A la fotógrafa María Paula Martínez Jáuregui le gusta ir de las alturas a las profundidades. Del Kilimanjaro a la India. Siempre con su cámara. Sabe del poder de la imagen, con sus fotos ha conseguido becas para niñas de la India, ropa para una aldea en Malawi y en México entró a hospitales públicos y privados a documentar la tarea del personal médico frente a la pandemia del coronavirus.
A principios de abril de 2020 le llamó la directora de Fotógrafos sin fronteras, organización con la que trabaja desde 2017. “Estamos recopilando material de todos nuestros fotógrafos alrededor del mundo sobre la pandemia y cómo se ha enfrentado en su país. ¿Tú has hecho algo?”, le preguntó.
Había hecho proyectos en todas partes del mundo, pero nunca en México. Escuchó en las noticias las vejaciones contra el personal médico y pensó: “no puede ser posible”. Le pareció importante tener un registro de todo esto y como Fotógrafos sin fronteras le había ofrecido publicar este proyecto y dar a conocerlo en sus redes, en su revista, “entonces le presenté el proyecto a Nutrición y les encantó la idea”.
Entró a Nutrición, al Hospital Manuel Gea González, al Hospital Juárez, al Hospital Primero de Octubre, al Hospital 20 de Noviembre, al Instituto de Cancerología, al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), al Instituto Nacional de Perinatología, al centro médico City Banamex y al Hospital ABC.
No se imaginaba lo que vería. Pensó que todo sería un caos y un desastre y no fue así. “Fue sorprendente, por ejemplo, Nutrición que siempre es un hormiguero afuera, ahora está vacío. Los pacientes están intubados en estos hospitales como Nutrición y el INER que son hospitales 100 por ciento COVID”.
Entrevistó al personal médico porque en el libro donde recopila todo este trabajo la narrativa es visual, pero llevará unos testimonios, “más que escribir mis impresiones preferí entrevistarlos. En la mayoría de los casos es gente que tuvo que dejar de ver a su familia, a sus padres, se han tenido que aislar”. Se hizo muy amiga de una doctora cirujana que decía: “es que la gente se queja y se queja de que no sale de su casa. Lo que yo daría por estar en mi casa. Estoy todo el día metida en los hospitales”.
María Paula Martínez Jáuregui cuenta que el personal médico se subió “al mismo barco”, sin importar la especialidad: “oye, eres dermatólogo, vente”. Una residente de cuarto año de cirugía de tórax está haciendo traqueostomías, está entrando a patología a hacer las incisiones de pecho para que puedan tomar muestras de pulmón, corazón, de distintos órganos para ver cómo está reaccionando la enfermedad. No sólo en pulmones, sino en un montón de órganos”.
Los nefrólogos del INER también entran a patología a sacar las muestras de riñones de hígado, cosas que nunca antes habían hecho. Un patólogo del INER le comparte: “pues nosotros somos ahora los que tenemos que entrar a abrir los cuerpos y es impresionante porque gran parte del hospital tuvo que ir a casa porque eran del grupo vulnerable. Se quedaron muy pocos”. Su trabajo se incrementó en un 500 por ciento con las hemodiálisis porque el coronavirus afecta mucho al riñón. Tienen que estar hemodializando a los pacientes y para eso necesitas a dos enfermeros tomando los datos.
De tener 60 pacientes intubados pasaron a 130. La Cruz Roja les prestó un hospital de campo que normalmente lo usan para desastres naturales: terremotos, ciclones, maremotos, tsunamis o para la guerra. Y pusieron cinco carpas en el estacionamiento del INER para tener más capacidad de respuesta. Es como una extensión de urgencias.
Un infectólogo del hospital Gea González le contó que un día llegó un niño como de 8 años que tenía COVID-19 y otras complicaciones. Lo tenían que intubar y había una enfermera que lo estaba tratando de ayudar. Con la incomodidad del equipo de protección se complicaron las cosas. No hubo dudas. Se quitó todo y reanimó al niño.
La doctora Carmen Hernández, jefa de terapia del INER, le platicó que un día de regreso a casa el portero tardaba en abrirle y ella decía: “pero ¿qué está pasando?” Y cuando entró estaban todos sus vecinos afuera aplaudiéndole. Ahí se le partió el corazón en mil y dijo: “es por esta gente que hago mi trabajo”.
