestra relación con el entorno, por ello mi intención no es hacer una crítica, sino registrar una realidad, como en su momento hicieron los tlacuilos con sus códices. Para mí, toda obra es un dedo que apunta hacia algo, sin otro afán que el de hacer que reparemos en algo que, de otra forma, pasaría inadvertido, subrayó.

Historia con resonancia hacia el futuro

Garcilazo se declara un apasionado de los materiales históricos, a tal grado que éstos no sólo fueron el germen de Distopías, sino de su proyecto anterior (basado en un registro botánico del siglo XIX) y del que hoy desarrolla: una reflexión acerca de la comida procesada a partir de imágenes propias de la alquimia medieval.

“Desde niño he sido una aficionado de la historia, era una de mis materias preferidas. Mi madre es historiadora y de ahí me viene este interés por el pasado del cual no puedo despojarme. Podría dar muchos argumentos a esto, pero en realidad es algo casi genético”.