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Monumento a la ausencia. Huellas de sobrevivientes del 68

Myrthokleia subió a las escaleras del vestíbulo del Centro Cultural Universitario (CCU) Tlatelolco para conmemorar a los caídos y relatar su participación durante la asamblea que se realizó el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas.

Ocho minutos de relato ininterrumpidos dieron paso al desenlace de su historia. Llegó el momento en el que se le quebró la voz. “Regresé a casa con la condición de no volver a salir de ella”, dijo.

Los 60 era una época difícil a nivel mundial; las revueltas sociales no se hacían esperar. Los estudiantes de todas partes del mundo se levantaron contra la guerra de Vietnam, contra las discriminaciones raciales y sexuales, contra los rígidos programas universitarios de enseñanza.

En México, el movimiento social unificó a las masas a nivel nacional. Lo mismo eran las instituciones educativas que las obreras y campesinas, los comerciantes y las amas de casa, todos constituidos bajo las demandas del Consejo Nacional de Huelga (CNH), órgano directriz del movimiento que exigía, entre otras cosas, la libertad de presos políticos, mayores libertades políticas y civiles, menos desigualdad y la salida del gobierno represor diazordacista.

El enfrentamiento suscitado el 22 de julio de 1968 entre estudiantes de la escuela preparatoria Isaac Ochoterena, incorporada a la UNAM, y alumnos de las Vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional, dieron pie a una ola de violencia por parte de la policía en contra de estudiantes, académicos y trabajadores de ambas instituciones educativas. De ahí las demandas del CNH.

Setenta y dos días después, el 2 de octubre, Myrthokleia Adela González Gallardo, quien daba clases en el Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos “Juan de Dios Bátiz” del IPN, acudió a la asamblea que se realizaría en la Plaza de las Tres Culturas.

Ese día, González Gallardo representaría al Politécnico Nacional como maestra de ceremonias. Bastó con cederle el micrófono al primer orador para que la primera bengala verde iluminara el cielo. Segundos después, una más del mismo color acompañó a otra de color rojo. De inmediato el Ejército mexicano abrió fuego contra los asistentes: hombres, mujeres, niños, ancianos que, confusos y aterrorizados buscaron resguardo.

Myrthokleia comentó que los oradores y ella estaban en la terraza del edificio Chihuahua, que cuando buscaron bajar del edificio a través del elevador, fueron interceptados por los “guantes blancos”. Pero como a ella la querían viva, se la llevaron cargando a una ambulancia de la Cruz Roja de Polanco. Ahí un médico intentó dejarla en libertad, sin embargo, la idea tuvo que ser abortada.

De la Cruz Roja fue trasladada a la Procuraduría capitalina amarrada de los tobillos, donde la amedrentaron con el fin de identificar a sus compañeros. Encerrada una semana en los separos de Tlaxcoaque, consiguió que la internaran en el Hospital de Traumatología de Balbuena. Aunque declaró, fue imposible hacerla inculpar a alguien.

No recuerda cuánto tiempo estuvo en el hospital, no obstante, agradece la ayuda de una enfermera que la sacó de ahí en un taxi. Los meses siguientes fueron parte de un episodio de su vida imposible de olvidar, la clave de que ahora cuente su historia.

“De una casa pasaba a otra. Del Estado de México me llevaron a Guadalajara a la casa de una familia que apoyaba el movimiento, pero en diciembre, para Navidad, tuvieron que llamar a mi familia para que fuera por mí porque yo despertaba en las noches gritando. Soñaba con los tanques, con los balazos. Fue entonces cuando mis papás supieron que yo seguía viva”, subrayó Myrthokleia mientras sostenía el llanto.

Retomar su vida cotidiana le implicó vencer muchas adversidades, entre ellas, arreglar su situación educativa. Tuvieron que pasar 13 años para poder titularse de la carrera Mecánico Industrial en el IPN. Hoy, a 50 años de la matanza, regresar a la Plaza de las Tres Culturas le significa volver a tener 23 años de edad, y pide, al igual que sus compañeros de lucha, justicia.

“Yo siempre he dicho que la historia no es aprenderse lugares y fechas, es no cometer los mismos errores para que esto jamás se vuelva a repetir. Porque ante la estupidez, la cerrazón y la ignorancia no hay argumentos. Por tanto, no queremos venganza, queremos justicia; que esos 12 rollos que se filmaron de esa masacre se den a conocer”,  aseveró Humberto Campos, quien fuera estudiante del Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos (CECyT)  No.11 “Wilfrido Massieu”.

Monumento a la ausencia

Con el fin de generar un espacio para la reflexión y la memoria, el CCU Tlatelolco y la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV) del Gobierno Federal, en colaboración con distintos colectivos del Movimiento Estudiantil del 68, llevaron a cabo el pasado 28 de septiembre la realización del Monumento a la ausencia.

La obra se expone en el patio central del recinto universitario, y muestra en una placa de cemento la impresión de 400 huellas de pies de los sobrevivientes del movimiento estudiantil, cuyo objetivo es honrar la memoria de quienes perdieron la vida en esa fecha.

El segundo elemento de la intervención incluye las consignas “¡PUEBLO, NO NOS ABANDONES-ÚNETE PUEBLO!/NI PERDÓN NI OLVIDO”, la primera derivada de la marcha del 13 de agosto de 1968, y la segunda de las manifestaciones posteriores al 2 de octubre, las cuales reclamaban justicia.

La consigna está grabada en la parte alta de los edificios que rodean el patio, con el fin de conmemorar el momento en que los estudiantes alzaron la vista hacia los edificios para darse cuenta por dónde fueron atacados.

La realización del proyecto fue producto de una convocatoria internacional emitida por la UNAM y un grupo de expertos de distintas disciplinas. Tras la recepción de documentos y su presentación —a un jurado integrado por los historiadores del arte Harriet Senie y George Flaherty, la curadora Taiyana Pimentel y la artista Regina-José Galindo—, se designó el 27 de julio de 2018 como proyecto ganador el Monument of Absence de la artista israelí Yael Bartana.