“Miedo, inseguridad, incertidumbre, ansiedad, estrés y temor al abandono son las emociones que dejarán huella para toda la vida en los hijos de los migrantes que fueron separados de sus padres en Estados Unidos, debido a la política Tolerancia Cero de Donald Trump”, aseguró Katherine Isabel Herazo González, profesora de la Facultad de Psicología de la UNAM.
Cada año una gran cantidad de latinoamericanos viajan al país del norte para buscar una vida mejor, algunos se trasladan solos, otros en familia y algunos más de forma comunitaria, pero quienes viajan con sus hijos los exponen a diferentes peligros.
Hoy, los pequeños retenidos por el gobierno de Estados Unidos, alejados de sus padres, no comprenden muy bien que pasa. Un día su mamá o papá les dijo que saldrían en busca de una vida mejor, pero en este proceso de tránsito muchos de ellos son violentados, explotados para trabajar, acosados sexualmente e incluso violados.
El proceso
Para Herazo González, los migrantes viven tres etapas: expulsión, tránsito y recepción. En cada una se generan o aparecen efectos psicosociales diversos en los niños.
En la etapa de la expulsión, los migrantes sufren un duelo frente a la partida por lo que dejan atrás, sus raíces, amigos, familia, y se da una pérdida de la trama psicosocial de vida. “Muchos de estos niños estaban en escuelas, tenían amigos y una red amplia con quien socializaban en el momento de su partida y se ven sometidos a un cambio brusco y una pérdida que los lleva al duelo”.
En la segunda etapa, durante el tránsito, los niños no tienen información de lo que sucederá en su camino y es cuando son violentados en sus derechos. Como consecuencia tienen efectos graves a nivel psicosocial.
Al llegar a Estados Unidos, después de todo un proceso migratorio, los pequeños ya llevan un trauma acumulativo. En ese momento, sus padres fungen como un elemento de contención frente a estas dificultades que encuentran en su camino, pero resulta que son separados de sus familias.
¿Cómo responden los niños? Cada uno tiene un repertorio individual, fortalezas y limitantes a nivel de su estructura psíquica. Y no todos reaccionan igual ante las problemáticas, pero sin sus padres será más difícil.
Aunque muchos niños ya regresaron con sus familias debido a la presión política, aproximadamente 700 infantes siguen separados de sus padres y han sido llevados a casas sustitutas.
¿Qué viven estos niños?
“Cuando vemos las imágenes de los niños en esta jaula uno se pregunta qué están viviendo y cuáles son los efectos psicosociales por haber sido separados de sus padres”.
Aunque la experiencia no es igual para un niño menor de seis años que para un joven adolescente, en todas las etapas queda una herida muy profunda para toda la vida.
De hecho, al tener una relación de apego-desapego con sus padres, los niños de cualquier edad generarán sintomatologías como la ansiedad y el miedo a relacionarse con otras personas
En los más pequeños que se encuentran dentro de las jaulas, que lloran desde que amanece hasta que anochece llega un momento que normalizan el sufrimiento y el dolor. Así, piensan que su vida transcurrirá siempre con este sentimiento, porque en ese momento no hay quien responda sus preguntas existenciales sobre qué está pasando.
“Los niños no tienen conciencia y no dimensionan sobre cómo operan las fuerzas sociales, y ellos como sujetos conscientes no saben empoderarse frente a la situación, son sus padres quienes los apoyan en ese proceso y en ese momento no están”.
En cambio, los adolescentes que se encuentran en la etapa de reafirmar su identidad, tienen una respuesta diferente. Ellos responden de forma contestataria.
Esta separación abrupta les generará estrés emocional al sufrir la pérdida por la separación de sus figuras parentales, y el trauma acumulativo que viene dentro del proceso de desplazamiento hasta llegar a la recepción se suma la angustia, los sentimientos de miedo incontrolable, pesadillas nocturnas, y todos esos miedos se traducirán de acuerdo a su edad.
A largo plazo, les será muy difícil reconstruir las relaciones con otras personas, porque siempre mediará el miedo y la desconfianza por ese fenómeno que vivieron de ser separados de sus padres.
¿Qué queda? Trabajar para que tengan una terapia psicológica y psicosocial, donde haya una reconstrucción del alma colectiva para sembrar la confianza que perdieron frente a la separación forzada, el despojo y el abandono.
Finalmente, la académica universitaria refirió que los efectos psicosociales que se dan en los migrantes dejan huellas para toda la vida, y más cuando sus experiencias tempranas hablan sobre el abandono, separaciones involuntarias y cómo significan esa experiencia dentro de su vida.