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Adiós a Michael Collins, astronauta del Apolo 11

En el primer viaje de la humanidad a la Luna, Michael Collins piloteó el Columbia mientras que sus compañeros bajaron al suelo lunar. En ese momento sintió tanta soledad que pensó: así debió sentirse Adán en el paraíso cuando no había nadie más, señaló Julieta Fierro Gossman, investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM.

El pasado 28 de abril falleció este legendario astronauta, quien acompañado de Neil Armstrong y Buzz Aldrin realizaron la hazaña que durante siglos los humanos soñaron: llegar a la Luna.

Un hombre constante 

La primera vez que trató de ingresar a la NASA lo rechazaron, pero la segunda vez fue aceptado. En 1966 formó parte de la tripulación del “Gemini 10” y fue una de las primeras personas en realizar una caminata espacial.

Estaba conectado a la nave con una “manguera” de 15 metros de largo e hizo un experimento científico. “Se trataba de probar el poderío norteamericano, aunque la ciencia se estaba quedando de lado”. 

Collins llevó unos instrumentos con geles especiales para capturar micro-meteoritos y poderlos analizar después. Pero en su regreso a la Tierra fallaron en la entrada al planeta y aterrizaron a 6 kilómetros y medio del lugar de encuentro.

Tuvieron que lanzar al mar la caja con los meteoritos para ahorrar combustible y poder maniobrar. “Eran épocas muy distintas a las de ahora que tenemos tecnologías bastante modernas”.

Durante el viaje del Apollo 11 le tocó girar alrededor de la Luna. Mientras Neil Armstrong y Buzz Aldrin pisaban tierra lunar, él dio 48 vueltas a la Luna, cada una en aproximadamente 50 minutos. 

Al principio, cuando sus compañeros viajaron en el “Eagle” hacia la Luna, Collins estaba muy nervioso porque no los veía desde el Columbia, en cada vuelta trataba de ubicarlos y le dio cierta ansiedad, hasta que finalmente logró verlos y se tranquilizó. “No obstante, estaba muy emocionado, no dormía de la felicidad y estaba encantado”.

 Los problemas 

En el viaje del Apolo 11 surgieron algunos problemas: se descompuso el sistema de enfriamiento del Columbia y Michael recibió la orden de apagarla y ponerla en modo manual. Se negó, era un hombre muy obstinado y él mismo la arregló después de forcejear el sistema. “Era muy dedicado”.

Finalmente, el Eagle regresó a la sonda Columbia sana y salva y aterrizaron muy bien en la Tierra. Llegaron unas lanchas con unos buzos y les pusieron trajes espaciales, porque en ese tiempo se pensaba que podrían traer bacterias de la Luna y estuvieron confinados por 21 días.

Antes de abandonar la sonda Columbia, Collins puso un grafiti que decía: “El Apolo ha sido la mejor nave construida por la humanidad”.

Intrépido por naturaleza

Michael Collins nació en 1930 en Roma, su papá era militar y funcionario público, así que vivió en muchas ciudades y varios sitios. Se instaló en Nueva York para estudiar en West Point, una de las mejores academias militares de Estados Unidos. 

Posteriormente se incorporó a la Fuerza Aérea, porque no quería ser acusado de nepotismo, ya que su papá, tíos y hermanos eran militares, explicó Fierro Gossman.

Se dedicó a ser piloto de prueba, es decir, para probar aviones militares nuevos y peligrosos. Cuando estuvo en Nevada, donde pasó 22 semanas, 11 pilotos murieron en su intento de volar nuevas naves.

En una prueba en Francia se incendió su avión y se lanzó en paracaídas para salvarse. “Era un hombre sumamente valiente”.

Un año antes de viajar a la Luna empezó con un dolor en la pierna, se le torcía y no detectaba ni frío ni calor, era una hernia en la columna dorsal. 

Lo operaron y le soldaron dos vértebras. Estuvo en recuperación muchos meses, pero fue muy constante, llevó a cabo su fisioterapia y por eso pudo ir al espacio en 1969. 

Después del espacio

Collins se casó con una mujer que era trabajadora social y luchaba por las causas de las mujeres, en particular de las solteras. Trabajó en el Museo del Aire y el Espacio. “Estoy convencida que si una persona ha vivido las experiencias y elabora exposiciones pueden quedar muy bien ejemplificadas”.

Además de los vehículos espaciales recuperados, en su exposición colocó una especie de camioncito donde supuestamente estarían recluidos por los 21 días, que finalmente no se usó. 

También se encuentra un cepillo que utilizó para limpiar a sus compañeros del polvo lunar, que fue un problema porque este material es como “pedacitos” de vidrio molido de meteoritos, se meten en todos lados y tienen electrostática. Los astronautas de hoy cuentan con unas aspiradoras para resolver ese problema. También hay piedras lunares en este museo del espacio. 

“Es bueno recordar a estas personas que hicieron tanto por avanzar el conocimiento y tener tantos logros ejemplares para nosotros. En hora buena Michael Collins”, concluyó Fierro Gossman.