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Crónica de una gimnasta: ¿cómo vivieron el cese de las piruetas?

Me coloqué en la orilla de la viga de equilibrio, alejando mis pies, sin darme cuenta que también se alejaban mis objetivos, mi estilo de vida y mi percepción sobre lo que significaba la gimnasia artística.

Tras culminar de pie el ejercicio, mis compañeras y yo nos dispusimos a estirar nuestros músculos y articulaciones, mientras con risas y el estrés de la próxima competencia, hablábamos de la posible cuarentena.

Un fin de semana cerraron nuestro gimnasio en las instalaciones del frontón cerrado de Ciudad Universitaria, y al igual que todos, los gimnastas nos encerramos cuando lo que más queríamos era saltar y girar.

Los primeros dos meses de confinamiento fueron un respiro para mí, un descanso del agitado ritmo que había llevado por años. Como todos mis compañeros gimnastas solía estar gran parte del día en nuestra universidad, lo que implicaba despertarse muy temprano, pasar más de dos horas en transporte público, realizar numerosas actividades académicas y, sobre todo, pasar casi medio día entrenando gimnasia artística.

Entrenar gimnasia artística era más que hacer una actividad física y recreativa, de hecho, a veces nos parecía que iba más allá de ser sólo un deporte. Se había convertido en un estilo de vida en el que nuestro cuerpo y nuestra mente trabajaban todos los días, buscando más retos y la perfección en cada movimiento.

Durante años la gimnasia artística era la forma en que nos expresábamos y equilibrábamos, ahora nos sentíamos reprimidos y desorientados.

Comprendí lo que Simon Biles dijo: “no todo en la vida es gimnasia”, porque después de mucho tiempo dejé de correr, saltar y girar a un ritmo agitado; esta vez me quedaba quieta para comprender el mundo que había dentro y fuera de mi.

El confinamiento nos había orillado a mirarnos al espejo y desprendernos del papel de gimnastas universitarios, para apreciarnos como seres humanos que aman, reflexionan, cambian, sufren y son susceptibles a la muerte.

No obstante, al paso de los días, las semanas y los meses, tanto yo como mis compañeros, nos dimos cuenta que era verdad, que “no todo en la vida es gimnasia”, pero también era real que “la vida no es la misma sin gimnasia”.

Por tanto, alejarse del escenario de nuestro deporte se convirtió en un viaje que cambió nuestras vidas, que jugó con nuestras mentes y nuestros propios cuerpos, arrastrándonos a una situación donde parecía que la enfermedad y la muerte nos ataban los pies al piso y nos impedían girar.

Nos enfrentábamos a estilos de vida totalmente distintos de los que teníamos, en ausencia de espacios donde pudiéramos liberar toda nuestra energía, quedando sedientos de adrenalina y ansiosos de nuevos retos; el sentirnos lejos de nuestras metas provocaba que nos comiera el estrés.

Durante año y medio nuestros entrenadores se esforzaban por adaptarse a los horarios, escenarios y recursos de cada uno de sus alumnos gimnastas, para asesorarnos y mantenernos con la iniciativa de seguir entrenando. Nosotros buscábamos múltiples maneras de hacer gimnasia dentro de los reducidos espacios de nuestras casas, ahorrábamos para comprar material de apoyo: tapetes, ligas, trampolines y colchones; incluso algunos fuimos a parques o gimnasios particulares pequeños.

Sin embargo, cada día el mundo nos demostraba que giraba más rápido, y que hacer ejercicio en casa no se sentía igual a ser un gimnasta universitario que corre amplia y velozmente, que prepara ejercicios nuevos en una serie de aparatos y colchones, que siente el compañerismo, que disfruta la adrenalina de estar de cabeza o suspenderse en el aire, que cada semana se le revientan las ampollas de las manos y se llena el cuerpo de magnesia tras unas buenas rutinas en las barras.

Durante el confinamiento los espacios que teníamos eran insuficientes, por lo que nos pegamos con muebles, resbalarnos en el piso y hasta nos dolían las articulaciones por hacer ejercicios de impacto en suelo duro.

A esto se sumaban dificultades más severas como problemas económicos, familiares enfermos, incluso nosotros mismos llegamos a enfermar; y todos estábamos estresados al no tener cerca a los que amábamos.

Llegó un punto en donde cada uno de nosotros tenía que ser el gimnasta, el psicólogo y el entrenador, porque la gimnasia era nuestro alimento de cada día y no poder tener el escenario donde desenvolvernos, nos colocaba en una fuerte lucha entre la desmotivación y la disciplina.

Nos sentíamos ansiosos de volver al gimnasio, teníamos la intriga de saber si todo lo que había pasado nos favorecería o cambiaría nuestras metas en torno a nuestro deporte.

Después de enfrentar una pandemia con depresión, ansiedad, enfermedad, muertes y otras diferentes situaciones adversas nos sentíamos más fuertes. Los aparatos ya no parecían ser tan intimidantes y teníamos mucha hambre de volver a hacer tantos ejercicios como pudiéramos, al lado de nuestros amigos y entrenadores.

Aún así, persistía el suspenso de cómo sería en realidad volver a pararnos con nerviosismo sobre la viga de equilibrio, volver a llenar nuestras manos de magnesia y colgarnos de las barras, volver a saltar con tanta fuerza qué comprimiéramos los resortes del botador de salto de caballo y de la pista de piso.

Necesitábamos recuperar nuestro estilo de vida para comprender verdaderamente lo que ha significado la pandemia para la gimnasia artística universitaria, cuál es ahora nuestra perspectiva de este deporte y cuáles serán las siguientes metas a lograr.

Aunque a veces lo deseábamos, el tiempo no volvería atrás y en cuanto se volvieran a abrir las puertas de nuestro gimnasio, entraría una versión más fuerte de nosotros, ya que durante año y medio nos sentíamos tan vacíos sin gimnasia, que nos alimentábamos de perseverancia, disciplina y amor para construir la motivación que nos mantuviera de pie. Porque hoy, más que nunca, nos sentíamos seguros de que la gimnasia artística es nuestra forma de ser, lo que amamos y parte del camino por donde queremos seguir. Era verdad que ya no éramos niños, y el tiempo nos perseguía, pero muchos de nosotros nos manteníamos fieles a nuestras metas y se vigorizaban nuestras ganas de desafiar la gravedad, dominar los aparatos, girar y ganar.

La pandemia alteró el ritmo en que giraba el mundo y debilitó el ritmo en que giraban los gimnastas. Ahora nos preguntábamos: ¿habrá ganado el ritmo impredecible del mundo o nosotros los gimnastas habremos ganado fuerzas para girar?

*Estudiante de la Facultad de Psicología de la UNAM