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Hoy concluye Trump su campaña política

Hoy, cuando asuma la Presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump concluirá su campaña política. Debió hacerlo antes del 8 de noviembre del año pasado, el día de las elecciones que ganó, pero, pese al triunfo, ha continuado prometiendo acciones y delineando programas sin el riesgo de que su aplicación devenga en triunfo o fracaso.

Esbozar cómo gobernará ha sido lo que para los boxeadores es un round de sombras: entrenar, ensayar y prepararse ante un oponente que siempre es imaginario pero que remite al real. Mantener su discurso belicoso le ha servido para retener el apoyo de sus simpatizantes sin importar que con ello propicie la polarización porque, además de considerarla natural, le es útil para diferenciarse de la clase política tradicional a la que dice oponerse. Es en esa polarización en la que encuentra su modus vivendi como político recién avenido y en ese escenario sólo puede concebirse maniqueo. Por ello le es necesario desenvolverse en un mundo en el que al asumir una posición tenga oposición y, en consecuencia, un entorno propicio para crear sus propios enemigos. Lo fueron sus competidores republicanos, la candidata Hillary Clinton, la clase política tradicional encabezada por Barack Obama, la prensa adversa e incluso las agencias gubernamentales que escrutaron su pasado. Su lista de enemigos no sólo es doméstica, sino variopinta. En ella caben países, como su vecino del sur, y fenómenos económicos como la migración y la globalización del empleo.

En este largo periodo de campaña política se ha esforzado por mantener y acrecentar esa lista de adversarios. Un sector de Hollywood, una alta cantidad de mujeres o incluso tiendas de conveniencia como Starbucks. Los enemigos no le faltan, pero tampoco le sobran. Le sirven para manifestar sus posiciones confrontándolos y para victimizarse si la ocasión lo amerita. Como producto televisivo, cada confrontación verbal –la que mejor se le da- le reditúa popularidad, mala o buena, pero popularidad al fin. Y es precisamente de esa vigencia de la que él extrae su autoridad, tan necesaria para un recién llegado a la política.

Pero hoy toma posesión y su discurso necesariamente cambiará de tiempo verbal del futuro al presente, y entrará en un proceso de realidad que le hará comprender que los porcentajes de cumplimiento de promesas (o bravuconadas) de campaña varían de acuerdo a las capacidades personales y de grupo.

Sabrá entonces que las doctrinas económicas no se instauran por decreto, con medidas o declaraciones, sino que son producto de la profunda y compleja interacción de intereses globales, y que a partir de ello se ajustan conceptos como aranceles, presupuestos, impuestos, gasto, cuenta pública, etcétera.

Esperemos que la polarización en la que asume no se profundice a tal grado que se vuelva contra él, y que su inexperiencia en la administración pública no propicie una crisis económica interna con repercusión global, porque entonces siempre cabe el riesgo de ir a la guerra contra algún país u organización armada para concitar respaldo. Un método que lamentablemente han empleado otros ex presidentes.