Una vez acompañó a la doctora Esperanza Trejo, de Rehabilitación del INER, entraron a una sala y había un señor que estaba con traqueostomía. Y la doctora le dice: “Hola señor, ¿cómo estamos el día de hoy? ¿Está contento?” Y él contesta: “no estoy contento”. Y mientras María Paula pensaba: “obvio, ¿cómo va a estar contento? Por el amor de Dios”. Y el paciente agregó: “no estoy contento, estoy feliz”. Está feliz porque estaba vivo… a pesar de todo. Este paciente le echaba porras a los vecinos y finalmente salió y ahora va a su tratamiento post-hospitalario.
También le tocó ver despedidas en el INER, inventaron una cápsula de acrílico para ponerle encima los cuerpos para que el familiar pueda ver al paciente que falleció. “Me tocó ver cómo entraban familiares a despedirse. Me tocó ver a una señora que se despedía de su esposo y el doctor, el patólogo me decía: ‘y tú no sabes lo que es que entre un papá a despedirse de su hijo o una mamá. Eso ha sido lo más fuerte que yo he vivido’”.
Una doctora, cirujana de tórax, le contó: “un día que estábamos haciendo una toma de muestras de un cuerpo me habían pedido que por favor le leyera una carta de despedida de la familia antes de que hiciéramos esto y ahí ya no pude más, se me quebró la voz, lloré”.
Hubo días que llegó al INER desde las seis de la mañana y salió a las nueve de la noche. Descubrió campos de estudio totalmente nuevos para ella y le dieron cursos para ponerse el equipo de protección personal, sobre todo para quitárselo porque cuando se lo quitan hay más riesgo de contagio. Al principio, le dice el personal médico, eran horas y horas para ponértelo, había que cuidar todos los detalles, escrupulosamente, con cinta hay que amarrar los guantes y cerrar absolutamente todo. “Yo iba con la cámara adentro de una bolsa de plástico, sólo el lente iba por fuera”. No tuvo miedo porque siempre se sintió muy protegida, siempre estuvo gente entrando con ella, cuidándola.
El estudio de María Paula está lleno de libros, Murakami en su mesa de centro. En los muros las fotos que tomó, los rostros de los que no tuvieron más alternativa que ser “héroes”. Fotos que conformarán su libro. Me explica una de las tantas fotos: una anestesióloga que está intubando a una señora le escribió para contarle: “Me acuerdo perfecto de esa noche, me acuerdo perfecto de la paciente”. En la foto queda registrado el error: no se puso cinta y no se pegó el guante con la bata. “Se me ve un pedazo de piel y me dijo: tú no sabes los nervios y el miedo que tuve yo esa noche cuando me fui a mi casa porque dije: híjole, ya me contagié, hice mal, metí la pata y por suerte no pasó nada”.
Otra foto. Una enfermera del Instituto Nacional de Perinatología estaba completamente devastada, agotada y “se metió a uno de los quirófanos y se sentó atrás de la plancha y se quedó en el piso, ya no daba más”.
La tecnología ha ayudado a los pacientes. Señala que hay videollamadas y videovisitas para los pacientes que están sedados e intubados y “ahí me tocó ver que toda la familia le puso su canción favorita, le cantó al señor. En el INER les pegan todas las cartas que les mandan todos sus familiares alrededor de la cama, las fotos”.
Los pacientes nunca están solos. “Tener un paciente intubado, en cuidados intensivos, requiere de muchísima gente alrededor de ellos. Limpiándolos, bañándolos, lavándoles los dientes, peinándolos”.
María Paula Martínez Jáuregui es fotógrafa documental mexicana, estudió Letras Francesas en la UNAM. Desde mayo documentó la pandemia en diez diferentes hospitales de la Ciudad de México. Tiene espíritu aventurero, su pasión: los volcanes y las montañas. Es montañista y fue la primera mujer mexicana en ser piloto de dron. Nunca olvidará la foto que tomó del nacimiento de un bebé en medio de la pandemia, abriéndose a la vida, como diciendo: “con permiso, ya llegué, aquí estoy”.