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Mi Maestra Cora Flores

“He bailado todas las danzas, sólo me faltó el tubo”, dijo la bailarina y coreógrafa Cora Flores en un video exhibido previo a la entrega de la Medalla Bellas Artes 2018.

La distinción sirvió para reencontrarme con mi maestra Cora, con quien tomé clases de danza contemporánea en los Talleres Libres de la UNAM; también me reencontré con las amigas entrañables que hice ahí.

Mi formación era incipiente. Era más el gusto que la técnica y el conocimiento en danza, “carácter” o expresión. Sólo quería saber bailar sobre un escenario como las grandes bailarinas que salían en televisión, aunque mi timidez era infinita.

 Al taller de “Cora”, como le decíamos los aspirantes a bailarines de las mejores compañías, no falté, llegaba puntual, hiciera frío o calor y en algunos casos enferma.

En su clase impartida en el Salón José Limón en Ciudad Universitaria, aprendí qué es un arabesque, attitude, un gran battement, chassé, demi-plié, pliés, etc. Pocos saben que en ese salón hay un piano donado por ella.

Una clase de la coreógrafa, originaria de San Luis Potosí, se componía de calentamiento al centro para pasar “a la barra” y luego a los “caminados” o las diagonales para aprender Graham, Butoh, Limón, por mencionar algunas de las varias técnicas que ella maneja.

Cora siempre pedía mirar al frente, caminar erguido y con decisión, como ella, quien paradójicamente en sus inicios nunca planeó dedicarse a la danza.

Bajo la dirección del también bailarín y coreógrafo Felipe Segura, Cora comenzó su trayectoria en el ballet clásico con la compañía Ballet Concierto de México (hoy Compañía Nacional de Danza).

En 1968 incursionó en la danza moderna con la coreografía “Zapata”, obra hecha especialmente para ella por el coreógrafo y promotor cultural, Guillermo Arriaga.

Su primer acercamiento a la UNAM fue en el Taller Coreográfico de la UNAM (TCUNAM) por invitación de Gloria Contreras.

A Cora le gustaba dar su clase con acompañamiento de piano o en su defecto con tambores africanos interpretados por algunos alumnos que lo hacían por “una cooperación voluntaria”. Elegante, estricta, firme, precisa; muy ruda, así recuerdo a Cora en sus clases cuando no te salían bien las posiciones, los saltos o la actitud hacia la danza. Con ella alcancé el máximo de mi capacidad corporal, el cual notaron los maestros posteriores.    

Fue la primera persona a la que entrevisté en mi vida para una tarea de Géneros Periodísticos. Mis temores me hicieron pensar que me negaría la entrevista, pero mi sorpresa fue grande cuando me dijo: “sí, con todo gusto”, sin importar que aún era una estudiante.

Recuerdo a compañeras que iban a su clase en CU desde varios puntos de la ciudad, incluso había una chica que venía desde San Martín de las Pirámides, Estado de México, porque en su municipio un profesor le recomendó tomar clases con ella. Y así lo hizo varios años.

Cora cuenta con emoción que estuvo en el momento preciso cuando el bailarín ruso Rudolf Nureyev, durante una gira en Francia, burló a la protección de su país para salir corriendo y pedir asilo político.

Luego de más de 30 años de trabajo en la UNAM, Cora deja los Talleres para integrarse como investigadora al Instituto de Bellas Artes.

Cora sigue en la danza a sus 82 años. Alguna vez me dijo: “Si te regaño es porque te quiero”.

  *Maestra en Diseño, Información y Comunicación por la Universidad Autónoma Metropolitana