Explora unam global tv
Explora unam global tv
explorar
Explora por categoría
regresar

La generación blandita

Últimamente he escuchado hablar mucho de la generación “blandita”, la de los niños y jóvenes que han sido y son sobreprotegidos por sus padres, los que a toda costa buscan evitar el “sufrimiento” de sus hijos, o bien, proporcionarles las mejores condiciones de vida desde muy pequeños.

La pregunta es: ¿a qué se deberá esto? En el ejercicio de la paternidad y del maternaje intervienen una serie de patrones que son aprendidos y en muchas ocasiones, repetidos inconscientemente.

En un intento –generacional- por romper antiguos patrones de crianza y, en el mejor de los casos, “reparar” historias, existen padres que se esfuerzan por no repetir aquello que ellos vivieron en su momento:
“Yo no quiero que mi hijo tenga las carencias que yo tuve”; “Quiero que él o ella realice lo que yo no pude lograr”.

En ese afán de procurarles siempre lo mejor y evitar que sufran, las relaciones entre padres e hijos también se ven modificadas. Por un lado, parece que las jerarquías se desdibujan: ahora los padres quieren ser “amigos” de los hijos, no golpearlos o sancionarlos cuando es necesario, y por otra parte, los hijos se convencen de que siempre contarán con la disponibilidad y los recursos de aquellos para que les resuelvan todo –o casi todo-.

De este modo, ante la inadecuada delimitación de roles, se generan conflictos cuando de respetar límites se trata. Y esto se va ampliando hacia otros ámbitos, como el escolar, por ejemplo. Un niño muy consentido puede funcionar bajo la lógica: “Si ni en mi casa me llaman la atención, por qué lo va a hacer alguien que no es nada mío (un maestro, un adulto mayor)?”

En este sentido, una buena dosis de tolerancia a la frustración y de demora a la gratificación son necesarias para que los chicos desarrollen potencialidades y también valores, para fijarse logros y obtener satisfacciones, para valorar los esfuerzos que suponen las metas a largo plazo y constituirse como sujetos más empáticos.

No se trata de “endurecer” o “ablandar” mientras se educa, se trata de dotar a los menores con las herramientas básicas que les permitan afrontar lo adverso, reconocer las oportunidades de crecimiento y “medir” su capacidad de adaptación a los diferentes entornos, cada vez más cambiantes y exigentes.